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La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos causó sorpresa, horror, estupor y angustia en muchos ciudadanos y ciudadanas estadounidenses, y también en los periodistas y analistas. No saben cómo encuadrarlo. No pueden etiquetarlo. Representa todo un desafío hermenéutico, al menos por ahora. Las viejas categorías de análisis resultan insuficientes para explicar el fenómeno en su totalidad. Se recurre a comparaciones. Se hacen tanteos.

Habrá que esperar. La ansiedad no es buena consejera en estos casos. Pero ya quedó claro que la misma prensa hegemónica que apoyó las administraciones demócratas, desastrosas para los intereses de las grandes mayorías, y de una agresividad imperialista con pocos precedentes, carecen de autoridad moral para asombrarse del surgimiento de Trump.

Con altas dosis de cinismo e hipocresía, las grandes cadenas de medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos enfocan la presidencia de Trump como el mágico, absurdo y ahistórico advenimiento de un monstruo que nada tiene que ver con la historia del capitalismo en general y, más en particular, con una forma de hacer política en tiempos del neoliberalismo triunfante que esos mismo medios apoyaron.

Trump es el resultado de la hegemonía del capitalismo neoliberal. Es su cara más horrible, más sincera, más brutal. Por eso su surgimiento produce tanto escozor entre quienes pretenden ocultar las atrocidades del capitalismo imperialista, con o sin Trump.

El magnate es la excrecencia de la hegemonía neoliberal. Es la excreta que han dejado esas políticas. Por eso quieren esconderlo, por eso les resulta insoportable su emergencia. Quieren esconder su propia caquita.

Trump surge del centro más putrefacto del sistema capitalista neoliberal. Y por eso mismo, parte del establishment lo repele, lo expulsa, lo desprecia. Pero sólo parte del establishment, que es amplio, difuso, y tiene grandes contradicciones internas. Otra parte ya lo hizo suyo. Y Trump va a trabajar para ellos, como no podría ser de otra manera. Para eso se eligen los presidentes en EEUU y en buena parte del mundo.

Es posible que haya cambios dentro de la configuración de las elites dominantes. Siempre hay tensiones, reconfiguraciones, reacomodamientos internos de este conglomerado de intereses, y una figura como Trump puede acelerar y profundizar este proceso. Hay recambios en la elite, y una posible reconfiguración de alianzas y complicidades del sistema plutocrático estadounidense. No es un dato menor el ataque de Trump a la “elite” en el sentido de “elite política tradicional”. Es el ya viejo discurso anti-político que esconde bajo el poncho la idea de que todo el poder lo deben detentar las corporaciones, y que los dirigentes políticos, a los sumo, deben ser fieles empleados del poder corporativo.

Pero estas reconfiguraciones internas de la elite suelen tener un impacto menor en la vida y los intereses de las mayorías.

Acaso Trump, es muy pronto para saberlo, termine siendo una versión algo distinta del capitalismo, quizás con dosis de proteccionismo industrialista. Acaso represente una nueva alianza social, política y económica. Pero en lo que respecta al pueblo estadounidense, y a los pueblos del mundo afectados por la violencia genocida del Imperio, es difícil pensar en cambios profundos.

La hipocresía del New York Times

El New York Times muestra pánico y estupefacción. Rastrea y denuncia todas y cada una de las muchas mentiras de Trump, pero se olvida que históricamente propagó y encubrió grandes mentiras de otras administraciones. Y que apoyó, por ejemplo, a Hillary Clinton, tan mentirosa y corrupta que su candidatura, indigerible, permitió el triunfo de Trump.

El New York Times olvida que fue cómplice de la criminal política exterior de Barack Obama en Irak, Afganistán, Siria y Yemen, por sólo dar algunos ejemplos de las acciones del presidente que tenía una lista negra de ciudadanos estadounidenses para asesinar sin juicio previo.

Ahora el New York Times se horroriza y ofrece un diario y completo escrutinio de las falsedades que desde que asumió Trump viene difundiendo su secretario de Prensa, Sean Spicer, “que dijo tal cantidad de cosas falsas durante su primera aparición en la Sala de Prensa de la Casa Blanca que muchas de ellas ni siquiera llamaron la atención”.

Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008 y uno de los columnistas estrella del New York Times, pinta un panorama sombrío para el futuro de EEUU. Pero Krugman no sólo apoyó a Hillary Clinton sino que fue un cínico, despiadado crítico del precandidato demócrata Bernie Sanders. Y hoy es posible pensar que el monstruo Trump fue formado, entre otras cosas, con todo el lodo y la bosta que la falsa progresía demócrata echó sobre Sanders, quien realmente representaba un cambio. Un cambio que resultó demasiado profundo para la misma sociedad que ahora se muestra histérica ante el magnate.

Krugman calificó al discurso inaugural de Trump como “espeluznante y horrible”. Y describió en detalles el “berrinche” del presidente ante los informes acerca de la poca cantidad de gente que concurrió a su ceremonia de asunción. La nota se titula “La cosas solo puede ponerse peor”, y el diagnóstico es más que sombrío: “De algún modo, vamos a tener que sobrevivir cuatro años con esto”, afirmó el Premio Nobel de Economía.

Los medios progresistas, sin brújula

Los medios alternativos, progresistas y de izquierda se muestran estupefactos. Y más allá de sus buenas intenciones, y de su apoyo incondicional a la militancia social, a veces deambulan erráticos e impotentes a la hora de analizar a Trump. Abusan de las comparaciones forzadas con otros contextos históricos, con otros fenómenos socio-políticos de otras épocas que, lejos de aportar, encubren el hecho fundamental: Trump es resultado de la sociedad estadounidense de hoy, no de la Roma de Augusto ni la República de Weimar.

Chauncey DeVega, del medio estadounidense Salon, tituló su nota “¡Felicitaciones EE.UU.! Elegiste a un presidente realmente fascista”. El analista califica la política yanqui como “crecientemente anormal”, y considera que ese fenómeno llevó a la situación actual de sentirse “atrapados en una distopía”.

El primer párrafo de la nota comienza con una detallada descripción del presidente: “Donald Trump, un mentiroso en serie, un narcisista, un empresario fracasado, un engañador político, un adúltero, un agresor sexual que ataca los genitales femeninos, un hombre que no lee, un ignorante, admirador y fanático de déspotas y dictadores, actor en un video porno, persona que no paga a sus empleados, miembro del club de fans de Vladimir Putin, propietario racista, candidato preferido de neonazis y otros racistas marginales, villano de lucha libre profesional y candidato que incita a la violencia contra sus oponentes políticos. Y es, ahora, 45° presidente de los EEUU”.

Jim Sleeper, del medio Open Democracy, recurre a la Antigüedad para entender lo que está sucediendo hoy. Su nota se titula “El presidente de EEUU intentará gobernar como un emperador romano”, y afirma que Trump está destinado a seguir los tiránicos pasos de Augusto.

Jeremy Sherman, de la cadena de medios alternativos y de izquierda AlterNet, recurre a la psicología. Su nota se titula “El estado psicológico de Trump es lo que mejor explica su retorcida visión del mundo”. Y recomienda pensar al flamante presidente “como un acaparador”. Pero no como un acaparador de objetos, sino como uno que se interesa “por las victorias y las venganzas”.

La nota de color, desconcierto, y un buen grado de desconocimiento, la aporta Jack Schwartz, de The Daily Beast, quien compara a Trump con Juan Domingo Perón. “¿Será Donald Trump el Perón de EEUU?”, se pregunta en el título. Y más allá de que marca algunas diferencias, la respuesta a la pregunta es sí, y los argumentos débiles. Según el analista, Perón “se las arregló para representar distintas cosas para distintas personas, que proyectaron sus aspiraciones sobre él. Fue oportunista pragmático, no ofrecía tanto una ideología sino un aura”.

Mejor buscar lejos, antes que reconocer nuestra propia, horrible imagen en el espejo más cercano.

Fuente: El Eslabón

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