Son conocidos los estudios sobre la economía de Kampung Sebula. Aquella pequeña y poblada isla de Indonesia, de clima templado, resulta muy apta para la agricultura debido a que su suelo es rico en cenizas volcánicas. Su particular idioma ha sido objeto de las investigaciones del profesor Fergusson.
Siendo la más alejada de las colonias holandesas, y quizás por carecer de guarnición militar, no fue ocupada por los japoneses cuando la invasión de fines de 1941. El delegado a cargo del gobierno, un natural de la isla, se proclamó Presidente de un estado independiente e intentó mantenerse equidistante tanto de sus antiguos amos holandeses como de los ingleses instalados en Australia y de los nuevos invasores japoneses. Proclamó ante su pueblo que se iniciaba una nueva era de justicia y bienestar para la población sebulesa, y que teniendo alimentos podrían bastarse con esfuerzo para fabricar los bienes esenciales que necesitaban. El aislamiento forzado facilitó que floreciera una industria manufacturera para atender la demanda de su principal medio de transporte: la bicicleta.
Empezó así un proceso de sustitución de importaciones. Confiscando el metal existente en los depósitos paralizados del pequeño taller de reparaciones navales que había montado en el puerto la Dutch Seaport Co., el gobierno abasteció una red de pequeños establecimientos distribuidos regularmente por toda la isla. Se capacitó primero a la gente para el mantenimiento de los viejos rodados holandeses, a lo que siguió una política de fabricación de repuestos y componentes. Al terminar la guerra las potencias estaban demasiado ocupadas en su propia reconstrucción, y el gobierno mantuvo su equidistancia y buenas relaciones con todos.
En pocos años se constituyó una sólida y eficaz trama de empresas y talleres de fabricación de bicicletas. Se alentó un programa de fomento y modernización, y se fue perfeccionando el diseño y la calidad, tanto de los componentes individuales como de los nuevos modelos de bicicletas. Se diversificó la cantidad de rodados y productos, con un tipo de empresa que se especializaba en la fabricación de uno o dos componentes, con que abastecía a toda la producción local, al tiempo que sacaba al mercado su propia marca de bicicletas comprando el resto de las partes a sus colegas competidores. Cada una tenía la preeminencia o el monopolio como fabricante de ciertos componentes, y salía al mercado como armador de modelos con provisión del resto del material de entre sus colegas. Uno fabricaba cuadros, otro frenos, otro llantas, etc.; y cada uno armaba –con variantes de estilo- sus propios modelos y marca. Durante décadas se especializaron y abastecieron no sólo a su población sino a varias de las islas vecinas, más grandes y pobladas.
Se generó un poderoso sindicato obrero, en permanente alianza y conflicto con una pequeña pero ágil burguesía industrial. Esta nueva clase empresaria empezó a mirar con desprecio a los dueños de la tierra, que desde la expansión del islam en el siglo XV regían la economía de Kampur Sebula, y no tardó en chocar con el régimen paternalista surgido durante la II Guerra Mundial.
A principio de los años ’80 la poderosa Corporación de Industria Sebulesa empezó a difundir las ideas de la Escuela de Chicago y a cuestionar la influencia de la Central Obrera Democrática. Al mismo tiempo y acorde a las ideas de libre comercio, las dos principales empresas advirtieron que podrían abastecer al mercado con modelos de bicicleta más modernos y económicos si se abastecían en el extranjero de los componentes que no fabricaban ellos mismos, en vez de seguir comprándoselos a sus competidores proveedores. Y efectivamente las dos marcas desplazaron al resto y adquirieron una mayor porción del mercado, ofreciendo mejor producto y menor precio.
La industria de Taiwan, en expansión por aquel tiempo, proveyó no sólo la demanda de estas dos empresas pioneras, sino también la del resto, que tuvo que adoptar la misma estrategia para ser competitivos en el exigente mercado desregulado. En sólo cuatro años se modernizó el mercado, porque cada antigua fábrica logró ofrecer su propio modelo actualizado armado con casi todas las partes importadas.
Un costo imprevisto fue la supresión de sus propios talleres de fabricación de bicipartes, pero se argumentó que el beneficio del consumidor estaba por encima de todo. Desafortunadamente uno de los importadores de Taiwan entendió que era mucho más eficiente montar una planta que integrara todos los repuestos que fluían a la isla de Kampung Sebula, para lograr un modelo único, y mejor aún si se establecía en el pequeño islote de enfrente, que tenía menos requisitos legales e impositivos. Con lo que las antiguas fábricas de partes y armadoras de bicicletas, pasaron a ser primero sólo armadoras, y luego locales de venta de bicicletas armadas en la isla vecina.
Décadas más tarde, limitada la economía de la isla a la producción agropecuaria, no hubo mercado ni para importar bicicletas, con lo que se ha revalorizado la tradicional costumbre sebulesa del siglo XVIII de la caminata diaria.
Apunte del autor: Una historia parecida me contaron bicipartistas rosarinos hace veinte años, su propia historia y su debacle en los ’90. El lugar no sé si existe, pero Alejandro Dolina nos habla de su fascinante idioma. Yo no inventé nada, sólo transcribí los cuadernos de apuntes que tomé haciendo de chofer de mí mismo, cuadernos que luego quemé para hacer un asado.