Nicolás Maduro consiguió la reelección con el 67,7 por ciento de los votos. La participación alcanzó el 46 por ciento. Lejos de todo triunfalismo, el mandatario llamó a la reconciliación, reconoció errores y prometió cambios urgentes en la economía para terminar con los padecimientos de la ciudadanía.
Cuando se habla de Venezuela, todo es diferente. El tono, la vara con que se mide, los valores que se ponen en juego. Para analizar lo que sucede allí, la historia del mundo y de América latina queda en suspenso. Los contextos se difuminan. También es notable el tratamiento que se les da a los asuntos atinentes a la nación caribeña desde un punto de vista cuantitativo. Venezuela ocupa las primeras planas de diarios y portales. A Venezuela se le dedica más espacio en canales y radios que a cualquier otro país de América latina y el mundo. Hay un interés particular con Venezuela, y en el caso de los medios hegemónicos y las grandes corporaciones, esa particularidad es ensañamiento.
Las elecciones en Venezuela dan lugar a un volumen de discusiones y argumentaciones en las redes sociales también excepcional. No ocurre lo mismo cuando hay elecciones en otros países. Venezuela está siempre bajo la severa lupa del mundo, pero mucho más cuando hay elecciones. Su democracia, el funcionamiento de sus instituciones, sus índices de desarrollo humano, su economía, todo está en boca de todas y todos, como no ocurre con ningún otro país del mundo.
Venezuela está bajo sospecha. El motivo es obvio. La historia es clara en este sentido, todos los países que se han enfrentado al Imperio quedaron en esa posición: acusados, sospechados, escrutados con obsesiva minuciosidad y no siempre con buenas intenciones ni honestidad intelectual.
Y el destino de los líderes de los países que se enfrentaron a la hegemonía de EEUU siempre fue igualmente obvio, siempre igual, siempre el mismo: fueron tildados de “dictadores”, aunque no lo fueran. Los que fueron amigos de EEUU, en cambio, y se pudieron al servicio de sus intereses, fueron alabados como “grandes demócratas”, aunque hayan actuado como sangrientos genocidas y probados terroristas de Estado. Las fuentes más recomendables para corroborar la veracidad de esta información son los propios documentos de la CIA, donde la agencia reconoce y documenta haber apoyado genocidas y terroristas de Estado que fueron serviles a sus intereses económicos.
La pregunta es siempre la misma: ¿desde qué lugar y con qué autoridad moral se sopesa y juzga la democracia de Venezuela? ¿Desde qué democracia perfecta e impoluta se erige la lupa que se posa, implacable, para observar los problemas de Venezuela?
Una vez más, el pueblo de Venezuela se pronunció. Pero a pocos parece importarles la opinión del pueblo de Venezuela. Es decir, la voluntad popular de la ciudadanía de Venezuela no parece contar para los grandes demócratas del mundo.
Nicolás Maduro consiguió su reelección en la República Bolivariana de Venezuela tras triunfar en los comicios por el 67,7 por ciento de los votos sobre su principal contrincante, Henri Falcón, que consiguió 21,2 por ciento. El porcentaje de participación del padrón alcanzó poco más del 46 por ciento.
Maduro será el presidente de Venezuela hasta 2025 (el mandato empieza en enero de 2019). “Tomen nota, esta es la victoria 22 en 19 años conquistada en base a la conciencia, el movimiento de un pueblo luchador. Cuánto subestimaron al pueblo, cuántos me subestimaron a mi pero aquí estamos, victoriosos otra vez”, indicó el presidente reelecto.
Estos datos, si proviniesen de cualquier otro país, serían aceptados sin más discusión. Pero en el caso de Venezuela dieron lugar a una avalancha de argumentos y contra-argumentos que incluyeron comparaciones con la participación electoral en otros países (Chile, Colombia, EEUU), con otros momentos de la historia argentina (el triunfo de Arturo Illia con el peronismo proscripto), entre muchos otros. Cuando se trata de Venezuela, la retórica se pone al rojo vivo. Hay que resucitar a Cicerón. Hay que remar en una sustancia densa, pringosa y de no muy buen aroma.
19 años bajo una tormenta de mierda
El término se popularizó primero en inglés, y se refiere a las campañas de mentiras, infamias e insultos que se difunden por las redes sociales y los medios, y que tienen como objetivo desacreditar a una persona, una entidad, una organización, un pueblo o un país: “shitstorm” se traduce como “tormenta de mierda”, aunque los manuales de estilo indican la menos literal y elegante “linchamiento digital”. Lo cierto es que el pueblo y el gobierno de Venezuela están bajo esa hedionda tormenta de mierda desde hace casi veinte años.
Tiene pocos precedentes una campaña de mentiras, tergiversaciones y datos falsos al servicio de la desestabilización tan gigantesca, con tantos recursos, con participantes de tanto peso y sostenida durante tanto tiempo contra un pueblo, un proceso revolucionario y, fundamentalmente, contra las instituciones de un país. Quizás haya que remontarse a la conspiración contra Salvador Allende. Es una comparación parcial, pero pertinente en muchos sentidos.
La CIA, la Organización de Estados Americanos (OEA), la Unión Europea (UE), las grandes corporaciones de todo el mundo, y todo el aparato mediático-comunicacional de estos poderes fácticos, más los gobiernos de EEUU y de todos los países que actúan a su servicio (como por ejemplo Argentina y Brasil en la región, entre otros) vienen complotando contra Venezuela, y apoyando abiertamente la injerencia extranjera en los asuntos de ese país.
Esta injerencia es un factor fundamental a tener en cuenta cuando se evalúa la calidad democrática, los derechos humanos, el desastre económico, las penurias del pueblo, y el funcionamiento de las instituciones en Venezuela. La intromisión ilegal, ilegítima y violenta en la soberanía de ese país incluyó una serie de “guerras”, más o menos metafóricas, según los casos: económica, psicológica, comunicacional, entre otras.
La idea de la campaña es hacerles la vida imposible a las venezolanas y los venezolanos y convencerlos de que la culpa de todas sus penurias, que son reales y concretas (inflación, desabastecimiento, corrupción, inseguridad) son achacables al gobierno de Maduro, devenido una suerte de demonio que concentra todos los males. Y en parte lo lograron. La economía de Venezuela es un desastre. La vida del pueblo está llena de penurias. Pero la mayoría de la ciudadanía sigue confiando en la revolución, pese a todo.
Maduro llamó a la reconciliación y prometió cambios
Lejos de todo triunfalismo, Maduro reconoció los errores de su gestión y llamó a producir cambios urgentes en la economía, para terminar con las penurias que vienen sufriendo las mujeres y los hombres de Venezuela. El mandatario planteó la necesidad de “cambiar muchas cosas” dentro de su gobierno y modificar los “métodos” de gestión. La idea es “perfeccionar el cambio” junto a un amplio espectro de sectores.
El presidente reelecto fue muy enfático a la hora de convocar a todos los sectores a la reconciliación en el marco de un diálogo franco y en pos de la paz.
“Queremos una nueva economía porque la actual fue infectada de neoliberalismo” y agregó que “debemos instalar un nuevo sistema de precios para que no nos roben”.
“Tengo plena conciencia de los retos que vamos enfrentar, soy un presidente más preparado, voy a responder a la confianza que me dio el pueblo”, señaló Maduro durante la noche del domingo tras las elecciones, en los jardines del Palacio de Miraflores, sede del gobierno, ante una multitud que se concentró para celebrar el nuevo triunfo electoral de la Revolución Bolivariana.
“Llamo a los profesionales del país, llamo a los empresarios, llamo a la juventud, llamo a las mujeres patriotas. ¡Vamos al trabajo!”, agregó el mandatario. “Somos la fuerza de la historia que enfrenta todos los retos”.
Y a los retos son muchos y muy severos. Por un lado, los que vienen del interior: una inflación galopante, una economía devastada y una oposición dividida que incluye elementos antidemocráticos que apoyan una invasión militar estadounidense, por sólo mencionar los principales. Por otro lado, las amenazas externas, que se relacionan y entrelazan, y explican, en buena medida, las internas: los países del mundo al servicio de EEUU que acosan a Venezuela, desconocen sus elecciones y califican a Maduro de “dictador”.
Por ejemplo, el Grupo de Lima, como se autodenominaron los cancilleres de México, Canadá, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, Argentina, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía, que desconocieron los resultados electorales por entender que “no cumplen con los estándares internacionales de un proceso democrático, libre, justo y transparente”. Además, el patrón de este grupo, EEUU apretó un poco más la tuerca contra las finanzas de Venezuela al firmar un decreto que limita la venta de deuda y activos públicos venezolanos en suelo estadounidense. La decisión agudiza uno de los mayores problemas de la economía del país caribeño el acceso a las divisas que provoca una corrida cambiaria permanente.