1- Puzzolo en su estudio, revisando negativos. – Foto: Andrés Macera.
2- Paisaje Residual XII. Obra que formó parte de la exposición Paisajes de la memoria, en el Parque de la Memoria de Capital federal.
3- Evidencias, Museo de la Memoria Rosario. La instalación forma parte de la muestra permanente.
4- Atentado al Bar Iberia, 1974. El local estaba ubicado en Entre Ríos al 700, en Rosario.

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Para quien «si uno hace lo que tiene ganas, lo hace honestamente y todo lo bien que puede, esa obra va a tener una trascendencia»; elaborando así una costura austera y eficaz a su recorrido de más de cuarenta años en el arte y la fotografía.

«Creo que uno en la vida va ocupando un lugar donde está ubicado, o donde lo ubican a uno. Yo creo que, de alguna manera, por mi comienzo en esto, y lo que he seguido haciendo, hoy me referencian con una obra con cierto compromiso con una realidad».

«Vengo de una formación plástica. A los 15 años comencé a estudiar con Juan Grela, pero pinté muy pocos cuadros», dice Puzzolo, quien se incorporó al Grupo de Arte de Vanguardia cuando promediaban los sesenta, y cuenta: «Enseguida me recibieron. Para mí fue algo muy importante, era muy joven y Renzi (Juan Pablo) y Favario (Eduardo) me aceptaron en su grupo». A partir de ahí la pintura cedió su lugar a una forma de producir arte muy ligado a esa época, donde la obra ya no estaba más en los museos: «Éramos artistas de vanguardia, para nosotros el arte estaba en la calle». Así, previo a Tucumán Arde (obra de concepción y realización colectiva, que hoy está considerada mundialmente como un paradigma de la obra de arte político) «me toca iniciar a mí, el más joven del grupo, el Ciclo de Arte Experimental. La obra era una platea de sillas que miraba a la calle, la gente se sentaba y creía que iba a empezar un espectáculo: el espectáculo fue la calle». Era un intento de marcar el lugar donde ocurría un arte sin materialidad.

«Hoy que soy un hombre grande, el período posterior lo vivo con sufrimiento. Porque cuando hablo de Tucumán Arde, hablo de todo lo que hicimos, lo que no hicimos, cómo lo hicimos, cómo resultó. Pero también creo que nos llevó a no hacer nada, no le pudimos dar continuidad, como pasó con los movimientos políticos y demás. No pudimos darle continuidad a eso, terminó ahí. Después de Tucumán Arde no había nada para hacer, no se podía hacer más nada».

El diálogo continúa, Norberto agrega otro aspecto de aquellos años: «Estábamos en grupo, todo era en grupo, algo que ahora se ha vuelto a dar, porque se había perdido. Yo ahora no tengo grupo, toda mi formación y el momento de más ebullición en mi vida era en grupo. Después cuando tuve que trabajar solo, es bravo. Hoy soy un solitario. Cuando veo que ahora se trabaja en grupo lo veo con alegría. Porque esa época, por ejemplo la obra de las sillas, era en grupo, eran una cantidad de sillas mirando hacia la calle. Ahora la silla es una sola».

La fotografía

«Siempre sentí una necesidad de hacer cosas. ¿De dónde viene eso?, la verdad es que es un poco inexplicable. ¿Cuál es la necesidad de expresarse o de hacer algo para que los demás vean?, no sé, no tengo una explicación muy clara de eso. Porque también tenemos que tener conciencia de que nuestro trabajo no cambia el mundo. Pero creo que el camino uno lo reconstruye como puede, no tengo un relato lineal porque hay una serie de concatenaciones que me llevan a esto”, señala Puzzolo, y enseguida encuentra las palabras para continuar: “Nosotros éramos artistas de vanguardia. La vanguardia era la máquina, era el cine, y como el cine era menos accesible, la foto estaba ahí. Por otro lado, yo tenía que conseguirme un oficio que me diera placer y que además me diera para vivir».

Durante los años siguientes, en las páginas de los diarios Noticias y El Mundo se encontraban las fotos de Puzzolo registrando la vida política. Como siempre, aquellos negativos guardan hoy, en partes, a la vez la memoria de los acontecimientos y la historia propia de quien los registró. «Hace unos años, a partir de la visita de Rodrigo Alonso en mi estudio –fue el curador de la exposición El devenir de la Mirada en 2009–, me insistía que yo tenía que hablar de las fotos periodísticas que había hecho. Era una cosa que estaba dentro de una caja, con la cual yo no quería ningún tipo de prestigio con lo que había hecho en momentos muy difíciles de este país, una época muy dolorosa. Él insistía con querer poner de manifiesto que si yo alguna vez había hecho una vidriera para que la gente mirara la calle, yo había ido también a la calle a hacer fotos. Que no me había quedado sentado en la vidriera». Ese proceso de revisión, mediado por la mirada del otro, dejó una nueva huella y abrió camino: «De esa manera llené todo un hueco que tenía de los años que serían los más productivos de un ser humano, entre los 20 y los 35».

«Quedó algo de ese archivo, poco. En esa época no había forma de transmitir las fotografías al diario, la mayoría de las veces mandabas el rollo sin revelar, o sea que se perdía todo para uno. Así que el archivo es muy diezmado”, lamentó Norberto, y continuó: “Tengo lo de Villa Constitución –se refiere a las fotos del Villazo, de 1974–, que eso evidentemente pude conservarlo. Ese archivo hoy en día cuenta con una digitalización hecha por el Archivo Nacional de la Memoria para que esté disponible para consulta. Estas son las cosas que nos pasan en la vida y que no significan gran cosa para los demás pero son satisfacciones, los niveles de reconocimiento que a mí me interesan».

Herramienta y compromiso

«Creo que implica un compromiso con uno mismo tomar una herramienta y profundizar en ella. Ese compromiso es algo que da una continuidad. En ese sentido insisto mucho en ser honesto con uno mismo, porque así uno lo es con los demás. No engañarse, hacer lo que uno tenga ganas, y hacerlo lo mejor posible. Creo, también, que toda obra es autobiográfica, algo de mí hay en cada decisión que voy tomando. Incluso en alguna de las lecturas que tiene esa obra, también estoy yo”, señala el artista, y argumenta: “Si yo hago hoy una obra como la que estoy haciendo, porque la inundación me destruyó todo allá en Timbúes –ese es su bosque–, y es una cosa destructiva, también tiene que ver con que yo estoy en una edad de la vejez donde hay cosas en mí que se han deteriorado».

La mirada de los otros

«Yo retiro de mi vocabulario la expresión «me gusta». Claro que hay cosas que me gustan, personas que me gustan, pero no es que yo tomo algo sólo porque me gusta. Creo que tiene que haber una vuelta de tuerca más, tiene que haber algo que me interese y algo que me represente y le represente algo a los demás. Creo que toda obra es polisémica, uno hace determinada cosa y el otro pone sus saberes en la lectura de la obra. Siempre estuve muy preocupado en que no se vean determinadas cosas que yo no quiero que mis fotos reflejen. Pero de ahí para allá, que la gente vea lo que tenga ganas».

«En una oportunidad hacíamos una visita guiada a una muestra en el Parque de la Memoria, junto a Vera, que es Madre de Plaza de Mayo y cuya hija está desaparecida desde los 18 años. De la visita participaban estudiantes secundarios franceses. Ella hablaba en francés y me traducía a mí. Mientras miraba «Paisaje residual XII», Vera contaba que esa silla que estaba ahí, vacía, en ese paisaje bello, decía que en cualquier momento su hija podía venir y sentarse en ella. No le sugería la ausencia de su hija. Vera hablaba de futuro, de una esperanza. Y esa mirada me halagó mucho. La piel se me eriza y se me puede caer una lágrima en este momento, como me ocurrió en aquel instante. Alguien desde ese terrible dolor de una madre que le llevan una chica de 18 años, que nunca más vio, ya pasaron un montón de años y ella está ahí, con su pañuelo sentada al lado mío diciendo esto. Fue como uno de esos premios de la vida, son esas las cosas que yo valoro como trofeos».

El Rompecabezas

«Una de las cosas que más pensé, y que pienso siempre, es que una obra como la del rompecabezas, que está tan ligada a la muerte, tiene que tener una visión o una propuesta de futuro. No tiene que estar cerrada en una cuestión de muerte, no debe ser algo detenido en el tiempo. Siguen naciendo chicos, seguimos vivos nosotros, entonces el futuro sigue viniendo, sigue llegando», dice el autor de Evidencias, obra que forma parte de la exposición permanente del Museo de la Memoria de Rosario.

Realizada por Norberto Puzzolo en 2010, la instalación consiste en dos rompecabezas enfrentados cuyas piezas guardan una continuidad. Uno de los tableros corresponde a los niños y niñas apropiados por la dictadura. El otro, con espacios vacíos, se va conformando con cada nieto recuperado, pasando las fichas de un lado a otro.

«Lo más importante de la obra Evidencias es el trabajo de Abuelas de Plaza de Mayo. Sobre todo en esta época donde no sé qué puede pasar con el apoyo a ese trabajo. Tengo mis dudas con lo que publicó La Nación el día después de las elecciones, las pintadas en sitios de memoria, etc. Tengo temor, tengo mis reservas de que ya no tengan el apoyo que tenían. Por eso es importante remarcarlo».

«Todo nacía como una expresión de deseo de que en un futuro quede un tablero vacío y uno lleno. Y lo que pasó hasta ahora es que todos los años hemos cambiado fichas, todos los años se ha recuperado la identidad de más chicos. Lo mismo pasa con aquellos cuerpos de madres que han sido identificados y que, a través de investigaciones, se puede determinar que ese niño no nació. En ese caso también las fichas pasan del lado de las identidades recuperadas, porque se rompe con lo terrorífico de la figura del «desaparecido» que es que alguien no sepa donde están sus propios muertos, que no sepa dónde está esa hija querida, ese nieto. Eso también es producto del trabajo de Abuelas. Y lo que ocurre entonces es que esa obra pasa a ser una referencia más del trabajo que ellas realizan. Creo que esa obra ya no es mía, es difícil decir que el autor soy yo».

Publicado en el periódico El Eslabón

 

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