Soy docente de primer grado en la Escuela N° 227 Bernardino Rivadavia, de Pujato. Escuela a la cual asistí como alumna, por lo cual mi amor e incondicionalidad son inmensurables. Trabajamos en equipo, por turnos, con paralelas educativas, una hermosa comunidad donde se prioriza educación-emociones-calidad educativa y humana.

Ya pasé los 30 años de labor, dedicación, empeño en superar día a día esta vocación que llenó parte de mi vida, aún despertando pasión innovadora, aún descubriendo cada día un rayito de magia al enseñar.

Durante estos años, mi labor se desarrolló transmitiendo saberes educativos mediante el contacto gestual, armonizando charlas, risas, situaciones, intercambiando comunicación directa, compartiendo miradas, situaciones espontáneas, momentos tan normales como habituales. Hasta ahora.

Hoy esta situación que vivimos, que nos impide estar en el aula, me descolocó. Es como sentir que me cortaron las alas y tener que aprender a volar de otra manera, es como armar un rompecabezas educativo donde no tenemos a nuestros pequeños. No está ese encuentro de ojitos pícaros, ocurrencias, vivencias donde aprendemos escuchando, mirándonos, sonriendo.

Adaptar cómo llegar a lograr su atención y asombro, despertar curiosidad, intentar lograr entusiasmo, algo difícil y duro. Armar un aula decorando, ambientando para utilizar ese material como apoyo didáctico, visual y estético para recrear los contenidos que van a adquirir fue una tarea que quedó allí sin ser vivida, sin ser descubierta. Y a pesar de la enorme alegría que fue entrar al salón ese primer día, cuando “primerito” ingresó –como en todo pueblo– con toda la familia, sin olvidar abuelas y abuelos orgullosos; de vivenciar toda esa ansiedad, energía y alegría de los pequeños, esas caritas felices con las que pudimos compartir tan poquito tiempo y que quedan en nuestro corazón, así arrancamos.

Hoy dedicamos horas a pensar en transferir no solo contenidos, sino una nueva forma de enseñar siendo intermediarios entre el saber y la familia. Yo aprendiendo a convivir con la tecnología, a armar videos que intenté y aún hoy no sé si lo consigo como quisiera. Es a veces desesperante. Me equivoco, muevo el celular y desaparece mi imagen. Un lío la tecnología para mí. Y ni contar las risas de mis hijos escuchándome armar clases mientras me intento filmar, buscando cómo coordinar temas interrelacionados que antes trabajaba tan naturalmente.

Pienso en la ternura de compartir un día de clase juntos. Nunca lo imagine así. Cómo se valora y extraña ese contacto diario, el abrazo al llegar, los “Seño vení”, los mimos.

Todo es Intento. Mandar así los contenidos principales eligiendo, seleccionando actividades, que la familia pueda transmitir supliéndonos, ayudándonos, intentando llegar a ellos, y valorando cada familia que está siendo un nexo fundamental. Sin ellas no podría lograrlo. Luego, enviar el material, armar bolsitas con los trabajitos que deberán realizar a modo de aplicación para el cuaderno, pidiendo ayuda a mis hijos para constatar que esté todo lo necesario para cada peke.

Y cuando se puede, salgo con una compañera en bici, previo aviso al grupo de difusión de madres, a repartir casa por casa la tarea. Es increíble verlos esperarte para un saludo, una sonrisa, un abrazo. Contarte cómo extrañan y quieren volver a la escuela, ver a sus compañeros. Sentir el mutuo cariño a pesar del poquito tiempo compartido, donde está la charleta que te abraza y sube colgándose de mi cuello en un tierno abrazo o el tímido que no llegaste a conocer casi su voz, que vive en zona rural y tenés que sacarte los lentes de sol para que te reconozca y te abrace diciendo “Me acuerdo de vos seño”, corre a buscar su tan impecable mochila y te muestra su cuaderno con tanto amor. O simplemente verlos juntarse los que están cerquita esperando llegue la seño con las tareas. Eso es inocencia y amor puro. Te das cuenta qué importante es ese vínculo irremplazable seño-niño-escuela. Y sentir que pude cambiar formas, maneras, que pueden incorporarse diferentes aspectos tecnológicos, pero el contacto afectivo seño-niño nunca podrá ser reemplazado.

* Maestra de primer grado de la Escuela N° 227 Bernardino Rivadavia, de Pujato.

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