No fue la primera vez que el peronismo pierde una elección presidencial, pero lo que sí constituyó una novedad en 2015 fue que sea desplazado del poder en ejercicio pleno de sus banderas. Esa crisis perdura y condiciona la estrategia electoral hacia 2019.
Hace 35 años, en 1983, Ítalo Luder fue vencido por Raúl Alfonsín, pero el peronismo no estaba en el poder, había sido derrocado por la dictadura cívico militar que ensangrentó a la Argentina más de siete años. Y en 1999, Fernando de la Rúa le ganó a Eduardo Duhalde, interrumpiendo un período inaugurado diez años antes por Carlos Menem, quien condujo un proceso de degradación de las banderas históricas del peronismo de una magnitud equivalente al daño producido al tejido social, al aparato productivo y a las instituciones.
Lo que dejó el poder en 1999 sólo puede ser considerado peronismo por quienes pregonan, a izquierda y derecha, que todo es igual, ponderando la simbología en detrimento de las políticas públicas puestas en juego, los sectores beneficiados y los intereses defendidos.
Menem se decía peronista, pero pocos se detuvieron a explicar el looping en el que de golpe se cayeron de su avión la revolución productiva y el salariazo, dando paso al Plan B que el Turco encargó a Bunge y Born, la convertibilidad de Domingo Cavallo y a la reconversión que llegó a la marcha peronista de la mano de Adelina Dalessio, quien la reinterpretó sugestivamente reemplazando un gerundio por otro: de “combatiendo” a “seduciendo al capital”.
Importó poco a neoliberales desencantados y a la infanto izquierda que el riojano haya elegido a Álvaro y María Julia Alsogaray para llevar adelante parte del proceso de privatizaciones del patrimonio que el peronismo “que se quedó en el 45” había estatizado. Sea del pelaje que fuese, siempre es “peronismo”.
Y no es que no existan, desde siempre, varios “peronismos”. El peronismo fuera del poder, desde 1955, tras el criminal derrocamiento de Juan Perón, tuvo siempre sectores tentados de reescribirlo, adaptarlo, adocenarlo, tornarlo más digerible ante el poder establecido, y someterlo a los mandatos imperiales, ya sea el británico o el norteamericano.
Quienes se entusiasmaron más allá del movimiento táctico de Perón al pactar con Arturo Frondizi en 1958, y abrazaron el desarrollismo fordista del creador de la Ucri y el MID; los neoperonistas de Augusto Vandor, quienes imaginaron un “peronismo sin Perón”; los seducidos por la Morsa Juan Carlos Onganía en 1966; los que salían convencidos del despacho de Arturo Mor Roig, ministro del Interior de Alejandro Lanusse, y le transmitían al General las “condiciones” que aquella dictadura le ponía a su retorno; los hacedores del Rodrigazo; los que en los primeros 80, integrando la Multipartidaria, promovían una readecuación doctrinaria que se adaptara a un “mundo en cambio”, y ya en el actual y extenso período democrático los renovadores, disidentes y los más modernos “peronistas racionales”, todos pensaron aggiornar la doctrina peronista, reacondicionar su discurso, pero fundamentalmente acomodarlo, según la coyuntura y acorde a la percepción de esos “peronistas” respecto de la relación de fuerzas entre el campo nacional y el bloque de poder dominante.
Hasta la irrupción de Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner, los experimentos de laboratorio en busca de un peronismo blanco, o al menos mestizo, alejado de los negros de mierda que proverbialmente rechazó la oligarquía, fueron eso, maniobras realizadas con probetas y tubos de ensayo, con fórmulas poco explicitadas en torno de qué políticas pondría en juego ese peronismo adaptado.
Menem mostró que el peronismo podía ser la llave que se le negaba en las urnas a la oligarquía para desmontar lo que la dictadura había dejado a mitad de camino de aquel modelo de bienestar social introducido por el peronismo de los 40 y los 50.
Duhalde fue el catalizador de un peronismo latente, que logró frenar –brutalmente, pero lo logró– el tren de alta velocidad que conducía a la Argentina al abismo.
Néstor y CFK se encontraron con una escenario político, social y económico de posguerra. Y gobernaron con el manual del peronismo clásico, sólo que cuando quisieron acceder al tablero de herramientas se encontraron con un Estado que había sido devastado por décadas de rapaz infamia oligárquica.
Pero volviendo a 2015, el peronismo es derrotado por primera vez luego de tres períodos en los que –a la inversa de Menem– ejerció sus banderas tradicionales e, incluso, les incorporó derechos de tercera generación.
En esa encrucijada se encuentra actualmente, y a la luz del fracaso del bloque de poder dominante en el gobierno, busca con dificultades la unidad que le permita volver al Gobierno, para intentar, una vez más, acceder también al Poder.
Moléculas inestables
Los sectores en pugna dentro del peronismo se mueven como moléculas inestables para conformar un mismo cuerpo. El nivel de rechazo entre unas y otras dificulta amalgamarlas, pero una cosa tienen clara: la casi imposibilidad de triunfar si no se unen.
El sector que parece estar haciendo el mayor esfuerzo por lograr una síntesis es el peronismo kirchnerista, paradójicamente el que más votos tiene. Algunas características de lo que postula, a grandes rasgos:
- Todo indica que está dispuesto a dirimir las diferencias en una Primaria Abierta, Simultánea y Obligatoria (Paso).
- Aún no está definido si CFK será candidata presidencial, si jugará a disputar la Gobernación de Buenos Aires o siquiera si se postulará a cargo alguno.
- Es necesario un programa de mínima a conciliar entre todos los sectores del peronismo, con un claro perfil opositor a las políticas macristas.
En un contexto en el que uno de cada cuatro hogares argentinos se encuentra debajo de la línea de pobreza, el índice más alto en una década y una clara consecuencia del modelo puesto en marcha el 19 de diciembre de 2015, cualquier agachada debería ser considerada una afrenta al pueblo argentino,
Sin embargo, una de las otras dos líneas que cohabitan dentro del peronismo parece más proclive a cuestionar a la ex Presidenta que a buscar alternativas que ayuden a sacar del poder a la alianza del PRO, la UCR y la Coalición Cívica de Elisa Carrió.
El referente del “peronismo racional”, Miguel Pichetto, por ejemplo, acaba de salir a declarar que “Macri hace kirchnerismo blanco”. Parece ser una crítica a Cambiemos, pero sus palabras terminan siendo más duras con el sector que lidera Cristina Kirchner.
El senador Pichetto acusó a Mauricio Macri de emular al kirchnerismo, abonando la tesis que no salva de la estigmatización a todo lo “K” ni a la línea rosarina de trolebuses.
El jefe del bloque de senadores del PJ opinó que el gobierno de Macri hace un “kirchnerismo blanco” que consolida “un proceso de fábrica de pobres que se terminan hacinando en las villas”, y aseguró que “hay espacio para construir otra opción” política camino a los comicios presidenciales de 2019.
No dice cómo, apela a frases crípticas –“Hay que hacer una tarea sostenida gradual, de salida, que tiene que ser por un tiempo de reemplazo”–, desliza que “no hay que eliminar los planes”, pero sin brindar mayores precisiones.
Apela a los más básicos lugares comunes, y recita de memoria, como casi todo el mundo, que es preciso “elaborar un plan para recuperar el trabajo y reducir la pobreza”.
Pero Pichetto, acaso abundando en detalles de su marco teórico, consideró que en la Argentina “hay una proceso de consolidación de la pobreza: hay algunos que les conviene eso y que trabajan en la ideología del pobrismo; hay conducciones y estructura de organizaciones que se sostienen en la existencia de los pobres, como las religiones que también tienen un asiento en la pobreza”.
Sin embargo, en un párrafo de suma cero a cualquier tipo de unidad, el senador aclaró que, si bien es un tema que Macri heredó de la gestión de Cristina Kirchner, “también lo amplió y, como tienen culpa, y el domingo van a la iglesia, agrandaron los planes y pusieron más plata y en realidad hacen kirchnerismo blanco, que es una forma parecida a lo que hacía el gobierno anterior”.
Es improbable que las declaraciones del legislador rionegrino redunden en mejora alguna respecto de los bajos índices de intención de voto e imagen positiva que cosecha en casi todas las encuestas que lo mencionan, pero sí es seguro que nada aporta a un programa en común con el kirchnerismo.
El otro sector, el que encabeza Sergio Massa, se encuentra en un verdadero intríngulis. Por un lado, el ex intendente de Tigre afirma que “hay que hacer todo lo necesario para que en 2019 haya un nuevo gobierno”, pero cada vez que puede, toma distancia de la gestión que supo acompañar en roles protagónicos.
Sin embargo, resulta interesante rescatar un reciente pronunciamiento –publicado por el diario Perfil–, en el cual el principal referente del Frente Renovador comparó a Macri con el ex ministro Domingo Cavallo por su “insensibilidad” y culpó a Cambiemos de «no tener contacto con la realidad”.
El medio del grupo conducido por Jorge Fontevecchia indicó en diversos artículos que “Sergio Massa se acerca a Emilio Monzó para rearmar el Frente Renovador”, al tiempo que hacía referencia a que “Felipe Solá cuestionó a Sergio Massa por su reunión con Vidal”.
Esos son los vaivenes que vive el ex jefe de Gabinete de CFK, quien el jueves pasado, en el canal A24, sostuvo que no sabe “si el mandato de Macri es peor que el de Cristina Kirchner”, y que los altos índices de desempleo, pobreza e inflación son “consecuencia del modelo PRO”.
Massa le dijo a Luis Novaresio que «Cambiemos impulsa un modelo que no cree en el Estado…un modelo insensible, que cree en la frialdad de los números pero no tiene contacto con la realidad”.
El líder del FR comparó a Macri “no con Carlos Menem porque tenía un costado sensible”, al tiempo que remató el concepto: “Al Presidente lo veo más parecido a Domingo Cavallo”.
Si algo faltaba, Massa advirtió que “no piensa asociar al Frente Renovador con el kirchnerismo”, e incluso anticipó: “No creo que Cristina Kirchner vaya a competir y si compite es una decisión de ella. Nosotros vamos a construir una alternativa, nosotros vamos a competir contra Cristina Kirchner”.
Es evidente que el peronismo fuera del poder se asemeja al borgeano jardín de senderos que se bifurcan. Pero en el marco de un modelo que lleva acumulado en un año casi el 50 por ciento de inflación, algunos dirigentes deberían medir sus palabras y pensar seriamente sus acciones, sobre todo porque son corresponsables de que el “insensible” Macri haya llevado a la Argentina, otra vez, al borde del abismo.
Y si de peronismo se trata, deberían decir qué medidas peronistas se olvidó u omitió poner en juego el kirchnerismo en doce años y medio. No pueden, porque no es por la falta de peronismo que cuestionan las gestiones de Néstor y Cristina, sino por el exceso de banderas peronistas que flamearon en esa etapa.