Cierto vaho de naftalina en los festejos madrileños.
Cierto vaho de naftalina en los festejos madrileños.

Ante la imposibilidad de elegir, el pueblo español optó entre Guatepeor y Guatepeor. El tufoso fantasma del nacional catolicismo franquista tendrá sus quince minutos de fama, si es que la indignación del pueblo ajustado no lo devuelve al sarcófago. Merkel, Merkosy, los mercados, y el ultra neoliberal euro al poder, una indigesta receta, indigna de la gastronomía española.

Hay fantasmas que envejecen y cuestionan su propia esencia supuestamente inmaterial. El franquismo, el nacional catolicismo, la derecha retrógrada y fascista que resume y resuma el Opus Dei, ya pútridos en vida, eternizan la podre como sombras de sombras de sombras nada más. Pero allí están de nuevo. Aparecen en momentos de confusión, degradación, crisis y falta de representación política.

En Grecia e Italia, los mercados dieron golpes de Estado y reemplazaron dirigentes políticos al servicio de los banqueros por banqueros al servicio de los banqueros. El flamante y no votado primer ministro italiano, Mario Monti, sinceró el dogma neoliberal que sojuzga por estos días a Europa y destruye los últimos vestigios de democracia: un gabinete sin políticos, porque estorban. Donde dice “políticos” léase “democracia”, el gran estorbo de los mercados.

En España, en cambio, se sigue adelante con una fachada democrática cada vez más vacía de significado. Allí se produjo un hecho histórico, con pocos antecedentes, el sueño de los neoliberales hecho realidad: el ajuste se inscribió en la letra de la Constitución. Primero los bancos, dice la Carta Magna española recientemente reformada. Primero los banqueros alemanes, aunque la desocupación en España supere el 20 por ciento (40 por ciento entre los jóvenes).

El Partido Socialista Obrero Español ajustó como un partido de derecha e impulsó, junto con la derecha, esa ominosa reforma constitucional. Su contundente derrota a manos del Partido Popular acaso deba pensarse en el marco de la gran crisis política europea en la que los partidos, tanto de derecha como de izquierda, licuaron sus identidades ideológicas para alimentar las insaciables fauces de Moloch.

Apenas se conoció el triunfo de Mariano Rajoy, ese dirigente que, en sus días más inspirados, sabe pronunciar su propio nombre sin leerlo en un papel, el frufrú de viejos espectros ganó las calles de Madrid. Y apareció en Puerta de Sol un cartelito que decía: “Ultima boda de lesbianas y gays esta tarde a las 17.30 en la Puerta del Sol”.

El triunfo de la derecha envalentona a los sectores más hipócritas de la Iglesia Católica, los que se autoerigen en árbitros de la moral pese a los miles de casos de abusos de menores y pedofilia perpetrados por sacerdotes, los que pretenden juzgar cuestiones de género, sexualidad, aborto, y uso de profilácticos mientras practican, en las sombras, amparados por el poder, las formas más patológicas y aberrantes de la violencia sexual contra los más indefensos.

La victoria del Partido Popular le otorga un poco de aire a la vieja agenda del nacionalismo católico español. Vivifica esa arcaica y sangrienta estantigua que deambula por la historia de España, que padece falta de verdad y justicia acerca de un pasado que es presente, como quedó una vez más demostrado.

Estantigua de sangre y dolor, lo no resuelto siempre regresa: el franquismo, el Opus Dei, los responsables del golpe de Estado de 1936 contra la Segunda República, los que desataron la guerra civil y el genocidio, los que se mantienen impunes regresan como sombras amenazantes.

Las tumbas NN con las víctimas del franquismo seguirán intocadas. Junto a cientos de miles de españoles (el número es impreciso por la falta de verdad y justicia), en una de esas fosas yace, ahora un poco más muerto y triste, Federico García Lorca:

Todos los ojos
estaban abiertos
frente a la soledad
despintada por el llanto.

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