Se cumplen 25 años de la hazaña sin par lograda por Rosario Central: la conquista de la Conmebol ante Mineiro, luego de haber caído por 4 a 0 en la ida en Brasil. Cristian Colusso, partícipe de aquella gesta, rememora esa noche inolvidable.
Uno de los mejores cuentos de Roberto Fontanarrosa, hincha canaya si los hubo y habrá, es el que narra la historia de un grupo de simpatizantes que deciden secuestrar al Viejo Casale cuando se enteran de que éste jamás había visto perder a Central frente a Newell’s. Lo hacen en la previa de la semifinal del campeonato Nacional del 71, que a la postre quedaría en manos del equipo de Arroyito, y lleva por título la fecha exacta de ese encuentro ante la Lepra que se disputó en cancha de River: 19 de diciembre de 1971.
El destino, siempre caprichoso, quiso que 24 años después de aquel partido –en el que Casale “murió como todo hincha sueña morir”, según palabras del Negro–, Central debiera disputar una final decisiva ante Atlético Mineiro, a la que encima arribó con un imposible 0-4 padecido en tierras brasileñas en el choque de ida.
19 de diciembre de 1995
“La Copa al principio no era una prioridad”, admite Cristian Colusso, integrante del plantel que conquistó el primer (y hasta ahora único título internacional del club de Arroyito), y agrega: “Teníamos un buen equipo y habíamos arrancado mal el campeonato. Para muchos de nosotros era nuevo el tema de la Copa, pero todo se fue dando, se fue creando. Le ganamos bien a Defensor Sporting de Montevideo, en el debut, y así fuimos pasando de rondas”.
“Antes las copas no pagaban lo que pagan ahora, entonces muchas veces para los clubes era un gasto muy grande, sobre todo si llegabas hasta la final, con concentraciones, viajes”, recuerda el Chiri, como se lo conoce en el ambiente futbolístico, y argumenta: “El club no estaba en una buena situación económica y en un momento se puso en tela de juicio si convenía o no”. La leyenda cuenta que los propios jugadores tuvieron que poner plata de sus bolsillos para solventar algún que otro traslado, pero el ex habilidoso volante gambetea la pregunta entre risas: “Yo era chico y no puse un peso, así que no me acuerdo mucho”.
Lo cierto es que, contra viento y marea, el conjunto de don Ángel Tulio Zof fue avanzando en el certamen continental. Después de los uruguayos se dejó en el camino a Cobreloa, en el desierto chileno de Atacama, y luego a Colegiales de Paraguay. Hasta llegar a la final con el Mineiro de Brasil.
“Era un velorio, en ese momento sí era todo muy negativo”, dice Colusso en referencia a la goleada sufrida en la ida. “Recién cuando llegamos acá empezamos a pensar distinto, en el partido de vuelta”, confiesa, y se agranda: “El punto clave fue el día del partido, ahí se empezó a gestar la hazaña”.
La gloria eternal
Pese a lo imposible que parecía el poder revertir la historia, Colusso señala que “nunca nos conformamos con haber llegado”, y rememora: “Tengo el recuerdo de haberme levantado temprano ese día y enterarme de que a la noche los hinchas habían estado molestando a la gente de Brasil para que no durmieran. Y eso me dio la sensación de que se estaba creando algo. Y después fue llegar al estadio”.
“Hasta ese momento era tratar de ganar, uno o dos a cero, pero ganar”, indica el Chiri. “Pero cuando llegamos al Gigante, que estaba repleto, todo cambió. Los chicos salieron como una fiera enjaulada y en el primer tiempo metimos tres goles. Ahí advertimos que se estaba dando una noche especial”. Para agregarle suspenso a la historia de por sí fantástica, debieron pasar 43 interminables minutos para que Carbonari, de cabeza, forzara la definición por penales.
Lo que vino después es conocido: los brasileños erraron los dos primeros, Central convirtió los suyos, Colusso, que por entonces tenía apenas 20 años, marró, y el uruguayo Da Silva terminó siendo el héroe de la jornada. “Al día de hoy me siento orgulloso y mis compañeros me lo han reconocido: la valentía de ir y patear”, repasa Cristian. “Don Ángel me expresó su confianza y cuando me consultaron, enseguida dije que sí”, agrega, pero admite: “Claro que me hubiese gustado hacerlo y con mi gol ganar. Y a lo mejor tendría que haberlo pateado distinto, pero no me arrepiento, más que nada porque después pateó el Polilla y salimos campeón”.
Carnaval toda la vida
“Más que a qué hora volví a mi casa, sería qué día volví”, confiesa entre risas el actual entrenador de la 8ª división de Rosario Central sobre los festejos que comenzaron ni bien el Polillita Da Silva convirtió su penal. De aquella noche, el Chiri recuerda que “el festejo fue larguísimo”. Y traza una especie de línea de tiempo, en la que “primero me fui a comer con mi familia, después acordamos en encontrarnos con el resto para los festejos y hasta estaba la Copa, en la calle, algo impensado hoy. Era festejo y caravana, y al otro día también, todos los días”. Además, era tanta la algarabía que “salíamos a la calle y nos invitaban, así que no parábamos más de festejar”, recuerda el atacante, y aclara: “En ese momento no sabíamos lo que habíamos logrado, de la repercusión que eso iba a tener con los años”.
Hace unos días los campeones fueron homenajeados por la actual dirigencia con una cena en el mismísimo verde césped del estadio, donde el ex futbolista leyó una emotiva carta. “Si me preguntás qué me gustaría hacer antes de morir, te respondería cenar en el Gigante”, asegura Colusso, que agradece: “La gente del club se portó espectacular con los campeones, nos regalaron una camiseta en honor a los 25 años y pasaron un video de cuando salimos campeones, fue un sueño”.
“Hoy lo veo como lo que es: la única copa internacional que tiene Rosario. Y no lo digo desde el folclore, sino de lo difícil que es lograr eso, porque en esta ciudad tenemos muchísimos años de fútbol y no se ha logrado nunca. Y encima, el condimento especial de ir perdiendo una final 4 a 0 y ganarla. Es una hazaña sin par, como vi por ahí”, dice orgulloso el Chiri y concluye: “Más que ganar un torneo internacional, fue la gesta esa, que fue un milagro, aunque no me gusta decirle así. Parecía una película yanqui, en la que se daba todo perfecto”. Eso: un cuento de Fontanarrosa.
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