Ilustración: Facundo Vitiello.
Ilustración: Facundo Vitiello.

En una época que hoy quizás se nos presenta remota, se llevó a cabo un peculiar e inusitado mundial de fútbol. Lo singular fue que este evento no tuvo como sede a un país, a un Estado-Nación, como es habitual. No. Este mundial se realizó en un sitio abstracto, de ambiente árido y límites difusos. Este campeonato de fútbol, del cual voy a hablarles, se disputó en la sombría patria del oprobio.

En este lugar, en esta tierra, la característica principal era la ausencia total de univocidad. Allí la realidad estaba constituida por una naturaleza dual, y por supuesto, la copa dorada (que los alemanes poseían) no era lo único que estaba en juego. En la patria del oprobio también se disputaban otras cosas por aquel entonces.

I

La algarabía llegó anticipando el enorme evento. Los colores de la fiesta del fútbol se posaron incólumes sobre toda la región, intentando cubrirlo todo. El infinito himno de los cánticos infundía esa particular fragancia, mezcla de pasión y locura. Y el sentir nacionalista se propagaba con vehemencia buscando cooptar a todos y a cada uno, pero sólo en apariencias lograba su objetivo. Porque aquel mundial disputado en la patria del oprobio no consiguió encadenar a todos detrás de una misma camiseta.

Daniel y Patricia, como tantos otros, estaban atravesados por la euforia mundialista. Hegemónicamente, el principal tema de conversación entre ellos estaba instalado, inmutable, como si el lenguaje (y por lo tanto el pensamiento) careciese de otro uso.
– ¡Qué equipazo tenemos! -repetía él constantemente, a lo que agregaba:
– Este año que somos locales, vamos a salir campeones.
– Seguro que vamos a ganar -añadía ella-. ¡Hay que triunfar como sea!
Los entusiastas hinchas, a menudo, se olvidaban del mundo circundante, y el campeonato de fútbol acaparaba todo el sentido de sus vidas.

II

En la patria del oprobio, más allá de sus características geográficas, existían volubles espacios de profusas mesetas (o amesetamientos). Estos territorios empíricamente imposibles y espiritualmente lóbregos refugiaban a los desamparados de la lógica mundialista. En este sector retirado convivían aquellas personas para las cuales el gran campeonato futbolístico era un acontecimiento superfluo y alejado, pero también perverso y siniestro.

Recordemos que en la patria del oprobio este evento internacional no logró unir a todos detrás de una misma camiseta.

La densa atmósfera que provenía desde la zona distante al mundial solía enrarecer, algunas veces, el clima de furor, júbilo y expectativa que predominaba en el ambiente de aquellos días en la patria del oprobio.

Es que no todos gozaban de esos agradables sentimientos que el fútbol suele despertar. No. Existía un grupo de excluidos que lejos estaba del disfrute. Pues, ¿cómo se podía concebir en ese entorno, en ese mundo, un momento para el regocijo y el ocio? Era imposible, claro. Recordemos que la realidad se hallaba escindida por aquel entonces: en la patria del oprobio coexistían dos universos paralelos e intrincadamente enlazados.

III

Los gritos de aliento para los equipos emanaban desde todos los vagos rincones de la región, y se amalgamaban conformando ese canto pasional que constituye el folclore ineluctable del fútbol.

Las gargantas de Daniel y Patricia contribuían con la configuración de ese gigantesco y metafísico clamor que reverberaba al unísono en todos los corazones de los hinchas.

Y esta melodía tan intensa y fuerte, al igual que la magnitud del torneo, muchas veces dificultaba la comunicación entre los habitantes de la patria del oprobio, los cuales, a menudo, solían ver complicada su facultad de entendimiento.

Entre penas y glorias, el campeonato seguía su sinuoso curso.

Cada partido removía las esperanzas, y los triunfos acumulados acrecentaban la tensión y el anhelo.

El árbitro pitaba y la cuenta regresiva de noventa minutos tenía su comienzo, cuenta que desembocaba inevitablemente en alegría o tristeza, victoria o fracaso, alborozo y satisfacción o pesadumbre y desencanto.

Las cartas estaban sobre la mesa, y la suerte, echada. Todo dependía de las piernas y de las mentes de los mejores once.

Sin embargo, el destino de los otros sectores, ajenos al cotejo, estaba sellado definitivamente. Allí sólo se percibía desconsuelo y resquemor, fusionado con un dejo de frustración y derrota. Y lo increíblemente extraño era que estos aciagos sentimientos, y esta realidad, eran propiedad intrínseca de la gran mayoría de los habitantes de la patria del oprobio, aunque los engalanados por la locura del mundial no llegaban a advertirlo completamente.

IV

Los colores del cielo descendían a la tierra, y en forma de papelitos y banderas se tornaban tangibles.
¡¡¡Gol!!!, estallaban las tribunas cada vez que la pelota derivaba hacia el fondo de la red.
-¡Vamos a salir campeones, carajo!
-¡Salgan de la casa con las manos en la cabeza, carajo!
– Nunca nos daremos por vencido –le aseguraba Patricio a Daniela.
Los otros seguían gritando.
– No, jamás –le respondía ella con ímpetu.
El aire se tornaba espeso reiteradas veces en la patria del oprobio.
El recelo merodeaba las áreas más alejadas al frenesí mundialista, y hechos de funesta índole se ocultaban por esas zonas, detrás del evento deportivo.

V

El ansiado partido final se cristalizó definitivamente, y se jugó en varios recintos a la vez.
Ánimos de esperanza e incertidumbre pulularon por doquier, y el mundo, expectante, aguardaba el desenvolvimiento de la historia.

Ya se vivía la última contienda: un disparo del 10 y Daniela cae desparramada en el suelo, la sangre brota de su pecho, y con su escaso aliento grita: ¡Goooooollllll! Todos se abrazan en las tribunas del equipo local, mientras que para los demás, todo es desazón en ese lugar profanado.

Patricio, atónito, trata de asistir a su compañera; en ese instante, alguien irrumpe en la casa y Patricio, firme con su pistola, lo bate al arquero que había salido fuera del área. Llegó el empate, y el estadio es invadido con ese sentimiento de tensión producto de los nervios, producto del horror que suscita la posibilidad de ser derrotado.

Patricio atiende a Daniela que se muere si su equipo pierde. Daniel abraza a Patricia en la platea y trata de calmarla: “Tranquilizate, ya no te sale más tanta sangre”.

Afuera siguen gritando las hinchadas eufóricas: “¡Salgan, hijos de puta!”.

– ¿Qué va a ser de nosotros? –pregunta ella sabiendo que va a morirse.
– Calmate, con este equipo no podemos perder.
– Y si perdemos, me muero.
– No te vas a morir, y si entran nos van a tener que matar a los dos

Un tiro en el palo estremece a toda la tribuna local, y la pierna de Patricio queda destrozada por el proyectil. Su alarido desgarrado deja en silencio a todo el estadio.

Faltan pocos minutos para el final y todos se van al ataque, llenan el área de disparos y tumban la puerta de una patada. El desenlace es inminente, el matador y los matadores salen a la carga.

Sus enemigos quieren resistirse pero se encuentran acorralados contra su propio arco. De inmediato, son reducidos. El 4 entra con pelota dominada en el área chica, lo derriban de un culatazo y desde el suelo, vomitando sangre, la manda al fondo de la red rival.

Patricia y Daniel lloran al igual que Daniela y Patricio.
– ¡Somos campeones del mundo! –mientras ambos son conducidos en un vehículo marca Ford.
Dos historias, dos realidades, dos mundos, la victoria y la derrota conjugada e indisoluble, paradojas de aquel extraño mundial disputado en la patria del oprobio.

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