
Yo no sé, no. Pedro se acordaba cuando al terreno baldío lo convirtieron en una placita. Era la segunda del barrio (la primera era de los tiempos de Luis Cándido Carballo, si la memoria no me falla) y temíamos que la llenaran de cemento y transformaran la canchita, que si bien era chiquita era especial para jugar a las cabezas, en una de handbol o pelota en mano. Por suerte, durante un tiempo largo quedó ese pedazo de verde y marrón donde nos animábamos hasta a hacer torneos cortos. Eran épocas en que las plazas tomaban vida en lo social y en lo político, las plazas inclusivas de principios de los 70. Hasta que en algún momento, junto con el discurso económico, aparecían plazas secas, duras, con casi nada de tierra y de verde. Por los medios se instalaba lo de “la plaza cambiaria”, esas sí con oferta de verdes, y que de pronto se les ocurría “secarlas” de pesos. Lo cierto es que durante la era Martínez de Hoz y los 90, lo primero que quedó seco fue el bolsillo de los laburantes, de ese “pedazo de Estado” que es la escuela pública, de la Salud, del Poder Judicial. Y bueno, me dice Pedro, ahora cuando escuchamos que la medida más importante que quieren tomar es secar la plaza de pesos, nos vienen a la cabeza aquellos tiempos en que nos endurecieron el piso. Y en el piso estamos la mayoría. Habrá que resistir en las plazas y por la plazas, dice Pedro, sobre todo aquellas que tienen un pedacito de tierra en los que aprendés a atajar, a cabecear, a tirarte de palomita, a pararla de pechito y salir jugando. Aún cuando por momentos seamos pocos y que sólo alcancemos como para jugar a las cabezas. Esto dice Pedro como buscando en en tiempo aquellos momentos en los que, después de dominarla, se salía jugando con el compañero. Quizás me esté hablando del último partido en aquella placita, o de otra cosa, o de ambas.