Pintadas, amenazas, indignados, cargadas y festejos mortales. El clásico dejó secuelas. Un médico psiquiatra y una psicóloga intentan develar el porqué de tanto delirio alrededor de un partido.
La última edición del tradicional encuentro entre los equipos de la ciudad dejó mucha tela para cortar. El choque del domingo entre Newell’s y Central, sólo cerró su primer acto con el pitazo final. Apenas consumada la nueva derrota leprosa frente al rival de toda la vida, hinchas rojinegros se enfrentaron entre ellos y con la Policía. Al día siguiente, fueron a pedir explicaciones al estadio del parque y después escracharon el estudio y el domicilio del presidente en funciones, Jorge Ricobelli. Más tarde, al pobre empleado del club que durante el partido ingresó con una frapera para echar arena en un charquito del verde césped, le dijeron que no aparezca más. Del otro lado, los canayas celebraron la victoria como si se tratara de un campeonato y en las redes sociales crearon miles de burlas, algunas graciosas y otras muy pesadas. Lo mismo se reprodujo en cada rincón urbano. Hubo gente que se enfermó y no fue a trabajar, otros que se quedaron sin voz, algunos que se deprimieron y no salieron a la calle, y también deambularon durante días personas eufóricas que no paraban de gritar como poseídos.
¿Pasión o locura?
El psiquiatra Juan Manuel Sialle explica que “un clásico es mucho más que un partido de fútbol, Newell’s y Central son mucho más que un equipo, e incluso mucho más que un club”. El profesional los define como “un círculo de cultura en el que la gente se agrupa por pertenencia y ciertas adhesiones” y que “la primera consigna que tiene el ser humano, por lo menos en esta ciudad, es pertenecer a alguno de esos círculos”. “Hay como una cultura canaya y una leprosa”, define.
En el mismo sentido, la psicóloga deportiva Mónica Grabich, aporta que “en el juego se despliega una competencia en la que uno gana y el otro pierde pero el hincha no dice que ganó Central o que ganó Newell’s, sino directamente «ganamos» o «perdimos»”. Esto se debe a “un proceso de identificación con el equipo por el cual la derrota se siente como una pérdida narcisista o personal. Cuando se siente algo de esa manera, la respuesta contra eso también termina siendo muy personal y se ponen en juego cuestiones muy primitivas del ser humano”, apunta Grabich.
A la hora de entender los motivos de esta especie de locura que se genera en torno al mundo de la redonda, el psiquiatra, quien a la vez es hermano del ex jugador de Central Córdoba Arnaldo Cacho Sialle, sostiene que “el encuentro que genera un partido de fútbol es difícil encontrarlo en otros acontecimientos”.
“Estos círculos de la cultura son también círculos de negocios, cosa que antes no ocurría”, señala y ejemplifica: “Pienso en el Tula tocando el bombo en la cancha de Central y hoy me parece un nene angelical ante los actuales barrabravas, ya que los negociados se incorporaron a estos círculos culturales y lo contaminaron de un modo complejo. Esas cosas son casi una novedad”.
El otro juego
La violencia muchas veces recorre un camino inverso y parte desde el campo de juego hacia las tribunas. En ese aspecto, Grabich, quien trabajó a la par de deportistas de prestigiosas instituciones nacionales e internacionales, considera que “el trabajo con el futbolista para que no provoque o para que no entre en la misma locura del hincha, debería ser encarado a nivel institucional”, y celebra las movidas que juntaron –aunque más no sea para la foto– a dirigentes de ambos clubes para mostrar que “el otro no es el enemigo”. “El deporte debería volver a su simbolismo, a su reglamentación. Si no hubiera reglas sería «a muerte o fuga», como era en las peleas del hombre primitivo: o te mato o te vas”, explica.
Por su lado, Sialle, quien reconoce recibir varias consultas de pacientes antes y después de los clásicos, coincide en que “una institución de fútbol podría hacer muchas cosas” para intentar evitar este tipo de conflictos, porque los clubes “son una referencia social importantísima”.
“Hay mucho por hacer, pero depende de una decisión política de impulsar un programa de prevención contra la violencia”, reflexiona el especialista, y advierte que “a los dirigentes les hace falta tomar conciencia y decidirse a convocar a gente que estudie el tema, y ponerse a trabajar, no solamente con los futbolistas sino también con el público en general”.
El otro yo
Sialle hace mención a la actitud que toman ciertos simpatizantes en el estadio y sus inmediaciones, diferentes a las habituales. “El ser humano está dividido. Tenemos una mente social pero también todos tenemos un otro adentro que a veces podemos gobernar y a veces que no”, explica. “En ese otro que habita con nosotros aparece ese aspecto casi bárbaro y es lo que nos puede hacer comprender cómo de pronto ese médico, esa persona tan organizada, se la ve en una tribuna puteando y gritando”, detalla el terapeuta.
En tanto, Grabich, quien se desempeñó como coordinadora del Instituto de Psicología del deporte dentro del Colegio de Psicólogos y participó del Proyecto Deportológico Regional, añade que si bien en un juego el enemigo no es el otro, “es como si lo fuera”.
“Muchas veces se pierde ese elemento lúdico y el «como si» desaparece. Y como hay una sola cosa en disputa y sólo uno la va a conseguir, ya no importa si se juega bien o no, lo único que importa es vencer, destruir al otro”, advierte.
Nota publicada en la edición 206 del periódico el eslabón