Parecen hechos disociados, pero la desaparición del submarino ARA San Juan, el asesinato de Rafael Nahuel y la muerte de Santiago Maldonado comparten un sino fatal: un Estado cooptado por una casta cuyo interés vital es generar un modelo para hacer negocios cueste lo que cueste.
Mucho se ha escrito y hablado acerca del Gobierno de los CEOs, pero pocas veces esa caracterización tuvo tanta incidencia en la escena política como desde que Cambiemos logró instalar que en las últimas elecciones legislativas obtuvo un triunfo tan contundente que le permite y legitima ir por todo, en una ofensiva brutal por lograr la restauración de privilegios y negocios que de algún modo habían sido morigerados desde 2003 a 2015.
En tantísimas oportunidades, también, se ha indicado que un modelo como el que encarna la alianza entre el PRO y la Unión Cívica Radical no cierra sin represión a la protesta social. Los hechos de la última semana, sumados a los acontecidos desde la asunción de Mauricio Macri y su cohorte de ejecutivos, obligan a un diagnóstico que estremece: por primera vez, cobijada bajo millones de votos, una pandilla de rapiñeros de alta gama gobierna a la Argentina.
Esos bandoleros asumieron que la legalidad bien puede ponerse en valor “con el Winchester en la mano”, y que la defensa de los intereses económicos de latifundistas extranjeros, petroleras, agroexportadores, financistas, banqueros, mega empresarios y grupos mediáticos oligopólicos está por encima del valor que tiene la vida.
Hace algunos años, el empresario inmobiliario Nicolás Van Ditmar, rodeado de empleados de la firma Hidden Lake, perteneciente al magnate inglés Joe Lewis, amenazó: “Vamos a defender la propiedad privada con el Winchester en la mano, con sangre si hace falta”.
En los últimos días, en voz alta, el obispo de Bariloche Juan José Chaparro advirtió a “las autoridades” del Estado que deben abrir “canales de diálogo” con las comunidades mapuches, en el marco del asesinato del joven Rafael Nahuel, de apenas 22 años, para que hechos como ése “no se repitan y no comencemos a sumar muertos”.
Pese al proverbial conservadurismo de la jerarquía eclesiástica argentina, las definiciones del obispo de Bariloche en estos tiempos se apoyan nada menos que en las expresiones apostólicas del papa Francisco, quien ya en la encíclica Laudato Si señala que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada».
Para quienes se sientan sorprendidos por el nivel de violencia política que exuda el régimen macrista, sería bueno que reparen en este momento histórico, porque la oligarquía siempre instaló que la violencia armada la origina el Pueblo. Así sucedió en los años 70, así comienza a ser relatada por los nuevos ideólogos del enemigo interno.
Una colega rosarina, Ilka Luetich Podestá, a propósito del homicidio de Rafael Nahuel, publicó en la red social facebook una reflexión inquietante: “A todo esto, ¿Benetton y Lewis no saben/no contestan?”. El posteo de la periodista subraya que “es una reflexión acerca de hechos que ocurren en la zona donde tienen las tierras Benetton y Lewis; hechos que obviamente no pasan desapercibidos aunque los dueños no se encuentren en el país. Benetton pone el foco de sus campañas publicitarias en aquellos que son discriminados, las minorías vulnerables, los refugiados, el sida, etc. Lewis ha desarrollado eventos benéficos en sus tierras para niños vecinos, incluidos mapuches. Entonces su silencio se torna ominoso y cargado de sentido ante hechos que deberían conmoverlos. En el predio Lewis está el Lago Escondido, que era público hasta que aquel adquirió las tierras, cuyo proceso de adquisición merece un capítulo aparte. El presidente Macri es amigo personal de Lewis y ha parado en su propiedad. Supongo que se ha bañado en el lago, cuyo acceso a la población general es prohibido, si es necesario, «con el Winchester en la cintura»». Luetich Podestá también recordó a los matones que prometen regar con sangre ajena la Patagonia.
El Estado como garante de la rapiña
En su edición del martes 28 de noviembre pasado, el diario Clarín reprodujo las apreciaciones del presidente Macri, su ministra de Seguridad Patricia Bullrich y su jefe de Gabinete Marcos Peña en torno de la represión en Villa Mascardi, en el que la Prefectura asesinó a Rafael Nahuel.
“En la reunión de Gabinete Patricia Bullrich daba una detallada explicación ante sus colegas ministros sobre el operativo en Villa Mascardi, en el que murió Rafael Nahuel, un joven de la Comunidad Lafken Wincul. Mauricio Macri escuchaba en silencio y asentía con su cabeza. Hasta que en un momento la interrumpió:
–Pará ahí, Patricia. ¿Cómo que en medio del operativo llamaron para ver si podían usar sus armas? ¡Esto no pasa en ningún lugar del mundo!
El jefe de Estado se sorprendió cuando la ministra contó que en medio de los enfrentamientos y al verse acorralados por los RAM, los efectivos intentaron comunicarse por radio con las autoridades que estaban al pie de la montaña para pedir instrucciones y corroborar si podían utilizar sus armas, dado que, hasta ese momento –y siempre según la funcionaria– habían usado las pistolas tipo «paintball» para disuadir a los mapuches.
Macri masculló bronca y reivindicó el papel de las fuerzas como herramienta del Estado para garantizar el orden y el cumplimiento de la ley. Pero siguió escuchando la exposición de su ministra.
Y, un rato más tarde, volvió a intervenir. Fue tras una reflexión de Marcos Peña que analizó que «por el pasado» oscuro que tuvieron, «hasta ahora las fuerzas de seguridad eran tan sospechadas como los delincuentes. Pero estamos corriendo esa raya cultural», resaltó.
Macri amplió el concepto de su jefe de Gabinete y expuso la necesidad de que en la Argentina se haga «un cambio cultural» respecto a las fuerzas de seguridad: «Necesitamos correr esa raya. Por eso formamos, entrenamos y les damos armas a las fuerzas».
Para el mandatario, «por supuesto hay que investigar» el accionar de las fuerzas, pero al mismo tiempo se les debe devolver el rol institucional en la sociedad.«Hay que volver a la época en la que dar la voz de alto significaba que había que entregarse»”.
La intención de reproducir el tramo completo del execrable artículo de Clarín es ayudar al análisis de las diferentes capas que envuelven al discurso del poder, un discurso cuyo lenguaje excede incluso al que usa habitualmente el mandatario, por cierto muy limitado en lo que hace a su poder de expresión.
El “cambio cultural” a llevarse adelante en las fuerzas de seguridad es, como todo en este régimen, una transformación que retrocede una “época en la que dar la voz de alto significaba que había que entregarse”. Eso piensan, eso quieren, eso están ejecutando Macri, Bullrich, Peña…y Clarín.
Hace poco más de un año, el ex ministro de Educación Esteban Bullrich, en el marco de la inauguración de un Hospital Escuela de Veterinaria de la Universidad Nacional de Río Negro dijo la trístemente célebre frase “esta es la nueva Campaña del Desierto, pero sin espadas, con educación”.
La expresión desconcertó a algunos, irritó a muchos más, pero también generó reflexiones de quienes no tomaron esos dichos como un discurso casual o infortunado.
La periodista Nora Veiras, en un artículo publicado en Página 12, recordó que apenas un mes antes de pronunciar la frase, “Bullrich había dicho que Soy Roca, la biografía de Félix Luna sobre el ideólogo y ejecutor del exterminio de los pueblos originarios es uno de sus libros de cabecera. Quizás esa inspiración sumada al escenario, Choele Choel, la ciudad fundada en 1879 durante la llamada Segunda Campaña al Desierto, inspiró el breve discurso del ministro ante la invitación del gobernador Alberto Weretilneck”.
Aquel dijo otras dos cositas, el ahora senador nacional por la provincia de Buenos Aires: “Sin profesionales que multipliquen lo que hacemos, no sirve de nada porque no estaríamos poblando este desierto”. Y acto seguido aclaró: “Ustedes hacen que no sea un desierto”.
Veiras dialogó con el historiador Sergio Wischñevsky, quien señaló algo más que interesante: “Apelan al «desierto» porque consideraban que toda la gente que vivía ahí no era gente. Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano analizaron, en un ya clásico ensayo, que la idea del desierto surge de Europa, donde ellos se consideraban la civilización y veían al mundo árabe como el desierto. Esa concepción se traslada a Buenos Aires como la civilización que avanza sobre la barbarie. Es increíble que nuevamente apelen a esa idea de avanzar sobre el atraso”.
Wischñevsky, además, remarcó que “lo más triste es que esa campaña fue un genocidio. Miles de indios fueron exterminados o enviados a la Isla Martín García, fueron torturados en lo que puede analizarse como uno de los primeros campos de concentración”.
El historiador, que hace más de un año no sabía que las fuerzas de seguridad federales iban a apresar a pequeños mapuches de entre un año y siete e iban a amarrar sus manitos con precintos de plástico, sí recordó que “Marcelo Valko, en su libro Pedagogía de la Desmemoria, cuenta que (durante la Campaña del Desierto) hubo una epidemia de viruela que mató en masa a los indios, hicieron hornos crematorios y a los muertos para que no contagien los iban tirando a los hornos. A los chicos que quedaban huérfanos los ofrecían en avisos en los diarios, que decían «pequeño indiecito se vende para servicio doméstico y otros quehaceres»”.
Pero lo que le da perfecto anclaje a aquella matanza de indios con el accionar actual de los CEOs asociados con el radicalismo es algo que Wischñevsky recuerda con precisión: “Ese avance criminal permitió que se apropiaran de once millones de hectáreas y se repartieran entre unas 290 familias, entre ellas los Martínez de Hoz fueron beneficiadas con 2,5 millones de hectáreas”. Nora Veiras destacaba en su nota que “la familia Bullrich, con dos ministros en el gabinete de Cambiemos, fue otra de las beneficiarias de los grandes latifundios bonaerenses surgidos de la Campaña al Desierto. Una marca en el ADN”.
Y hablando de ADN, la Agencia Digital de Noticias de Río Negro (ADN), publicó el año pasado, a propósito de la brutal expresión de Bullrich, un artículo firmado por el docente Martín Díaz titulado “Bullrich lleva en su ADN la conquista del desierto”.
En ese texto, se recuerda un dato elocuente: “No debemos olvidar que el ministro de Educación es chozno de Adolfo Bullrich, quien nació en 1833, estudió en Alemania, se alistó en la Guardia Nacional y el 3 de abril de 1867, fundó Adolfo Bullrich y Cía, una casa de remates. En el solar que hoy ocupa el Patio Bullrich, entraban grandes tropas de vacunos y se vendían vastas tierras ganadas al indio durante la Campaña al Desierto. Julio Argentino Roca (su amigo) lo designaría intendente de la Ciudad de Buenos Aires en su segunda presidencia. Su amistad con Roca y su Campaña nos hacen comprender por qué los Bullrich se encuentran entre los grupos agropecuarios con más de veinte mil hectáreas en la provincia de Buenos Aires y por qué Esteban Bullrich no vacila en reivindicar la Conquista del Desierto y en proyectar sobre el presente su arrasador sentido del a civilización”. Y por cierto plantea una nueva demostración de por qué en este gobierno la muerte es protagonista.
Shell, como ejemplo del saqueo
No existe país en el mundo que permita que el CEO de una de las compañías petroleras sea el ministro de Energía. No es una aseveración ingenua. Los EEUU no ponen en ese lugar a un ambientalista del área de energías renovables, pero se aseguran de mantener un equilibrio entre los poderosos lobbystas que tironean cada uno para su propia petrolera.
En la Argentina de Mauricio Macri, el ex presidente de Shell fue nombrado ministro de Energía, y de la mano de Juan José Aranguren la petrolera anglo-holandesa se posicionó en menos de dos años por encima de todas las demás, incluida la nacional YPF, cuyo paquete accionario mayoritario volvió al Estado durante el anterior período.
Un dato basta para determinar que los negocios en la Argentina macrista se hacen en forma desaforada y sin pruritos de algún tipo: “En el caso del petróleo, en 1 año y 9 meses de gestión neoliberal se importó un 17 por ciento más que durante los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner sumados”, sostiene un informe del Observatorio de la Energía, Tecnología e Infraestructura para el Desarrollo (Oetec).
El estudio agrega que las importaciones van en ascenso, pero en el marco de un mercado interno estancado en comercialización.
La conclusión del informe de Oetec, sin embargo, trasciende la cuestión del ranking petrolero, y advierte: “En un mercado desregulado, liberalizado e internacionalizado, que la segunda refinadora en cuota de mercado –Shell– domine las importaciones de naftas, gasoil y crudo (para elaborar combustibles) indica claramente la magnitud de su poder de lobby en materia de fijación de precios”.
Oetec, respecto del decreto 962 que se publicó en el Boletín Oficial la semana que culmina, y que elimina el control de la importación de petróleo y derivados, advirtió: “En tiempos de oposición, los hoy funcionarios criticaban sin tregua al kirchnerismo la dependencia extranjera en gas natural, las compras externas de petróleo y combustibles, el déficit de la balanza comercial energética y la pérdida del autoabastecimiento. Eran su caballito de batalla y pilares de la zoncera de la «crisis energética», zoncera a partir de la cual justifican todas y cada una de las medidas de ajuste y destrucción del sector. Entre las críticas, asimismo, destacaban la de la pérdida de la capacidad exportadora de gas. Pues bien, con el decreto 962 el neoliberalismo ya tiene todo para retomar una de sus más grandes estafas y saqueos contra el pueblo argentino: las exportaciones masivas de gas a Chile. Mientras tanto, la anarquía energética y la corrupción no detienen su marcha. Aranguren, ex CEO de Shell y actual accionista será el encargado de autorizar las exportaciones de un «excedente» cada vez mayor (objetivo buscado), siendo que su «anterior» empleadora es hoy y gracias a sus excelentes oficios la primera importadora privada de gas natural a la República Argentina”.
El observatorio hizo un llamado a los diputados y senadores de la oposición para que traten a fondo esta cuestión. “Debe crearse, sin más dilaciones, una Comisión Bicameral que monitoree el calamitoso estado del sector hidrocarburífero, anticipando y comunicando a la sociedad las consecuencias para las provincias productoras y la seguridad energética nacional de proseguir con semejantes políticas. Una Comisión Bicameral, en definitiva, que frene la estafa del Grupo Shell y el saqueo del cartel ministerial contra el pueblo argentino”.
El régimen macrista, en defensa de estos intereses, también está dispuesto a todo, y las provincias con mayores reservas de gas están en la Patagonia militarizada con las fuerzas federales al mando de Patricia Bullrich.
Marinos y gendarmes muertos
Ni bien asumió el régimen macrista, el 13 de diciembre de 2015, el Ministerio de Defensa ordenó a un contingente de 51 efectivos de Gendarmería que se dirigieran desde el destacamento que tiene asiento en la ciudad de Santiago del Estero con destino a la provincia de Jujuy, para reprimir a la organización Tupac Amaru.
El colectivo que los transportaba, en deplorables condiciones, se desbarrancó en la ruta nacional 34, a la altura de Rosario de la Frontera, en Salta, luego de que reventara un neumático, y como consecuencia de la caída murieron allí 43 gendarmes.
Aquellos efectivos habían sido requeridos por el gobernador jujeño Gerardo Morales, para que repriman una protesta pacífica de Tupac: el famoso acampe que desató la persecución contra Milagro Sala.
Aquel episodio trágico, fundacional de la relación que estableció el macrismo con esa fuerza de seguridad, fue la máxima tragedia que sufrió la Gendarmería en su historia”. Según el periodista Martín Granovsky, de Página 12, “los 43 no son mártires de una guerra que no existió. Fueron muertes innecesarias. O sea, injustas: el juez federal Julio Bavio incluso procesó a dos altos oficiales porque no hicieron nada para evitar la tragedia”.
Dos años después, Mauricio Macri y su ministro de Defensa pidieron permiso al Senado para realizar un simulacro con un submarino tipo ARA San Juan “posado en el fondo del mar» e «imposibilitado de salir a la superficie».
El expediente con la solicitud, que lleva las firmas del Presidente y Oscar Aguad, ingresó al Senado el 25 de julio pasado, según informó este martes el sitio de noticias El Destape.
Los periodistas Roberto Navarro y Juan Amorín indicaron que “el Presidente y el ministro de Defensa habían solicitado al Congreso realizar un simulacro con un submarino tipo ARA San Juan”. Y agregaron que la solicitud fue acompañada por el jefe de Gabinete Marcos Peña y el canciller Jorge Faurie.
El pedido especial al Senado de la Nación para realizar un ejercicio en conjunto entre la Armada nacional y la Marina de Brasil consistía en «la simulación de una emergencia de un submarino posado en el fondo del mar» e «imposibilitado de salir a la superficie».
El expediente contó con la aprobación del Senado, pero no así de la Cámara de Diputados, luego que la sesión en la que se trataría el proyecto fuera suspendida por un escándalo protagonizado entre Elisa Carrió y Margarita Stolbizer.
El Gobierno “solicitaba un permiso especial al Congreso para realizar un «ejercicio combinado de adiestramiento en el mar, junto a la marina de la República Federativa de Brasil», para el cual se utilizaría un submarino «tipo ARA Santa Cruz», gemelo del ARA San Juan, que estaba siendo buscado desde el 15 de noviembre, cuando a las 7.30 de la mañana se registró a última comunicación del navío con la base naval desde la altura del golfo San Jorge, a unos 432 kilómetros de la costa.
El jueves pasado, la Armada informó que terminó la búsqueda de los tripulantes del ARA San Juan.
El gobierno de los CEOs había decidido reducir el presupuesto de mantenimiento para la defensa a la mitad, y en 2017, cuando el sumergible desapareció, sólo se había ejecutado poco más de la mitad de ese exiguo monto.
Más allá de las hipótesis –algunas de corte claramente paranoico– es indispensable extremar la investigación de las causas de lo que ocurrió, pero lo cierto es que la muerte no deja de ser protagonista de este infame tiempo, de una época en que millones de personas anhelan que la realidad apenas se trate de una pesadilla de la que en algún momento puedan despertar.
Fuente: El Eslabón.