La sesión en la que se aprobó el proyecto de ley de reforma previsional mostró que Cambiemos está dispuesto a todo, incluso a aprobar una norma con las manos manchadas de sangre. Ya nada será lo mismo para el régimen, que lo sabe.

Pocas veces la política puso con tanta claridad, en negro sobre blanco, los dos modelos de país que están en pugna desde hace más de 200 años. Pocas veces el cinismo tuvo el protagónico rol que se percibió –con tan pasmosa evidencia– en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación.

El cinismo de Elisa Carrió, quien recordó el veto del anterior Gobierno al insostenible 82 por ciento móvil, pero olvidó que votó en contra el Fondo de Sustentabilidad, la inclusión de tres millones de jubilados y el traspaso al Estado del sistema jubilatorio, no resulta novedoso, pero marca que la bajeza siempre puede calar más hondo.

El cinismo de Eduardo Amadeo, quien se solazó mencionando presuntos beneficios para los jubilados se topó con la réplica de una comentarista televisiva de temas previsionales como Mirta Tundis, del Frente Renovador, quien desarmó con cifras precisas y con la simple relectura del proyecto, subrayando las mentiras del tipo que dijo estar de acuerdo con la represión de la diputada Mayra Mendoza el jueves pasado.

El cinismo del jefe de Gabinete Marcos Peña y del ministro del Interior, Rogelio Frigerio se puso de manifiesto con esplendor que desmienten los adustos gestos de la foto ulterior, cuando hicieron posar a 11 gobernadores junto al presidente de la Cámara baja, Emilio Monzó, para mostrar el apoyo de esos mandatarios a la reforma previsional.

La foto muestra al jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta y los gobernadores María Eugenia Vidal (Buenos Aires); Juan Manuel Urtubey (Salta), Rosana Bertone (Tierra del Fuego); Hugo Passalacqua (Misiones); Alberto Weretilneck (Río Negro); Domingo Peppo (Chaco); Luis Manzur (Tucumán); Gustavo Bordet (Entre Ríos); Mariano Arcioni (Chubut); Gerardo Morales (Jujuy), y Gustavo Valdés (Corrientes).

Foto: Prensa Gobierno de Tucumán

También participaron Mario Negri, titular de la bancada de Cambiemos; el jefe del Bloque Justicialista, Pablo Kosiner; del Pro, Nicolás Massot, y la única que no quiso salir fue diputada Elisa Carrió, en otro alarde de infame gambeta institucional.

El cinismo de Monzó, al negarse sistemáticamente a levantar la sesión ante el desesperado pedido de los legisladores que con razonabilidad argumentaron que con semejante escenario no se podía sesionar.

De un lado, una oposición que, entre otros planteos, se preguntaba, y le requería a Monzó algo básico: ¿Por qué el apuro? ¿Por qué sesionar en ese marco de balazos, gases, palos y carros hidrantes? ¿A quién le sirve ese tratamiento express?

Foto: Nicolás Stulberg

Desde ese lugar de la grieta, diputadas y diputados reclamaban dramáticamente que levantaran la sesión, que se pasara a un cuarto intermedio para constituir una comisión y observar in situ los enfrentamientos.

Del otro lado, silencio. Un ominoso silencio, sólo interrumpido por la voz de Carrió, que llegó a hacerse la graciosa cuando juraron algunos legisladores, alguno de los cuales se sentó como diputrucho el jueves pasado: «En los juramentos, ¿se puede jurar por los ex maridos?». Afuera, se escuchaban los escopetazos de la Policía Metropolitana.

Cuando pasó la hora de las cuestiones de privilegio y fue el tiempo de las argumentaciones, el primer orador del macrismo, Amadeo, si le faltaba algo por hacer, lo hizo a través de un fallido al afirmar que con la reforma previsional el Estado cumplirá sus obligaciones “con los jubilados y los demás pobres”.

Cambiemos tuvo otro diputado en modo lapsus, más cercano geográficamente, santafesino. Sin candidez, Luciano Laspina, presidente de la comisión de Presupuesto, defendió la iniciativa que saquea a los jubilados con una frase propia de una antología psicoanalítica: «Les mienten cuando les dicen que les vamos a bajar la inflación, eso es una mentira».

De un lado la bronca, como la que expresó la diputada rionegrina María Emilia Soria, quien no aguantó y soltó: «Los gobernadores son prostitutas de Macri».

Del otro, caras adustas, cabezas gachas, aunque también se vieron otros rostros menos acomplejados, con sonrisas apenas disimuladas, dibujadas con cierto recato en sus comisuras, miradas cómplices, hijas de una asociación inescrupulosa, casi secreta, en la que conscientemente están metiéndole la mano en los bolsillos a los más vulnerables.

De un lado el diputado Leo Grosso, sugiriéndole a Monzó y al oficialismo que sean creativos y que busquen otras fuentes de financiamiento para tapar el agujero del déficit autofabricado. “¿Quieren ideas para conseguir los 100 mil millones de pesos para cerrar el déficit?”. Y le propuso que Macri deje sin efecto el autopago de la deuda del Correo a su padre, de quien recordó que seguramente no cobra la jubilación mínima.

Al atardecer, y hasta bien entrada la noche, comenzaron a extenderse en diversos barrios de la CABA cacerolazos en rechazo a la reforma. Los vecinos de Boedo, Almagro, Caballito, San Cristóbal, Constitución, Colegiales, San Telmo y Villa Crespo salieron a protestar en forma ruidosa y pacìfica.

En Rosario, los cacerolazos se dieron, al principio, en puntos clave, como Roca y Montevideo; España y Catamarca; Pellegrini y Maipú; San Luis y Ovidio Lagos; Paraguay y Pellegrini, y Presidente Roca y el río, pero luego miles de personas se autoconvocaron a través de las redes sociales al Monumento a la Bandera.

Nada de eso le importó al terrorista televisivo Eduardo Feinmann, quien luego de criticar el fallo de la jueza Patricia López Vergara, quien prohibió que la Policía de la Ciudad use armas de fuego durante el operativo, para evitar una masacre, difundió al aire el teléfono de la magistrada, al grito de «mandó a morir a los policías».

El sujeto, que conduce un espacio en el canal de Daniel Vila y José Luis Manzano América 24, siguió su bravata: «Señora, váyase del cargo, si le queda grande, váyase. No dejó actuar a la policía y la dejó a la buena de dios. Ahora, si le permitió a los violentos actuar, ellos tenían vía libre con una resolución judicial».

Antes aún de la represión, la web El Disenso publicó el costo del equipamiento de la Policía de la Ciudad, que estuvo a cargo del operativo antes del ingreso de la Gendarmería y Prefectura en escena.

El Disenso planteaba, al introducir la nota, los siguientes interrogantes: “¿Sabías que Larreta gastó 116.272.694 de pesos del dinero de los contribuyentes para equipar a la Policía de la Ciudad con modernos equipos antidisturbio? ¿Sabías que ese equipo incluye carabinas y lanzadores «less lethal weapon» para «neutralizar sospechosos violentos»? ¿Sabías que la Policía de la Ciudad se encuentra actualmente habilitada por la CSJ para utilizar la Taser x26?”. De todo eso, el terrorista televisivo Feinmann no habló.

Este lunes todos los medios, sin la excepción de C5N, casi no se transmitió otra cosa que los hechos violentos en la Plaza de los Dos Congresos. El debate en la Cámara baja prácticamente no se puso al aire.

Tampoco se vieron imágenes de la imponente movilización, que el diputado socialista santafesino Luis Contigiani ponderó en medio millón de personas.

El Gobierno nunca pensó que le saldrían cacerolazos en la CABA, en Rosario, y en casi todas las grandes ciudades del conurbano bonaerense. Pero lo que tampoco imaginaron Macri y sus CEOs es que ésta será una jornada en la que nada concluirá, sino por el contrario dará inicio a una etapa en la que ya nada será igual.

La epidermis social fue alcanzada por la intensidad de la mentira, de las desmentidas en campaña de lo que están a punto de perpetrar, que es un ajuste que recaerá sobre las espaldas de los más débiles. Mintieron. Lo negaron. Eludieron por todos los medios asumir que llevarían adelante esa brutal transferencia de recursos.

El 22 de octubre el régimen pensó que había sido habilitado a ir por todo, y Macri pisó el acelerador. Los resultados están a la vista. La movilización popular ya excede a los sectores gremiales y políticos, y una porción importante de la ciudadanía que no milita orgánicamente y no está sindicalizada tomó partido. En la Argentina, esos segmentos a menudo son los que tuercen los procesos históricos. La sensación que queda tras esta larga jornada es que, más allá de la sanción de la reforma previsional, todo huele a final abierto. Y el régimen es el que más tomó nota del costo político de haber sacado a los tirones esta ley.

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