Ciertos discursos mediáticos y de referentes de la oposición repiten una y otra vez que el aumento de salarios genera inflación, y que así ha sido siempre. En esta columna, un recorrido histórico por el vínculo entre salarios e inflación que demuestra cómo esa relación depende más de las condiciones de organización social y política que de las condiciones económicas.

¡El aumento de salarios genera inflación! Como vimos en el reciente informe de Goldman Sachs, y repiten sin piedad cotidianamente los gurúes, esta parece ser una verdad revelada: la recomposición del poder adquisitivo del salario está en la base del proceso inflacionario pasado y actual.

Sin embargo, observemos esta afirmación de sentido común neoliberal, en perspectiva. Como se observa en el gráfico de apertura extraído del estudio El empleo y los ingresos en debate ¿Dónde estamos parados?, de Javier Lindenboim, septiembre de 2009, en los 35 años que van desde 1975 a 2010, analizando la distribución primaria, el salario real perdió en promedio 15 puntos de su participación en el PBI, como lo muestra su tendencia declinante en el gráfico de apertura.

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En ese mismo lapso se materializaron dos híper en 1989 y 1990, y altísimos niveles inflacionarios antes de ellas, tal como lo expresa el gráfico de apertura .

Con la notable suba en el precio fundamentalmente de alimentos y bebidas en los últimos seis meses, el vínculo entre salarios e inflación está hoy a la orden del día en el país, una vez más.

En líneas generales, reiteramos, se escucha afirmar a un ejército de especialistas que mayores niveles salariales suponen presiones inflacionarias, aunque, aclaran, esto se produce sólo en ciertas condiciones económicas que lamentablemente, ¡ay!, siempre son las actualmente existentes.De aquí a recomendar congelar salarios (estos salarios) faltan diez minutos.

Así las cosas y más allá de qué tipo de relación guardan los salarios con el nivel inflacionario, lo que esta columna intentará poner en discusión es que tal vínculo exista de manera independiente, ya no tanto de las condiciones económicas en general, cosa que no discute nadie que pueda analizar en perspectiva lo sucedido en el país, sino de las condiciones políticas y de organización social de cada etapa histórica específica.

Según lo muestran los estudios del CEPED de la UBA, los picos de participación de los trabajadores sobre el PBI se dan en la primera y segunda presidencia justicialista. En el año 1950 los asalariados participaban con el 46,48%, en 1951 con el 43,60%, en 1952 el 46,62%, en 1953 con el 46,35%.

Ya en 1954 con el 47,92% se modela el pico de mayor participación histórica de los trabajadores sobre el PBI. Cierra el gobierno justicialista el año 1955 con una participación asalariada del 45,05%, para comenzar a caer tras la instalación de la dictadura militar que derroca al gobierno de Perón y ya en 1956 la participación de los asalariados sobre el PBI baja al 42,14% con niveles inflacionarios similares a la etapa final del justicialismo inaugural.

La caída salarial sigue como tendencia independientemente de los niveles inflacionarios hasta el año 1973, con la tercera presidencia justicialista donde nuevamente trepa al 42,96%, en el año 1974 pasa al 44,71% , en 1975 al 43,39% con apenas 12% de informalidad y una inflación acumulada anual superior al 300% vía el denominado «rodrigazo».

Sin embargo, la catástrofe distributiva que supuso la última dictadura se dio con niveles anuales de inflación mucho menores que el nivel anual de la última fase del tercer gobierno justicialista, para tomar un valor de referencia, niveles inflacionarios anualizados en el orden del 87% para el año 1980, para ubicarnos temporalmente en el centro del proceso dictatorial. Obsérvese que en el año 1976 la participación de los trabajadores sobre el PBI cae 17 puntos en sólo un año para ubicarse en 27,86% del PBI, su mínimo histórico.

Esta baja tasa de participación asalariada no variará significativamente durante el proceso dictatorial que combinó ciertamente altos estándares inflacionarios – pero aún así muy por debajo de los registrados en la fase final justicialista – con la clausura de la actividad sindical y el desconocimiento de las convenciones colectivas , transformados entonces en esta coyuntura específica en los verdaderos motores del desmoronamiento del salario real, mucho más que la pauta inflacionaria.

La recuperación democrática en materia distributiva fue en general un enorme fracaso que muestra la consolidación del perfil de participación asalariada sobre el PBI típica de la última dictadura. Sin embargo el gobierno radical encabezado por Raúl Alfonsín, culmina en una profunda crisis híperinflacionaria con niveles de más del 4.000% acumulado anual, pero una participación de los trabajadores sobre el PBI en orden al 30%, levemente superior al promedio dictatorial con niveles anuales de inflación cincuenta veces menores.

Más adelante, y superada la segunda ola hiperinflacionaria, durante el primer tramo del gobierno menemista, en particular el primer período convertible, se marca otra alza en la participación asalariada sobre el PBI alcanzando el 44,7% en el año 1993 , en esta vez con muy bajos niveles de inflación anual menores al 2%. La mega crisis desatada en 2001 y desarrollada en el año 2002, termina con una tasa de participación de los asalariados sobre el PBI del 36,4% y con 40% de inflación anual.

A partir de la recuperación de 2003, la tasa de participación asalariada inicia un ciclo de crecimiento hasta alcanzar en el año 2005 el 38,6% , con niveles inflacionarios anuales del orden del 10% y hoy la distribución funcional del ingreso muestra una participación superior al 45% con inflación de 22% anual en 2013.

La conclusión que resulta de este análisis que hay que profundizar, es que la participación asalariada respecto al PBI – y luego el nivel de los salarios- , se desmorona como tendencia en los últimos treinta años con relativa autonomía de los ciclos inflacionarios.

En efecto, se observan picos de alta participación salarial sobre el PBI con niveles altos de inflación y contrario sensu, caídas muy importantes con niveles medios o bajos de inflación, e incluso en medio de la híper, la participación de los asalariados es levemente mejor que durante la dictadura, por caso en el año 1980, con niveles de inflación anual mucho menores que los del año 1989.

Pareciera entonces que con respecto a las variaciones en la participación de los asalariados sobre el PBI y el nivel salarial, el vínculo tiene su dominante instalada en el formato político y el nivel de organización social y sindical que este produce y reproduce, que en los niveles inflacionarios coyunturales.

En otras palabras, el nivel salarial medido por la participación de los asalariados sobre el PBI responde más a la modalidad de administrar el conflicto social que a los niveles inflacionarios que aparecen más como consecuencia de la puja distributiva y el formato de gestión que asuma esta disputa en cada etapa.

Obviamente nadie desconoce el impacto negativo que en coyunturas acotadas induce el impacto inflacionario sobre los asalariados, pero darle centralidad absoluta en el análisis a la hora de explicar la evolución salarial, es una reducción indebida y probablemente un sesgo ideológico conservador que aparece en el discurso dominante bajo la modalidad espontánea de una mera constatación empírica o saber técnico y como tal «objetivo».

Los formatos de gestión de gobierno, el nivel de desempleo, el volumen y formato del reclamo sindical, la organización y lucha de los trabajadores son en nuestra perspectiva algunas de las variables (más) implicadas en la recomposición o caída del poder adquisitivo del salario que, como vimos, es relativamente autónomo del nivel inflacionario coyuntural.

La relación salarios-inflación resulta entonces una problemática compleja irreductible a las trampas atrapa bobos del discursete neoliberal. Igual todo bien con los gurúes que defienden su moneda y la de sus empleadores, asco dio, da y dará la izquierda que repite estas huevadas en nombre del proletariado. ¡Guácala!

Finalmente diremos que a modo de señalamiento teórico, la problemática de la relación salarios-inflación puede ser pensada bajo la teoría de los campos de Bordieu* bastante mejor que bajo el régimen de des-conocimiento que impone el verso de la presión de demanda de los compañeros Broda y Tumini y sus bandas de corazones no tan solitarios. Ojo hablamos del mismísimo Michelángelo que, aunque tres lustros después de advertírnoslo, va camino a otro exitazo predictivo, cuando el dólar llegue a 10 mangos.

En fin, un momento Jefe, ¿el precio del dólar es misión secreta no? ¿No sería mejor activar el cono del silencio? Jaaaaaaime…

*En el sistema de pensamiento sociológico de Pierre Bourdieu, un campo es un espacio social de acción y de influencia en el que confluyen relaciones sociales determinadas y en este sentido definimos la autonomía relativa que vincula salarios e inflación . Dice Bordieu: “Cada campo goza de una autonomía relativa que está en relación con la complejidad y el grado de desarrollo del mismo. Supone entonces considerar y definir intereses específicos que se constituyen en principios de estructuración de las prácticas de los diversos agentes comprometidos en la lucha y por lo mismo en principios de comprensión y explicación de las prácticas sociales. El grado de autonomía de cada campo está en relación con su peso específico en ese contexto de interdependencia. Por eso decimos que las leyes de funcionamiento propias del campo actúan mediatizando la influencia de los demás campos.”

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