El derechista Iván Duque (39 por ciento) definirá con el izquierdista Gustavo Petro (25 por ciento) el 17 de junio. Del lado de los conservadores está Álvaro Uribe, que torpedea el acuerdo de paz con las guerrillas y agita el fantasma del “castrochavismo”. Las alianzas serán clave para la definición.
Con los acuerdos de paz con la guerrilla como telón de fondo, y una intensa campaña propagandística de la derecha, que agitó fantasmas venidos de Venezuela (tal como sucede en otras parte de la región) en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia sacó ventaja el candidato conservador, el que recibió el apoyo del ex presidente Álvaro Uribe, el gran enemigo de la paz, el dirigente con probadas conexiones con paramilitares y narcotraficantes.
El candidato del Centro Democrático, “el ungido por Uribe”, Iván Duque, obtuvo un 39,11 por ciento de los votos, seguido por el candidato de izquierda, Gustavo Petro, con el 25,09 por ciento. Ambos candidatos disputarán la presidencia de la república el próximo 17 de junio.
Las alianzas con otras fuerzas serán decisivas. Los partidos progresistas y de izquierda pueden vencer a Duque si se unen a Petro, pero todavía no hay definiciones en este sentido. El tercer lugar lo obtuvo Sergio Fajardo, de la progresista Alianza Verde-Polo Democrático, que consiguió el 23 por ciento de los votos, apenas 200 mil sufragios por debajo de Petro. Un apoyo de los votantes de Fajardo a Petro sería decisivo.
El cuarto lugar lo ocupó Germán Vargas Lleras, con el 7,25 por ciento, seguido de Humberto de la Calle con el 2,06 por ciento.
Ya desde la campaña, las cosas se presentaron bien claras en Colombia: Petro es heredero político de Uribe, lo que inmediatamente remite a una derecha aliada a las más oscuras prácticas de corrupción, clientelismo y alianzas espurias con el narcotráfico y las mafias. Del otro lado, en cambio, Gustavo Petro, Sergio Fajardo y Humberto de la Calle representan, con diferentes matices y cada uno a su modo, propuestas de cambio con eje en el combate a la corrupción.
En Colombia la salud y la educación no son gratuitas y funcionan como síntomas claros de las desigualdades de la sociedad. Petro fue el candidato que planteó en forma más clara un programa integral y estructural de cambio en la economía para que las mayorías puedan acceder a salud, educación, pensiones, créditos para el agro y lucha contra el cambio climático.
Es imaginable que frente a este programa la derecha corporativa haya desplegado toda su artillería de mentiras, tergiversaciones e infamias. Y a la hora de mentir y esparcir miedos, no son muy originales. Las falacias se repiten en todo el continente, los demonios son los mismos y el preferido es Venezuela o bien, en el caso particular de Colombia, un híbrido entre Venezuela y Cuba: “el castrochavismo” fue el engendro con el que machacó a la ciudadanía en esta campaña.
Para evitar el advenimiento de ese monstruo bifronte los medios hegemónicos hicieron campaña por Duque.
Y si estos miedos, disfrazados de argumentos, no son suficientes, la derecha corporativa apeló a las amenazas. Y matones entre sus filas sobran.
Se registraron amenazas hacia Petro y sus seguidores por parte de Popeye, ex lugarteniente del líder narco Pablo Escobar Gaviria.
Pero no todas fueron amenazas verbales. En Cúcuta dispararon contra la camioneta de Petro. El hecho, lejos de ser investigado, fue rápidamente descalificado por la Fiscalía, pese a que en Colombia ha habido casos de dirigentes populares asesinados.
Petro es uno de los líderes de izquierda más reconocidos en Colombia y la región en las últimas décadas. Fue alcalde de Bogotá, senador, y representante a la Cámara. Ya había sido candidato a la presidencia, y hace años que viene denunciando los vínculos de Uribe con los paramilitares. Fue parte del ejército guerrillero Movimiento 19 de Abril (M-19), que firmó un acuerdo de paz que llevó al asesinato de sus principales líderes ya desarmados. Petro es quien más lejos ha llegado tras la desmovilización del M-19.
Durante la campaña demostró una gran capacidad de convocatoria en plazas públicas, y una gran llegada a la clase trabajadora y campesina. Su lista de congresistas se llamó “lista de la Decencia” y logró una amplia participación con rostros nuevos como es el caso de María José Pizarro, hija del comandante del M-19 Carlos Pizarro asesinado cuando era candidato presidencial.
Sus opiniones sobre Hugo Chávez y la crisis Venezolana son tergiversadas en forma permanente por la prensa corporativa para alimentar sus campañas de odio y miedo.
Duque era hasta hace poco un desconocido con escasa experiencia en cargos públicos. Renunció a su cargo como senador, al que llegó de la mano de Uribe, para competir por la presidencia. El joven dirigente logró una votación histórica para un candidato apenas conocido ampliamente en el año de su aspiración.
La derecha corporativa, los paramilitares, los partidarios de la mano dura, el empresariado, las élites, pero también buena parte de las clases populares, apoyan a Duque, seducidos por sus propuestas en materia de seguridad y, sobre todo, por su idea de modificar (endurecer) el acuerdo de paz con la guerrilla.
Duque propone impedir la participación política de los congresistas de Farc, y atacar los cultivos de cocaína con fumigaciones, así como el consumo y el porte de drogas, dando marcha atrás a logros constitucionales y pactos del Tratado de Paz que logró el gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc.
El joven dirigente que ganó la primera vuelta electoral fue asesor durante la presidencia de Andrés Pastrana en el Ministerio de Hacienda y también participó en el Banco Interamericano de Desarrollo (Bid).
“El que diga Uribe” fue la frase que más se escuchó entre el electorado de derecha. Y Uribe dijo “Duque”.