Yo no sé, no. Pedro se acordaba cuando fueron a jugar cerca del parque Urquiza, era la primera vez que íbamos tan lejos, y por miedo a perdernos nos juntamos en el Monumento a la Bandera, y ahí, cuando vimos la fuente, después de refrescarnos, pues era un octubre caluroso y veníamos caminando por lo menos la mitad del trayecto, a alguien se le ocurrió hacer una promesa: si ganábamos dejar a la vuelta la mayor cantidad de monedas en la fuente del Monumento. Sabíamos que las monedas tendrían un buen destino, los bolsillos de los pibes que rondaban por esas calles. El partido ese día lo ganamos en el último momento con un zapatazo de afuera del área de uno de nosotros que entró con la 5 en la espalda desde el arranque, con la pata izquierda toda empapada de agua, tanto que parecía que tenía medias de dos pares de distintos colores.
Cuando terminó el partido le preguntamos si estaba lesionado. «No –nos dijo–, es agua de la fuente”. Mientras, se volvía a refrescar el tobillo con agua que se trajo en una botella de naranja Crush (que todavía no era de la Coca). “Lo hago siempre, mi viejo me enseñó que las mayorías de la fuentes traen suerte y, si podés tocar el agua, mejor «, nos dijo.
No sé, a lo mejor lo decía de puro peronista, me dice Pedro.
Ese día, después de unos de salame y queso con unas gaseosas, volvimos por el Monumento y dejamos en la fuente hasta la última chirola. Y nos volvimos pateando al barrio mientras se ocultaba el sol y la ciudad se hacía más baja. Pensábamos que ese día habíamos recuperado “la mística de las fuentes”. El país se debatía entre tener más fuentes de trabajo industrial o quedarse solo con «el campo», fuente de toda riqueza para algunos. La verdad, me dice Pedro, que la posta está en volver a aquellas fuentes con la misma o con otras demandas, con el espíritu de aquel octubre, para recuperar la fuente de trabajo, del saber, de la alegría o de la dignidad, donde nos refresquemos las patas y fundamentalmente la memoria popular. Me lo dice mientras pasamos por una plaza y espía la fuente y se queja: “¡Qué malaria ni una moneda! O la gente ya no cree en nada o ni una chirola de 25 nos dejaron en los bolsillos”.