La vida de Marcelo Frattin –casildense, hijo de comerciante– daría un giro a partir de un hecho fatal. Cuando tenía dieciocho años, y el final de la secundaria no anticipaba un camino claro de cómo seguir, murió su abuelo materno y su mamá heredó once hectáreas de campo. Hasta ese momento, su única relación con lo rural eran los relatos de la infancia. Su madre, que sí había vivido fuera de la ciudad, le hablaba de libertad, tranquilidad y de la comida que nunca faltaba. Seis kilómetros de camino de tierra lo separaban de su futuro lugar en el mundo. En aquella parcela, donde no había electricidad, ni un árbol, ni una casa, hoy funciona una finca biodiversa agroecológica que produce por año 70 mil kilos de alimentos saludables. Pero antes de eso, Marcelo tuvo que poner los postes y el alambrado, aprender a criar cerdos, a matar lechones y formarse en horticultura. “Cuando iniciás una materia nueva te guiás por los que ya vienen haciendo ese trabajo”, dice. Por eso, cuando después de dos años de dedicarse a los cerdos quiso incursionar en los cultivos, viajó a Soldini –zona hortícola– y se volvió con el paquete tecnológico que implementó en su campo, ubicado entre Casilda y Fuentes.

Foto: gentileza PACA

“La verdurita del campo”, le decía Marcelo a su familia cuando les llevaba lo cosechado. Así pasó entera la década del noventa. Así pasó también el cambio de siglo. El paquete tecnológico daba sus frutos y Marcelo creía que todo iba bien. Hasta tenía un par de muchachos que lo ayudaban, porque es un trabajo que requiere mucha mano de obra. Pero un día, uno de los muchachos se intoxicó con alguno de los siete químicos que venían con el paquete. Entonces, Marcelo dice que abrió los ojos, empezó a analizar la situación y a ver qué estaban produciendo. Algo era claro: no usarían más químicos. Algo era incierto: cómo seguirían. Empezó a interiorizarse en otros sistemas de cultivos, fue a congresos de agroecología, viajó a La Pampa, Misiones, Mendoza. Marcelo resume esos encuentros: “Te volvés cargado con ideas recontra positivas y ganas de hacer mil cosas”.

Un día de 2007, los caminos de Marcelo Frattin y de Eduardo Spiaggi se cruzaron. Eduardo –docente a cargo de la cátedra de Biología y Ecología– era presidente de la Cooperadora de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UNR, que tiene sede en Casilda. Desde su gestión habían recuperado la administración del campo de la Facultad, que estaba tercerizada. Marcelo se ofreció para dar una mano, y después de algunas jornadas conjuntas con la cátedra de la Facultad y la Escuela Agrotécnica, los invitó a su campo. Cuando vieron que Marcelo vivía ahí y tenía frutales, animales y verduras, le propusieron hacer la transición agroecológica. Así nació P.A.CA.: Proyecto Agroecológico Casilda.

En dos años eliminaron los agroquímicos y los transgénicos. Después fueron incorporando actividades. Diseñaron corredores verdes dentro de los cultivos y empezaron a sembrar trigo y a hacer harina. “El proyecto fue creciendo y se fue complejizando”, cuenta Eduardo. Marcelo se refiere a la transformación completa del sistema de producción industrial que había sostenido durante veinte años. El sistema de riego, de siembra, las variedades de verduras y la forma de comercializar son algunas de las modificaciones que hicieron hacia el sistema agroecológico. Marcelo recuerda que ese pasaje les llevó unos cinco años.

La parcela pelada que conoció Marcelo, hoy se compone más o menos de esta manera: 5 hectáreas de cultivos extensivos donde rotan soja, maíz y trigo; 2,5 hectáreas de producción hortícola con doce variedades de verduras, entre otras, rúcula, acelga, espinaca, repollo, kale, remolacha; 1 hectárea de árboles frutales; 1,5 hectáreas para bovinos, ovinos, cerdos y producción avícola (gallinas y pollos); 0,5 hectárea para vivienda e instalaciones.

La diversidad de producciones que manejan no es casual; tiene que ver con uno de los principios de la agroecología. Eduardo dice que la base “está en la diversificación, en la integración y en la combinación de las distintas producciones”. Menciona, a modo de ejemplo, que la materia fecal de los cerdos sirve como fertilizante. Una palabra que condensa la lógica del sistema de P.A.CA. es la agrobiodiversidad. En palabras de Eduardo:Hablamos de diversidad de cultivos o de subsistemas productivos combinando animales con plantas. Pero también hay una biodiversidad funcional, no productiva, que es la que produce hábitat para otras especies”. El caso gráfico que elige nombrar es el de los árboles que producen oxígeno y retienen agua de lluvia. Tres cuartas partes de la chacra están rodeadas de cortinas forestales que protegen al campo de las derivas de agroquímicos de los campos vecinos. En la huerta, cada treinta metros, hicieron corredores verdes donde pusieron franjas de frutales, aromáticas y medicinales. “Estas plantas disminuyen el ataque de plagas, porque alojan insectos benéficos que depredan a los perjudiciales”, explica Eduardo. En total hay mil árboles, de los cuales cuatrocientos son frutales (higos, cítricos y fruta de carozo).

La huerta es el núcleo productivo que permite el ingreso diario de dinero al sistema. Cuando empezaron con el proyecto vendían en las verdulerías pero con los años armaron un grupo de más de ciento veinte consumidores que no son solamente de Casilda. Eduardo menciona el caso de Chabás, que manda un comisionista a buscar los bolsones de un grupo de personas. Una vez a la semana ofrecen la verdura que hay, y quienes integran la red eligen cómo armar su bolsón. La lógica del comercio justo y de cercanía es que no hay intermediarios entre productores y consumidores, y que ambos engranajes de la cadena consiguen mejor precio. Por fuera del circuito propio, desde P.A.CA. articulan con la Red de Comercio Justo Del Litoral, con Pueblo a Pueblo y con el sistema de Huerta a la Mesa de STS, una red solidaria que armaron a partir de la pandemia para entregar a comedores comunitarios.

En los senderos que se bifurcan, por un lado el sistema agroindustrial con la premisa de obtener divisas vía el extractivismo, destina su batería de siembra directa, OGM y monocultivo a la alimentación de los cerdos chinos y a la exportación de biodiesel para el combustible que alimenta al transporte en el mundo. Por otro lado, lejos de ese sendero está el campo que produce alimento para humanos. Marcelo dice que es increíble la cantidad de alimento que genera P.A.CA: 70 mil kilos por año. Las diez cerdas que tienen, dan anualmente unos 150 lechones. Además, crían tandas de entre cuarenta y cincuenta pollos en una jaula móvil donde están al aire libre, toman sol y comen pasto. Eduardo dice que esos pollos son muy demandados y que por eso planean armar otra jaula. Cuenta que la pandemia significó una duplicación de las ventas para la mayoría de los proyectos que trabajan con esta lógica. “Estamos vendiendo tres mil kilos de harina por mes”, tira, y dice que si bien la agroecología plantea un consumo cercano, la demanda de harina blanca agroecológica les llega desde Mendoza, Córdoba, Buenos Aires y Entre Ríos.

Arraigo y generación de empleo

El Proyecto Agroecológico Casilda no sólo genera alimento. También genera puestos de trabajo. Mientras el sendero del monocultivo de la soja transgénica genera un empleo cada quinientas hectáreas, en las once hectáreas de P.A.CA. trabajan siete personas. La compañera de Marcelo se encarga de la venta de la verdura y otras tareas del campo. Un mediero que vive ahí se encarga de toda la parte hortícola. Hay otro empleado de medio día, Eduardo, que es el fletero, un técnico veterinario, y otra compañera que se encarga de las ventas. Eduardo se refiere a la importancia del arraigo rural en un país donde el 92 por ciento de la población vive en las ciudades. Cuando en P.A.CA. reciben visitas de estudiantes de Agronomía, Marcelo les explica que el campo con gente trabajando era algo común hace cincuenta años pero que cuando llegó el sistema de monocultivo, el campo se volvió un desierto. “Se arrancaron los montes frutales, se voltearon las casas, las taperas, los gallineros. No quedó un molino ni un alambrado”.

De fondo se escucha el cloqueo de los pollos. Marcelo se disculpa porque está “en plena tarea”. Pide hablar más tarde, cerca del mediodía, cuando corta para almorzar, cuando ya le haya dado de comer a los animales de corral, a los cerdos, cuando haya juntado tres docenas de acelgas, cuando haya matado dos lechones y le haya dado fardos de pasto a los terneros. Después de almorzar, las tareas continuarán. Dice que todos los días hace cosas distintas, que por eso el laburo no es cansador, que las horas de trabajo ni las cuentan porque se levantan y se acuestan haciendo cosas, que el trabajo es flexible y tiene libertades, que nadie marca tarjeta, que en una fábrica no duraría mucho más que dos días. “Quien trabaja la tierra se integra en el sistema y no al revés. ¿Sabés lo que es poder vivir y laburar haciendo lo que a uno le gusta? Es grandioso”.

Otro aspecto que a Marcelo le gusta del trabajo en el campo, es que siempre hay cosas nuevas por aprender. Enumera los elementos que marcan una continuidad con el trabajo que hacía la generación de sus abuelos: guiarse por la luna, las técnicas de los injertos o las formas de controlar insectos y hongos. La agroecología no propone volver a la mula y al arado. Usan los mismos fumigadores del sistema industrial pero no con agrotóxicos sino con biopreparados; usan las cosedoras de bolsas industriales (no usan hilo y aguja); usan la moledora de trigo pero muelen trigo agroecológico; usan celulares y redes sociales para vender. “Es combinar cierta tecnología actual con la producción de alimentos sanos”, dice Marcelo. Eduardo, al respecto, aclara que la idea es tomar herramientas del pasado para ir hacia adelante. El faro es la diversificación de cultivos aplicando tecnología moderna. Como ejemplos, menciona el uso de energías renovables, las técnicas de introducción de insectos benéficos, el manejo de cultivos y la conservación de semillas. Para esto se basan en el diálogo de saberes. “El saber académico y científico puesto en diálogo con el saber tradicional campesino indígena”, resume Eduardo –quien también coordina el Observatorio del Sur–, mientras agrega que en ese diálogo “surge un nuevo conocimiento”.

En la provincia de Santa Fe, donde hace veinte años sólo existía la experiencia de Naturaleza Viva en Guadalupe Norte, hoy hay más de cien experiencias agroecológicas. Para Eduardo, ese dato demuestra que la agroecología es “posible, viable y rentable, pero necesita políticas públicas y la gente viviendo en el campo”. Para eso cree necesario generar condiciones como electricidad, buenos caminos y escuelas rurales. Marcelo entiende que avanzó mucho más el consumidor reclamando este tipo de alimento que los productores respondiendo a la demanda. Habla desde su experiencia, en la cual no pudo contagiar a ningún productor vecino la semilla de la transición agroecológica. “Tenemos muy buena relación, nos juntamos, comemos, les tiro los números, les digo «esto está bueno, hay que repetirlo», pero no hay forma. No los puedo sumar”.

El año pasado, en conjunto con el Taller Ecologista, hicieron en P.A.CA. un ciclo de capacitaciones gratuitas, a las que fueron más de doscientas personas de todos los pueblos vecinos. La idea es que el predio se transforme en una Escuela Popular de Agroecología, con acceso gratuito y sin ningún título previo. Además, hicieron un convenio para sembrar diez hectáreas de trigo agroecológico en el campo de la Facultad y de la Escuela Agrotécnica. Y también están pensando en formar una Cooperativa de productores agroecológicos del sur de Santa Fe. Eduardo habla de una revolución actual con dos lugares en los que dar batalla: el cuidado de la naturaleza y la producción de alimentos saludables.

Fuente: El Eslabón

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