![Foto: AP/Rodrigo Abd/Facebook.](http://www.redaccionrosario.com/nuevo/wp-content/uploads/2015/02/fein.jpg)
Se ataca al gobierno nacional, pero se afectan cuestiones mucho más fundamentales, profundas y duraderas: la comprensión de los social, la construcción de un “nosotros” inclusivo y la profundización de un proyecto colectivo de liberación
A los medios de comunicación al servicio de las clases dominantes y los intereses económicos concentrados nunca les interesó la veracidad. En principio, reemplazaron ese concepto por el de “verosimilitud”, esto es, algo que parece verdad, que podría serlo, incluso, en ciertas circunstancias, pero no lo es.
El concepto de “verosimilitud” pertenece, obviamente, al mundo de la ficción. Por estos días se verifica en la Argentina, y en buena parte del mundo, que ni siquiera la “verosimilitud” tiene lugar ya en las operaciones de manipulación de los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos. No sólo se miente sino que se da por sentado que lo imposible, lo impensable, lo absurdo, lo que nunca puede ocurrir porque carece de la lógica más elemental, sí ocurre.
Este grado de alejamiento de la veracidad a la hora de informar, dice mucho de cómo se considera al receptor. No se lo respeta. Se lo insulta. Se lo utiliza. Se lo manipula sin escrúpulos. Y aquí está el núcleo duro de la ideología reaccionaria y antidemocrática de los medios hegemónicos.
El semiólogo y crítico literario Roland Barthes (1915-1980) acuñó el concepto de “efecto de realidad”. Determinadas estrategias discursivas crean en el receptor esa ilusión, aunque el discurso sea ficcional. Ciertas operaciones de manipulación que se verifican a diario ni siquiera se preocupan por crear ese efecto. No lo necesitan. Detentan impunidad a la hora de decir literalmente cualquier cosa. Se desembarazan de la veracidad como quien elimina un lastre desagradable, una carga inconveniente tanto para el emisor como para el receptor.
La más perversa forma de censura
La manipulación obtura la posibilidad de opinar a favor o en contra de algo. Es la más perversa forma de censura. Los medios que mienten y manipulan afectan la democracia. Dejaron de brindarle a la ciudadanía el servicio básico de informar. Sin información veraz, la ciudadanía se ve en serias dificultades a la hora de elegir. La democracia es la primera víctima de la manipulación. No hay debate posible con semejante grado de manipulación.
Una cosa es manifestar distintas opiniones, por ejemplo, sobre una película. Algunos pueden decir que es buena, otros que es mala. Las discusiones pueden ser respetuosas o no, acaloradas, feroces. Se puede discutir con más o menos argumentos, con furia, con insultos, hasta con ataques personales. Pero mientras se esté hablando de la misma película, existe la posibilidad de que la discusión en algún momento se encamine. La película funciona allí como una suerte de anclaje, un reaseguro para el diálogo.
Para pelear tiene que existir un terreno en común. Un sitio donde encontrarse a pelear. La situación se complica cuando no existe la posibilidad de ese sitio en común.
El problema es mucho más grave si la discusión carece de un anclaje por fuera del discurso. Siguiendo el ejemplo anterior, en la Argentina de hoy se discute si la película es buena o mala, pero con un problema de fondo: no todos hablan de la misma película. En medio de las operaciones de manipulación, no siempre es posible visualizar que hay una película sobre la cual dialogar, discutir, pelearse, intercambiar opiniones. Los medios hegemónicos destruyen toda posibilidad de un anclaje exterior al discurso, o sea un referente en el mundo de “lo real”.
Algunos sí hablan de una película que vieron, que pensaron, sobre la que reflexionaron con un compromiso personal por encontrar una verdad, y esto se nota a la hora de argumentar y poner en palabras una opinión. Pero otros no. Y hablan como si efectivamente la hubieran visto. Los medios hegemónicos la vieron por ellos y les cuentan su versión. Las operaciones de manipulación logran incluso crear en el sujeto manipulado la sensación de haber visto la película. Inculcan la sensación de una vivencia que nunca existió.
No hay distintas interpretaciones sobre lo mismo. Hay distintas interpretaciones sobre hechos distintos. Algunos de estos hechos resultan verificables, otros no. Son apenas una construcción de los medios hegemónicos, simplemente no existen.
Dentro del mundo de la ficción, se considera que un producto está más o menos logrado de acuerdo a su grado de verosimilitud. Los medios hegemónicos reemplazaron la veracidad por ficción de la peor calidad.
Semejante tarea de construcción de una “realidad” paralela, no sólo ficcional sino ridícula, absurda, no se logra sólo con la tarea de los medios hegemónicos. Esta tarea se da en un contexto histórico y social determinado y se nutre de elementos preexistentes en la sociedad. Los receptores son activos, o al menos pueden serlo. No son inocentes. Los prejuicios, el odio de clase y el miedo se pueden contar entre una larga, acaso infinita lista de elementos contextuales. Los medios insisten sobre lo que ya existe por fuera de ellos. Cuentan con el “mentime que me gusta” de parte de ciertas porciones aturdidas de la ciudadanía. Se montan en situaciones preexistentes, las exageran y aumentan, las resignifican y reconducen. Y al mismo tiempo, a través de la misma operación, crean otras situaciones que necesitan, para fructificar, del terreno fértil de los prejuicios, el odio, el resentimiento. Es un ida y vuelta vertiginoso, un ovillo difícil de desentrañar.
No sólo se ataca al gobierno
Los medios hegemónicos atacan al gobierno nacional, pero no sólo al gobierno. Atacan, y afectan, mucho más que a un gobierno. Agreden al país, a la ciudadanía, a la democracia, a la soberanía y a todo proyecto colectivo. El paso de la verosimilitud al absurdo implica, además, otros problemas.
La manipulación de los medios hegemónicos afecta gravemente la comprensión de lo social, y por consiguiente la construcción de un “nosotros” inclusivo y un proyecto colectivo de país.
Se dispara contra el gobierno nacional pero se hace impacto sobre cuestiones mucho más fundamentales, profundas y duraderas. Se ataca la representación colectiva del mundo social. La comprensión misma de lo social resulta dañada. Se afecta gravemente la manera en que percibimos y comprendemos nuestra realidad, nuestra historia y nuestras proyecciones futuras. Se atacan las bases mismas de la sociabilidad. Se difuminan los límites entre la verdad y la ficción, lo posible y lo imposible, lo pensable y lo impensable. De eso se trata la batalla cultural.
Artículo publicado en la edición 181 del semanario El Eslabón.
adhemar principiano
09/02/2015 en 14:52
lOS MEDIOS HEGEMONICOS DE COMUNICACION SIEMPRE ESTUVIERON, ESTAN Y ESTARAN PARA DAÑAR LO SOCIAL. Basta de hacerle el juego, inicien el proceso activo de conciencia politica al pueblo, con la cultura y la informacion, desde donde se encuentra, en la calle.