El 5 de enero se cumplen 100 años del nacimiento de uno de los economistas más notables que ha dado nuestro país, que vivió y se formó en la ciudad de Rosario, lo que le da un carácter especial a nuestra evocación. Enrique Silberstein fue, además, mucho más que un economista; fue cuentista, autor de obras de teatro, novelista, cuya obra El Asalto fue llevada al cine por Kurt Land en 1960, como señala Paulo Balán en su magistral libro sobre el cine provincial. Su olvido obedece a varias razones, la principal, sin duda, es “esa ignorancia sabiamente dosificada”, de la que hablaba Raúl Scalabrini Ortiz, con que el poder trata a aquellos que lo criticaron con agudeza e independencia.
Enrique Silberstein fue uno de los grandes humoristas que tuvo nuestra patria, del nivel de un Jauretche, Arturo Cancela o Enrique Méndez Calzada, pero con la particularidad de que en una materia como la economía, que bien llamo Carlyle, la “ciencia lúgubre”, lo hizo con una ironía sin igual. Sus libros y artículos periodísticos son un canto a la simplicidad y profundidad, podía explicar las ideas de Adam Smith, David Ricardo o Federico Lista con los ejemplos más cotidianos, haciendo asequibles al hombre común los conceptos más abstrusos. Dos de su maravillosos libros, Los Asaltantes de Caminos y Piratas, Filibusteros, Corsarios y Bucaneros, son la explicación más desopilante e inteligente del capítulo 24 sobre la “acumulación originaria” del primer tomo de El Capital de Carlos Marx, donde combina una enorme erudición con una mirada tan desprejuiciada que se los leen con fascinación y simpatía.
Dice don Enrique: ”Los ricos basan su fortuna en el filibusterismo, la piratería, la trata de esclavos, el contrabando, el exterminio de sus semejantes, tal como hicieron los españoles con nuestros pobres indios, los ingleses con los indios, los belgas con los congoleños…Así han hundido a la humanidad en la miseria, la enfermedad y la ignorancia. Los ricos han sido ricos y han impulsado el desarrollo, precisamente porque han hundido a la gran mayoría de la humanidad en la miseria”.
Entendió que la economía, sino sirve al hombre común, no sirve para nada, se convierte en un ejercicio onanista que se aleja del hombre de carne y hueso, ese que trabaja y sufre un sistema social injusto: “Nuestro mundo ha sido educado y enseñado dentro de dos supuestos fundamentales: 1) El trabajo es salud, 2) las deudas hay que pagarlas aun a costa del hambre y la miseria. Como consecuencia, el mundo anda a las patadas y vivimos en un merengue de la gran siete”. En su obra de teatro Necesito diez mil pesos, pieza en dos actos, editada por Nueva Visión en 1961, se retrata el capitalismo de todos los días, con sus miserias, enajenaciones y persistente degradación de las relaciones sociales.
Enrique Méndez Calzada afirmaba que el humor era una resignación bajo protesto, y la obra de Silberstein con su mirada destemplada, pero humanista, tiene mucho de eso. En su libro Los Economistas, hace una disección del saber académico de nuestros especialistas en la materia, llegando a la triste conclusión, que en la mayoría de los casos no hay auténticos economistas argentinos, sino tan solo repetidores de los manuales exitosos para Estados Unidos o Inglaterra. La desconexión de nuestros técnicos con el entorno vital es feroz, afirma, y podemos decir que tenemos solo loros de lo escrito para países de estructura desarrollada. Para él, citando a Juan Bautista Alberdi, la economía debe ser en nuestros países, la ciencia que estudia la pobreza y no la riqueza, lujo que se pueden dar los escribas de los países imperialistas y que repiten los estadígrafos del subdesarrollo.
Silberstein dividía, siguiendo a Carlos Marx, a los economistas en clásicos y vulgares; los clásicos eran aquellos que como Adam Smith, David Ricardo, Marx o Keynes habían hecho aportes originales a la economía; los vulgares eran los meros repetidores, que alejados de la realidad solo vociferaban lo que habían aprendido en estólidos manuales, sin profundizar en la historia, geografía, sociología del país que habitaban. Su conclusión era clara: mal puede resolver los problemas de una nación, economistas que no saben de lo que hablan.
Otro libro suyo fascinante, por suerte reeditado, es Los Ministros de Economía, cuya primera edición es de 1971. A través del estudio de los discursos de aquellos que tuvieron el mando del ministerio de marras, es decir, los Alsogaray, Roberto Alemán, Krieger Vasena y podemos aumentar la lista hasta hogaño, podemos sacar, en todos los casos, las frases siguientes: ”1) Jamás el país estuvo peor, desde el punto de vista económico, 2) Hay que hacer toda clase de sacrificios para salir adelante, 3) La estabilidad es lo fundamental, conseguida la estabilidad, estamos salvados, 4) La moneda sana es el objetivo de nuestra acción de gobierno, 5) El déficit fiscal se reducirá hasta mas allá de lo posible, 6) Terminaremos, inexorablemente con la burocracia, 7) Las medidas impopulares que debemos tomar son inevitables, 8) Suframos hoy, que mañana (o pasado) estaremos bien”. Esta larga cita no es de hoy, sino de hace casi cincuenta años, para demostrar el marasmo político y conceptual en el que nos encontramos, y demuestra la absoluta vigencia de la reflexión del gran economista.
En un notable ensayo Dialéctica, economía y desarrollo, plantea la necesidad de dejar la mirada conservadora en materia de escasez de recursos, buscando otro desarrollo económico de carácter cualitativo en la senda de Marx y Keynes.
Otro libro de su autoría, que merece destacarse es ¿Por qué Perón sigue siendo Perón? de 1972, donde analiza con agudeza todas las realizaciones del peronismo, reivindicando las leyes sociales y económicas de la Revolución del 4 de junio de 1943 con sus logros: creación del fuero laboral, extensión de la indemnización por despido, dos millones de personas beneficiadas por la jubilación, sanción del aguinaldo, vacaciones pagas, estatuto del peón para el campo, etcétera, etcétera; que le dieron al naciente peronismo los instrumentos de política económica para llevar su obra de justicia social e independencia económica.
El intervencionismo económico comenzó antes de la llegada de Perón al Poder y produjo, según datos de Silberstein una distribución del ingreso de casi 20 puntos del producto bruto interno, lo que fundó la base material para el proyecto justicialista. Dice nuestro economista: «lo que hace a la esencia de la economía peronista es el aumento de sueldos, la consolidación de los ciudadanos, el surgimiento del obrero como ser humano.” Divide la política económica del peronismo desde 1946 hasta 1952, donde ve aparecer una serie de medias ortodoxas a partir del encumbramiento de Alfredo Gómez Morales como Ministro de Hacienda.
Este breve artículo solo busca rescatar del olvido a quien tanto aportó para la solución de los problemas de las mayorías. En la facultad de ciencias económicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) no se encuentra un solo libro de uno de sus alumnos más notables. Una prueba más de la injusticia con que muchas veces tratamos a los que han dado tanto por una sociedad sin víctimas ni verdugos.
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