Es bien conocido el Papamóvil. Pero ya es hora de mencionar el ventilador papal, que esparció verdades pestíferas por México. De todos modos, las presiones de la Iglesia mexicana (derechista y al servicio de los ricos) y de la oposición al pontífice en el Vaticano les pusieron un límite a sus denuncias y a su progresismo.
Les costó mucho a los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos ocultar las definiciones explícitamente políticas del papa Francisco en su visita a México. Esta vez pocos se animaron a afirmar que fue una visita “solo pastoral”. Esta vez fue difícil encubrir sus definiciones ideológicas con los actos litúrgicos y el ingenuo fasto folklórico. El pastor se politizó. Quedó al borde de la “grasa militante”.
México es la tierra del dolor. Es un pueblo sufrido, doliente, arrasado por años de aplicación sistemática del neoliberalismo más salvaje. A esto hay que sumarle el seguimiento a pie juntilla del paradigma estadounidense de “lucha contra el narcotráfico”, que tiene resultados penosos: el narcotráfico es cada vez más fuerte y la corrupción penetró todos y cada uno de los entresijos de esa sociedad.
Fueron muchas las presiones previas, por parte de sectores del Vaticano, y de la corrupta curia mexicana, para manejarle la agenda al pontífice y ponerle algún límite. Algo lograron: el papa no se refirió a los abusos sexuales cometidos en México por sacerdotes integrantes de la organización Legionarios de Cristo, y de su nefasto y corrupto fundador, el mexicano Marcial Maciel, ya fallecido. Juan Pablo II lo encubrió con pasión. Benedicto XVI sacó a la luz las denuncias. Desde 2013 estos archivos volvieron a ser cajoneados.
Y a todo ese horror hay que sumarle uno más: México está entre los países con más feminicidios. Miles de mujeres permanecen desaparecidas. En otros casos, sus cuerpos, vejados y martirizados, aparecen en basurales. Nada ni nadie es capaz de frenar este flagelo social.
El ideal neoliberal del Estado pequeño, que sólo se encarga de reprimir la propuesta social pero en lo demás está al servicio de las grandes multinacionales, encontró en México su más triste ejemplo. La experiencia mexicana dejó una lección marcada a fuego, sangre, muerte y dolor: donde el Estado no está, se instala el narcotráfico.
“¡Llamen a Durán Barba!”.
El desacreditado presidente de México, Enrique Peña Nieto, ofreció bailes populares, colores y canciones mexicanas, boato y ceremonial. Francisco habló de los excluidos, de los privilegiados, de los que sufren la violencia, y de la necesidad de respetar la cultura de los pueblos originarios. Y afirmó una clara, directa relación entre la distribución de la riqueza y la violencia.
Peña Nieto parecía un perrillo que no paraba de mover la cola, nervioso. En una de las ceremonias dentro del Palacio Nacional, dijo, atragantado por los almíbares de la hipocresía: “Reconocemos en usted a un líder sencillo y reformador que está llevando la Iglesia Católica a la gente”. Eso dijo el neoliberal, el ajustador que está llevando miseria y muerte a su gente.
El papa tomó un traguito de agua y arrancó: “Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”, señaló el pontífice para darles mucho trabajo a los medios hegemónicos y a las usinas de manipulación neoliberal: “¿Cómo es eso de relacionar la distribución de la riqueza con la corrupción, la violencia, el secuestro y la muerte?”, se preguntaron, agitados, los manipuladores al servicio de la derecha. «Qué venga Durán Barba, fue el rezo de muchos».
“A los dirigentes de la vida social, cultural y política les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva”, agregó el pontífice rodeado de dignatarios de la Iglesia cuyos rostros en poco se diferenciaban de un simple ano, si no fuera por los ojos y el sentido horizontal en que se ubica la boca.
Se habla mucho del Papamóvil. Pero ya es hora de valorar el ventilador papal, que con sus aspas esparció verdades pestíferas por todo México. Y las autoridades eclesiásticas de ese país, lejos de salvarse de reparto de estiércol, terminaron con sus ricas vestiduras llenas de lamparones.
El arzobispo primado de México, Norberto Rivera, fue también primado en fusionar culo y faz. Su rostro bien hubiera merecido una nota como las que se dedica a modelos o vedettes que se fotografían el culo y suben la muy nalgada imagen a las redes sociales: «El arzobispo calentó las redes», sería el título de la foto, que mostraría el gesto adusto, anal, de Rivera. Sentado detrás del pontífice durante la ceremonia, hombre conservador y de derecha, tuvo su mejor momento durante el papado de Juan Pablo II. Cuando escucha hablar de la “Iglesia pobre para los pobres” se inyecta un Decadrón.
Rivera fue además un fervoroso defensor de los curas violadores de niños. Por eso salió en defensa de Marcial Maciel. Y Francisco calló sobre el tema, decepcionando a los familiares de las víctimas de los abusos.
En la ceremonia que tuvo lugar en la Catedral de México, un enclave de la versión más reaccionaria de la Iglesia, ajena a la pobreza y al pueblo, el papa dirigió el ventilador a los integrantes de esa curia caracterizada por su opción por los ricos: “¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles!”, dijo Francisco. Señaló asimismo que “el pueblo mexicano tiene derecho” a que el mensaje se encarne en su Iglesia, y desafió a los obispos a que se animen a cruzarse con las miradas de los más jóvenes.
Y fue muy duro con relación a las intrigas palaciegas y las internas que desde sus orígenes caracteriza a la monarquía vaticana: “¡Si tienen que pelearse, peléense como hombres, a la cara!”. Les recomendó que no escondan sus sotanas y se concentren con “singular delicadeza en los pueblos indígenas y sus fascinantes, y no pocas veces masacradas, culturas”.
En Ecatepec, durante su primer encuentro con el pueblo, volvió a denunciar la corrupción, la pobreza y la inmigración como última salida a la pobreza. A pocos metros de Francisco estaba el obispo emérito de Ecatepec, Onésimo Cepeda, un ex especulador financiero, empresario y bon vivant convertido en sacerdote sin dejar ninguna de sus otras profesiones. Cepeda fue dirigente de la banca privada, trabajó en el Grupo Financiero Banamex, en Citygroup y el multimedios Televisa. Toma vino Chateau Petrus (unos 3.175 dólares la botella). En 2010, fue acusado de fraude y lavado de dinero por de 130 millones de dólares. En cualquier momento le ofrecen un Ministerio en la Argentina.
México, un contrapeso a la integración regional: El amor de Macri por Peña Nieto
“El modelo mexicano” es reivindicado por el presidente de la Argentina, Mauricio Macri, quien ya se reunió con el mandatario de ese país, Enrique Peña Nieto, en enero de este año. El encuentro fue en Davos, justamente, una suerte de catedral del neoliberalismo donde los CEO hacen de Papas del capital. Peña Nieto y Macri se prodigaron mutuos elogios y acordaron recomponer las relaciones comerciales y revertir la posición “distante” que caracterizó al vínculo en los últimos años.
Los gobiernos kirchneristas tuvieron sobrados motivos para no mantener una relación cercana con México. Ese país, desde hace años es arrasado por el neoliberalismo y por políticas de “seguridad” dictadas desde EEUU, con privatizaciones, represión, y un reparto cada vez más inequitativo de la riqueza.
El paradigma mexicano nada tiene que ver con el proceso de integración, liberación y crecimiento con justicia social emprendidos por Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina antes de la llegada de Macri al poder. México representa precisamente lo contrario. Es el anti-modelo, un contrapeso. Siguió bajo el viejo esquema de patio trasero de EEUU Esto explica el enamoramiento de Macri.
Fuente: El Eslabón