Foto: Mercado Libre.
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«Number nine…number nine…». Como una especie de mantra pronunciado en clave psicodélica, esas dos palabras se escuchan en el tema Revolución Nº 9 del Álbum Blanco de The Beatles, acaso una de las creaciones más impactantes de la banda que transformó y trastocó para siempre la música popular. Al constatar que ésta es la entrega número nueve de esta saga, esa desusada letanía que se repite en el tema mencionado acude y sacude algo y mueve la trama hacia un insospechado lugar.

En la madrugada del 9 de agosto de 1969, cuando promediaba el riguroso verano californiano, a la glamorosa actriz Sharon Tate le faltaban apenas dos semanas para dar a luz. Y esa noche, con su marido Roman Polansky de viaje, salió a cenar con amigos y amigas, con quienes antes de medianoche regresó a su mansión de Hollywood.Al mismo tiempo, Francis Ford Coppola leía y releía la novela El corazón de las tinieblas, del polaco Józef Teodor Konrad Korzeniowski, más conocido como Joseph Conrad. El cineasta luego adaptaría ese texto para rodar Apocalypse Now, que terminaría viendo la luz diez años más tarde, en 1979. El film bélico situaba el horror –que Conrad narró basado en el Congo colonizado– en las márgenes de la guerra de Vietnam, en Camboya.

Hay una cuestión interesante en esto de colocar el corazón del horror lejos de casa, aún cuando se lo haga en tono de profunda autocrítica. Parecería que en casa el horror no existe, que los vecinos de enfrente son capaces de generar el más despiadado horror, pero lejos, tan lejos como se pueda imaginar. No es que salir de casa, andar por el barrio, cobrar un cheque en un banco o retirar dinero de un cajero automático no preocupe a las multitudes. Pero eso no es El Horror. No importa que un brotado descargue cargadores enteros de un fusil M16 contra párvulos escolares de Nebraska. El Horror está en otras partes.
Pero El Horror aquella madrugada del 9 de agosto de 1969 se hizo presente en la moderna mansión de Roman y Sharon. Un grupo liderado por un hasta entonces desconocido Charles Manson entró sin tocar timbre a la mansión, se cargó a todo ser humano presente, y no se fueron hasta dejar escritas en las paredes, con la sangre de las víctimas, palabras y expresiones alusivas al Älbum Blanco. “Piggies”, “Helter Skelter”, “Revolution 9”, escritos por dedos embadurnados de sangre caliente. Mierda, parece que El Horror se metió en casa. Y estos desorejados SON El Horror.

Dominick Dunne, periodista de crónica negra, y columnista de la revista Vanity Fair, escribió en aquel momento inquietante: “La oleada de pánico que atravesó la ciudad era superior a nada de lo que había visto antes. La gente estaba convencida de que la comunidad de ricos y famosos estaba en peligro. A los niños se les sacó de la ciudad. Se alquiló seguridad. Steve McQueen se llevó un arma cuando acudió al funeral de Jay Sebring”. El Horror se había metido en casa por una claraboya abierta. Y nótese que a los no ricos y famosos (“la gente”) les preocupa que la comunidad de ricos y famosos esté en peligro. Están convencidos, creen eso, y no les resulta un problema de otros.

Los miedos del viejo Dick

¿Es la vanidad de la especie la que mueve a descorchar el futuro a destiempo? La ecuación de escape a la que todo sapiens echa mano para no pensar en su finitud, la retocada ilusión que acompaña a la Humanidad desde que por primera vez una persona enterró a otra y tomó nota del mensaje hace posible apostarle unos boletos al futuro. Pero en cualquier curva de cualquier camino hacia ese futuro puede aparecer La Parca. ¿O no?
Phillip Dick, en su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, crea un personaje –varios, en verdad– al que intenta evitarle tal dilema existencial. Androides serie Nexus VI, fabricados por una corporación. Inteligentes en grado superlativo, imbatibles combatientes, anatómicamente casi perfectos y…acá viene lo más retorcidito: sin conciencia de que, también ellos, tienen plazo fijo, como los humanos, que tantos pasos atrás habían quedado de ellos. Así los creó la corporación, dirigida por un genio de la ingeniería biónica: Mr. Tyrrel.
Pero ser tan inteligentes llevó a los Nexus VI a una esquina que no hubiesen querido conocer, porque en ella descubrieron que más temprano que tarde les llegaría su fin, y serían desactivados.
La teología Tyrrel es la antesala de la Teología del Terror. Avisora que el ser humano se despeña desde su propia decadencia, se mete a Creador, le da su soplo «divino» a los Nexus VI, los diseña casi perfectos, se reserva el derecho a no darles la inmortalidad, y ni siquiera se preocupa de dejar asentado un simulacro de discurso redentor, alguna mascarada de amor de la deidad.
Su creación, ya en rebeldía al saberse mortal, siembra el terror entre los humanos. Y el dios Tyrrel, claro, muere a manos del más letal de sus criaturas, Roy, quien primero le implora que cambie el destino de su estirpe y deje de lado el mandato de desactivación.
Pero Tyrrel sólo puede decir la verdad, que ese proceso es irreversible, y entonces Roy le aplasta la cabeza entre sus dos manos, mientras sufre por matar a su Padre, que le dio la posibilidad de ser. Phillip Dick estaba loco, según los especialistas, pero armando cosmogonías les pasaba el lampazo a todos.

El umbral de la palabra

«Está todo bien con la cultura de la imagen, flaco, pero en el principio era el Verbo, ¿viste? Ahí, en el despelote inicial, la Palabra ya estaba orbitando alrededor del caos. Por eso, cuando te hablo del umbral de la palabra, no hay lugar para la joda. Es algo serio». El profesor de teología, un yanqui sesentón a quien un buen día le dijeron en Boston algo parecido a «vos ya te parecés a un cura tercermundista», antes de fletarlo a «misionar» en otras latitudes, mira fijo cuando habla. Le gusta regodearse, después de treinta esforzados años en los que aprendió a hablar muy bien el porteño, incluyendo ciertos yeites que coquetean con el lunfardo.
Esto de lidiar con la «cultura de la imagen» delata que no dejó de actualizarse y que los medios no le resultan en absoluto indiferentes o ajenos a la hora de hablar de teología. Al tipo le interesó una expresión que le comentó el autor de este ensayo. La frase «El umbral de la palabra» lo llevó a preguntar: «¿Pero vos entendés las implicancias de esa expresión?».
Para quienes ponderen con cierto recelo o escepticismo la teoría de una Teología del Terror en pleno curso sin haber sido siquiera corregida, piensen dos cosas: detrás de toda teología hay una ideología, y las excusas que blanden quienes fogonean las guerras modernas son religiosas, en buena medida porque no pueden dejar expuestos a plena luz a los motivos ideológicos y políticos.
Que nadie piense en libros o textos ocultos en una bóveda secreta, protegida por templarios modernos con trajes de Giorgio Armani, ni en sínodos de obispos de las principales corporaciones en los que se definen los trazos finos y gruesos de la Teología del Terror.
Esos textos están ahí, frente a nuestras narices, ante los ojos de todo el mundo que mira desde noticieros hasta programas de chimentos, que leen diarios hegemónicos con pátina de serios y de los otros, que ya tiraron la chancleta hace rato y hacen gala del peor bardo periodístico.
El sagrado terror a ser presas de las mil formas que el terror tiene para mostrarse en cámara, para relatarse a sí mismo en libelos de la calaña más variada, de hacerse oír en las plañideras mañanas y las depresivas tardes radiales.
No hay misterio. Hay pornografía informativa a través de una permanente exhibición de atrocidades de las que los seres más vulnerables pueden ser víctimas en cualquier momento.
Lo que opera en términos secretos es el dispositivo que se monta desde el poder corporativo para que la consecuencia de tanto terror sea aferrarse a la utopía de la seguridad. Del desasosiego y desánimo que genera el terror, a la adoración de un dios que no se ve en lugar alguno de la vida, que no es posible que exista por la sencilla razón de que la propia vida es un riesgo de tiempo completo.
Arrojarse a las vanas promesas de vivir seguros es un acto de fe. En modo alguno puede ser concebida como una libre decisión, además, habida cuenta del estado de cautiverio en que la Humanidad transita la era de la tecnología informativa oligopólica. El umbral de la palabra es ese instante en el que el pensamiento aún no entró en contacto con el Universo.
“Decís que querés una revolución, pero ¿sabés?, todos deseamos cambiar el mundo. Decís que tenés una solución verdadera, pero ¿sabés?, a todos nos encantaría ver el plan”. Revolution Nº 9, White Album, The Beatles, 1968.

Fuente: El Eslabón.

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