Manuel Soriano, escritor argentino que hace años vive en Uruguay, es un apasionado por el origen musical de los cantitos tribuneros y sus connotaciones xenófobas, misóginas y homofóbicas, y plasmó todo eso en su flamante libro ¡Canten, putos!

“Cuando era más chico e iba más seguido a la cancha, con el grupo de amigos muchas veces jugábamos a tratar de adivinar y tratar de sacar de qué canción venían los cantitos”, dice de entrada Manuel Soriano, ganador del Premio Clarín Novela 2015 por su libro ¿Qué se sabe de Patricia Lukastic?, y se explaya: “Como era una época anterior a Google, muchas veces esas búsquedas quedaban ahí, pero se ve que la idea me quedó en la cabeza, porque hace unos 3 años empecé a escribir y me di cuenta que era un tema muy interesante y que nunca se acababa, cuando más rascabas más cosas encontrabas”.

“No vengo de la literatura futbolera”, aclara este autor que comparte apellido con un emblemático de la literatura futbolera, como el Gordo Osvaldo Soriano, con quien –aclara– no guarda ninguna relación de parentesco. Y anticipa: “Este libro tiene más una influencia de Capusotto que de Borges. Por más que tiene algunas cosas borgeanas, por esa enumeración de cosas que parecen una crónica falsa. Éstas, a veces, parecen eso. Son tan surrealistas que si no fuesen verdaderas nadie creería que eso que estoy poniendo es cierto”.

La más maravillosa música

De todo ese recorrido entre tablones y pluma nació ¡Canten, putos!, en el que “algunas crónicas del libro están dedicadas exclusivamente a una canción, que por algún motivo me fueron llamando más la atención”, según reconoce el autor. Y enumera: “Está la que termina siendo más conocida como «la concha de tu madre, All Boys» que viene de un tema de una mexicana, Sonia Rivas” que se llama Atrévete a decirmelo. “Después uno que viene de una canción de Bonnie Tyler, que se llama It’s a heartache, que tuvo varias adaptaciones, pero termina siendo la más conocida la de «jugadores, la concha de su madre, a ver si ponen huevo, que no juegan con nadie…»”, cuya principal virtud es insultar a tu propio equipo, pero sin dejar de ofender a tus rivales.

Entre las curiosidades, este hincha de Boca menciona una canción que “tiene un viaje muy llamativo”, ya que la letra original era de amor, y en su paso por la tribuna adoptó un sentido bélico. “El tema es de un cantante country que se llama John Denver, que compuso para reconquistar a su esposa en las montañas de Aspen. Era algo muy celestial, y cuando pasa acá –primero por Sergio Denis, que hizo una versión en español– termina siendo un cantito de guerra: «Yo no soy de tal, yo no soy vigilante, yo soy hincha de tal otro porque tenemos aguante». Este tipo de cantitos, que tienen un salto muy grande entre el original, era lo que más me interesaba”.

Este argentino desde 1977 y montevideano por adopción desde 2005, revela que “los cantitos que traté son más viejos, son los que en principio no era tan reconocible el origen”. Y admite que entre los ritmos que más se escuchan en las gradas argentinas pertenecen a los Auténticos Decadentes y a Sergio Denis. “En el libro figura con algunos Roque Narvaja,; hay dos de un autor que yo desconocía por completo, que se llama Richard Mochulske, que es quien tiene registrada la canción Atrévete a decírmelo que después es grabada por su ex esposa, Rivas. Y tiene otro que viene de una canción que hizo para juntar fondos cuando fueron las inundaciones en Chaco en el 85: se llama Argentina es mi país, a la que luego Boca –entre otros– le cambia la letra: «Dale Bo, dale Bo, dale Bo / Pongan huevo que acá no pasa nada»”. Pero la cosa no termina ahí. “Ese cantito pasó de una canción solidaria a la cancha, y después otra vez a un disco, de Attaque 77, Sola en la cancha, es decir que hizo un camino de ida y vuelta”, resalta el también director de la editorial infantil Topito Ediciones.

Haciendo mala letra

“El nombre del libro me gustó porque sintetiza un poco lo que pasa con los cantitos de las hinchadas en Argentina”, justifica Manuel. “En este caso, se deforma el significado de la palabra porque sería algo así como «canten, amargos». A pesar de eso, una de las crónicas está dedicada a estudiar y analizar el contenido homofóbico o genital de los cantitos que hay, que son muchísimos”, se pone serio Soriano, y argumenta: “Tal equipo se coge a otro, le rompe el culo. Ahí tomo un poco del antropólogo Eduardo Archetti, que estudió bastante este tema. Muchas veces tiene más que ver con la dominación que con la sexualidad. A veces, incluso, se dan cosas más paradójicas, porque el vejador, que es macho, no es considerado puto por más que tenga una relación con otro hombre, entonces es como una especie de dominación que viene de los códigos más carceleros”.

Para resumir cómo hizo para plasmar en un libro un universo tan amplio como el de los cantitos tribuneros, el autor señala: “Me jugó a favor que no lo pensé como un proyecto de libro, fueron crónicas que fui publicando en revistas. Hacía una, después me picaba otra, y así. Algunas sí, fueron más pensadas para el libro, por ejemplo, una que está más dedicada al proceso creativo y que me llevó a hablar con gente de las hinchadas. Y hay otras que están dedicadas a la xenofobia, homofobia, y están agrupadas por temas. En esas sí, hay como un estudio más social. Las otras eran como más de aventuras, de largarme”.

Haciendo buena letra

El poeta y docente desaparecido Roberto Jorge Santoro fue el encargado de las primeras estrofas: en su excelente Literatura de la pelota –una especie de Biblia de los libros futboleros– realiza el primer relevamiento de cantitos que entonaban las hinchadas argentinas. «La gente se mata por ver a De la Mata», «La gente no come por ver a Walter Gómez», «La gente no fuma por ver a Ángel Labruna», entre otros hits del momento.

Claro que, con el correr del tiempo, las letras fueron variando hacia versiones más agresivas, apuntando no sólo a los propios, sino también a los de enfrente. “Hay estudios más serios de sociólogos y especialistas, que destacan un quiebre en los 70’, que es cuando los cantitos pasan de ser cosas para los jugadores, coreo de nombres o de los colores del equipo, y empiezan a ser más autorreferenciales de las hinchadas, empiezan a tener una cuestión de pertenencia”, comenta Soriano.

También creció la creatividad tribunera, con letras más largas y de otra calidad. “En el libro no le di tanta bola a las hinchadas en sí, aunque las nombro”, reconoce el escritor de las novelas Rugby y Fundido a blanco. “Soy hincha de Boca y es a la hinchada que hago más referencia, pero por que son las que más conozco. Pero no es un libro de hinchas. Sí está la fama de la hinchada de San Lorenzo como una de las más creativas, en la época del 80. Los equipos del ascenso tienen versiones que son creativas”, concluyó.

Fuente: El Eslabón

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