Luego de más de 30 años de democracia ininterrumpida, a veces resulta difícil o incómodo recordar que hubo un período negro en nuestra querida Patria en el que durante casi dos décadas el peronismo estuvo prohibido y, por tanto, los peronistas impedidos de ejercer todos sus derechos de ciudadanía, los sociales y los políticos.
Desde septiembre de 1955 hasta marzo de 1973, las fuerzas más reaccionarias de la Argentina proscribieron al peronismo e incluso en la mayor parte de ese período estuvo prohibido siquiera susurrar los nombres propios «Juan Domingo Perón» y «Eva Perón», cantar la marcha peronista o exhibir el escudo o cualquier símbolo partidario. Por eso para los peronistas es tan intensa la ceremonia de recordar y celebrar cada nuevo aniversario de aquel 11 de marzo de 1973, cuando Héctor Cámpora ganó las elecciones presidenciales de la mano del general Perón, a quien sí le dio el cuero para volver a la Argentina pero eso no le bastó al dictador Alejandro Lanusse para permitir que fuera el propio líder retornado del exilio quien lo echara del poder a urnazo limpio.
El Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) sacó casi seis millones de votos y dejó atrás a la Unión Cívica Radical (UCR) por casi 30 puntos. Votó el 86 por ciento del padrón, fue una explosión popular, todos quisieron participar, no sólo los peronistas, algunos intentaron detener el impulso irrefrenable de las grandes mayorías cuando se sacan el yugo de la opresión.
Hoy, cuando algunos filósofos hablan con cierto desdén sobre «la disidencia» y ofrecen reemplazarla por «el consenso», olvidan que en la Argentina las «disidencias» se dirimen en las urnas, y los verdaderos consensos se construyen ejerciendo la política, no negándola.
En más de 17 años de proscripción al peronismo pasaron cosas, muchas de ellas –insisto– casi imposibles de concebir por un adolescente de estos días. ¿Bombas de aviones militares argentinos cayendo sobre civiles indefensos en Plaza de Mayo, fusilamientos, comandos civiles cazando peronistas?
Por eso la salida de aquella larga pesadilla, esa victoria, la primera de 1973 (luego seguiría la del propio Juan Perón, meses más tarde), los peronistas la vivimos con tanta intensidad. Fue una oportunidad. Nos volvíamos a dar, los argentinos, una nueva oportunidad, otra vez le dábamos lugar a la política que no excluye a las grandes mayorías. Por eso, por aquella bocanada de aire puro tras el ahogo, decimos que hoy también debemos seguir dándole chances a la política, en medio de tanta tentación simplista que beneficia a tan pocos.
* Presidente de la Cámara de Diputados de la Provincia de Santa Fe.