Las caídas o asesinatos de los principales referentes de las bandas criminales rosarinas más importantes de los últimos años reconfiguran –con el lenguaje de los proyectiles– el mapa delictivo de la ciudad. De las bandas normadas a la anomia criminal.

Las cárceles y los cementerios que albergan a quienes lideraron las principales bandas criminales de Rosario en los últimos años son destinos que no han contribuido a la disminución de la violencia urbana, sino que parecen aventar el fuego del recrudecimiento de venganzas y homicidios en busca de un nuevo equilibrio de fuerzas de las organizaciones delictivas, que reorganizan el mapa criminal de la ciudad sin los acuerdos precarios de convivencia que en otros momentos permitieron niveles tolerables de sangre en calle. En ese novedoso escenario, las barras bravas de los dos clubes de fútbol que participan del torneo de Primera División constituyen el principal foco de preocupación de las autoridades de seguridad: en un caso por la ausencia de una jefatura única que ordene la desperdigada tropa sin mando, y en el otro por el desafío a través del sistema de arrojar muertos cercanos a su añejo e intocable mandamás.

El asesinato de diez tiros de Matías Hernán Cuatrero Franchetti en la puerta del estadio de Newell’s Old Boys a media tarde, y su réplica de lluvia de proyectiles al frente del bar “El 14” de la zona sur –donde se reúne un grupo de la barra leprosa–, despierta en los investigadores el mismo signo de alarma que el homicidio de Julio César Cara de Goma Navarro –mano derecha del jefe de la barra canalla Andrés Pillín Bracamonte– y su inmediata respuesta: el acribillamiento de Mario Sebastián Gringo Visconti, cuyo cuerpo apareció en un camino rural cercano a Ibarlucea.

En un diagnóstico apresurado –o demasiado matizado por las necesidades políticas– la ministra de Seguridad nacional, Patricia Bullrich, aventuró que la captura del jefe de Los Monos que estaba prófugo, Ramón Machuca (conocido como Monchi Cantero y arrestado en Capital Federal), llevaba “tranquilidad” a los rosarinos. La descarga de proyectiles sobre el cuerpo de Franchetti en pleno Parque Independencia, apenas 24 horas más tarde, la contradice de un modo más eficaz que el más listo opositor.

El diagnóstico que elaboran en el gobierno provincial es, por el contrario, que la caída de los líderes de las principales bandas que operan en la ciudad empiojó todo. ¿Por qué? Porque hicieron ingresar en su crepúsculo lo que en el Ministerio de Seguridad denominan “bandas normadas”, aquellas que establecen liderazgos claros y reglas de funcionamiento –por lo general mediatizadas por el rol policial de administración del delito– que permiten la construcción de un equilibrio normalizador del crimen. Es decir, la producción de negocios ilícitos sin tanto coágulo sanguíneo en la vía pública.

Ejemplo de ese caso, dicen autoridades oficiales a el eslabón, es la vieja conducción de la barrabrava de Central en manos de Pillín Bracamonte. “Esa es una banda normada”, señala un interlocutor apelando al lenguaje criminalístico, y brinda detalles de su regular funcionamiento mediante una estructura con definición de roles y funciones. En cambio el descabezamiento de las principales organizaciones delictivas deja –al menos durante un tiempo y hasta el establecimiento de un nuevo orden– a las segundas líneas operando como “espadas sin cabezas”.

Caídas

“Hasta 2012 había un equilibrio entre las bandas producto de una relación de fuerzas y una convivencia, que siempre es precaria”, dice a este periódico una fuente gubernamental. “Cuando caen algunos de los cabecillas de esas bandas se desmadra la situación por debajo”, abunda el funcionario, quien considera que actualmente en Rosario operan “las segundas y terceras líneas” de las organizaciones criminales más renombradas.

Cuando Claudio Pájaro Cantero fue asesinado la madrugada del 26 de mayo de 2013, las charlas telefónicas de los principales miembros de la banda Los Monos eran escuchadas por la policía, que tenía intervenidos sus móviles desde un mes antes por el crimen del ex cuñado del Pájaro, Martín Fantasma Paz, ocurrido un año antes.

La seguidilla de homicidios que siguió a la muerte de Cantero engrosó las causas por las que ahora son requeridos judicialmente su hermano Máximo Ariel, alias Guille, su hermano de crianza Machuca y varios de los lugartenientes de la banda con asiento en la zona sur de Rosario y predominio en ese territorio y parte de Villa Gobernador Gálvez. El Mono Viejo, Máximo Ariel Cantero padre, y otros miembros de la organización criminal están detenidos y serán enjuiciados por asociación ilícita.

Poco tiempo después, en septiembre, cayó David Delfín Zacarías por narcotráfico en una casa-quinta de Funes. Su área de influencia era de Granadero Baigorria hacia el norte, por la ruta 11 hasta la ciudad donde San Martín dio su única batalla en suelo argentino.

Como consecuencia del crimen del Pájaro Cantero, el barra de Newell’s Luis Pollo Bassi fue a la cárcel tras unos meses prófugo. Tuvo mejor suerte que la de sus hermanos Leonardo y Maximiliano, que entre el último día de diciembre de 2013 y febrero del año siguiente fueron asesinados por sicarios en su casa de Villa Gobernador Gálvez. En octubre de ese año también fue asesinado Luis Bassi padre, en el mismo lugar. Otros dos hermanos de la familia, Marcelo y Damián, están detenidos a disposición de la Justicia ordinaria. Sobre los Bassi pesó durante mucho tiempo el señalamiento de constituir una banda narco al sur de la avenida  de Circunvalación, que sin embargo nunca llegó a convertirse en reproche penal. Está inoperable.

Dos días antes de Fin de Año de 2013 fue Luis Medina, el Gringo, quien cayó acribillado a balazos en el acceso sur cuando manejaba un auto que le había regalado a su pareja la modelo Justina Pérez Castelli. A la chica la alcanzaron por tres balas y también murió. Un año antes había dejado Rosario –donde estaba sindicado como jefe de una organización narco que operaba en los barrios del oeste y el noroeste– presumiblemente por razones de seguridad. Una serie de homicidios previos lo habían inquietado. Se había radicado en un country de Pilar, en el norte bonaerense.

Luis Paz, el padre del Fantasma, cuyo crimen nunca resuelto derivó en la acusación por asociación ilícita contra Los Monos, dejó la ciudad. “Está operando en Santa Fe”, dicen fuentes bien informadas.

En octubre del año pasado Walter Jure, un hombre con condenas por narcotráfico, fue arrestado en una causa por tráfico de marihuana. Al igual que Diego Fabián Cuello –procesado en diciembre pasado en un expediente por violación a la ley de drogas junto a Guille Cantero– eran eslabones menores de la cadena que regenteaba la actividad en la ciudad y al región. Pero también están fuera de juego, por ahora.

Si la muerte redime, la prisión no parece lograr el mismo efecto. Las detenciones de las principales cabezas de las bandas no suponen, necesariamente, que dejen de operar. El expediente federal contra Guille Cantero como jefe de una narcobanda dirigida desde el penal de Piñero –donde estaba detenido por causas de la Justicia ordinaria– a través de su esposa, y el del presunto narco Aldo Totola Orozco, acusado de mantener operativa su organización desde la cárcel de Devoto son dos ejemplos próximos.

Pero a pesar de esas caídas y asesinatos, no se acabó la rabia.

Anomia criminal

Del equilibrio alcanzado por esas “bandas normadas”, con territorios y negocios definidos y atravesadas por la complicidad policial, se desembocó en este escenario de “anomia criminal” que no respeta las reglas tácitas que regulan la convivencia entre grupos, según creen en el gobierno santafesino. La ola de “boletas pesadas” de las últimas semanas obedece, señalan, a esta novedosa situación de reconfiguración del mapa delictivo.

“Rosario Central tiene desde hace varios años una estructura jerárquica bien definida, con roles y funciones. Esa estructura a veces va variando en las líneas medias pero responde a una misma jefatura. Por eso se mantiene esa normalidad, entre comillas”, dice un portavoz oficial. “Lo que pasó en estos días es extraordinario”, agrega.

Otra fuente que conoce los movimientos de la barra canalla asegura que el crimen de Cara de Goma Navarro, también conocido como Tito, el segundo de Pillín Bracamonte, se originó en un entredicho por un búnker de venta de drogas en el barrio 7 de Septiembre, donde residía Navarro con su familia.

“Al búnker le llamaban El del Medio, o algo así, y lo estaba trabajando el Gringo Visconti”, dijo la fuente. Y agregó que Visconti –quien unos meses antes de su asesinato había cumplido una condena por narcotráfico– estaba afuera de la barrabrava de Rosario Central pero mantenía contactos con los Romero, una familia con antecedentes de transgresiones a la ley radicada en Nuevo Alberdi.

“A esa banda hay que prestarle atención. Creció mucho y ya no sólo cubre el territorio de Nuevo Alberdi”, alerta el conocedor a el eslabón. “Son de caño y son muchos”, describe.

De acuerdo a esa fuente, Navarro conminó a Visconti a que se aleje del barrio 7 de Septiembre. El Gringo, ex jugador de Central y luego miembro de la barra, no acató el pedido –que podía provenir de Bracamonte– y desafío su poderío.

Ya no podrá ser acusado por el homicidio de Navarro porque la ley penal exime de persecución a los muertos, pero los investigadores del caso creen que tuvo algo que ver con los tiros que terminaron con el Cara de Goma.

Así lo creyeron, aseguran fuentes policiales, los que lo levantaron de la estación de servicio de Baigorria y García, en la zona noroeste, para trasladarlo hasta el camino rural cercano a Ibarlucea donde lo sentenciaron sin juicio previo.

“No descartes que Pillín se vaya al exterior. Es un rumor. Podés andar en un Mini Cooper y con custodio, pero cualquiera te puede matar”, vocea a oídos de este periódico una fuente antes mencionada. Según esa mirada, Bracamonte no se iguala a otros personajes del submundo en el que transcurren sus horas sino que posee “una cabeza” superior a la del promedio de su ambiente. “Está hecho, se puede retirar. Es un tipo que hizo las cosas muy prolijas y que siempre buscó los acuerdos”, insiste el confidente, quien no descarta reacomodamientos en la barra canalla.

Rojo y rojo querido

“Newell’s es un caos. Después de la muerte de (Roberto) Pimpi Caminos y con la detención del Panadero (Diego) Ochoa conviven varias bandas que todas creen que pueden disputarle el poder al que tienen al lado. No tiene jefatura”. Conciso en su descripción es el funcionario que habla con este periódico al describir la situación de la barrabrava del club del Parque Independencia.

Otro conocedor de ese asunto agrega sobre el Cuatrero Franchetti, asesinado la semana pasada en la puerta del estadio: “No era el jefe. El jefe sigue siendo el Panadero”.

El Panadero es Ochoa, preso desde 2013 como presunto instigador del asesinato del anterior capo de la barra, Caminos, ultimado a balazos en marzo de 2010 luego de caer en desgracia su protector, el ex presidente de Newell’s Eduardo José López.

Según los investigadores, Ochoa intenta mantener el liderazgo de la barra desde el presidio a través, entre otros, de Nelson Chivo Saravia, quien estaba junto al Cuatrero la tarde que lo mataron de diez balazos 9mm.

“Franchetti estaba cerrando un acuerdo con una de las listas”, dijo un pesquisa en relación a la presencia de Cuatrero en el club la tarde del crimen, a pocos días de las elecciones en Newell’s. También lo ubica como parte de la brutal disputa entre Alexis Caminos, un hijo del Pimpi, y la familia conocida como Los Funes, radicada en barrio Tablada pero cerca del Fonavi de Alice y Lamadrid, el territorio de los seguidores y parientes de Pimpi. “Esa muerte fue un vuelto”, agrega, y recuerda que Franchetti había quedado envuelto –aunque sin consecuencias penales– en la causa por el tráfico de casi una tonelada de cocaína a Portugal en el caso conocido como “Carbón Blanco”. El ex presidente del club Real Arroyo Seco, Patricio Gorosito, fue condenado en septiembre del año pasado a 19 años de prisión por un tribunal oral de Chaco.

También el Pollo Bassi, como se dijo, construyó su trayectoria desde las tribunas leprosas. Los Monos también tuvieron una pata allí, principalmente de la mano del recientemente capturado Monchi Cantero. El asesinato en febrero de 2013 de Maximiliano Quemadito Rodríguez y la tentativa de homicidio a su amigo y también barra leproso Matías Pera, deben registrarse, entre otros hechos de violencia, en las inconclusas disputas internas del club del Parque.

La ausencia de conducción de esos grupos de la tribuna leprosa bajo un liderazgo unificado produce el “caos” referido por el funcionario, o la “anomia criminal” señalada por el especialista, cuyo último cimbronazo se escribe en estos días en las páginas policiales y los obituarios.

Fuente: El Eslabón

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