A pesar de haber sido desalojados de su predio histórico, en el club del sudoeste rosarino que lleva el nombre de la ciudad española en la que Mario Alberto Kempes fue ídolo y goleador, más de 500 pibes y pibas corren detrás de una pelota y de sus sueños.
Para 1980, Mario Alberto Kempes ya era ídolo de Rosario Central y tenía en su haber –con la Selección Argentina en el nefasto año 78– un título mundial, del que había sido gran protagonista. La capacidad goleadora en el club de Arroyito le valió la venta al Valencia de España, donde con el tiempo también se calzó la pilcha de emblema, al conquistar una Copa del Rey, y las internacionales Recopa y Supercopa de Europa.
Mientras el Matador descollaba al otro lado del charco, donde incluso llegó a ser Pichichi (máximo artillero del campeonato) el 9 de julio de 1980, en el sudoeste rosarino, un grupo de muchachos hinchas del Canaya elegían el Día de la Independencia para colocar la piedra basal de la entidad barrial a la que denominaron Club Social y Deportivo Infantil Valencia, en homenaje al delantero cordobés. “Kempes estaba en su mejor momento, y por eso los fundadores le pusieron ese nombre”, certifica Claudio Navarro, presidente del club desde hace 15 años, en diálogo con El Eslabón.
Las primeras pelotas rodaron en el predio ubicado en la por entonces calle Godoy (hoy avenida Presidente Perón) y Pedro Lino Funes, pero una orden de desalojo de larga data, que se hizo efectiva a principios de 2021, los despojó del histórico espacio. El arribo a bulevar Seguí y Solís, también en la zona sudoeste, no fue sencillo. Estuvo atravesado por actos de vandalismo, que hicieron aún más difícil la readaptación, y que dio más material a las páginas policiales que a las deportivas.
Cambio de frente
Ahora, a unas 15 cuadras del lugar fundacional, unos 500 chicos, chicas, y no tan chicos practican del único deporte de esta humilde institución, a la que le cuesta hacer pie debido a los muchos robos de lo poco que tienen. “Nosotros estuvimos en el lugar donde se fundó hasta antes de la pandemia, que la Municipalidad nos da un predio acá”, dice Navarro desde Seguí y Solís. “Cuando fuimos a firmar, el predio supuestamente iba a tener los vestuarios y todo lo mismo que ya teníamos en el club, pero nos dieron el terreno pelado”, sin nada. Y para colmo de males, “nos robaron dos veces el tejido”, lamenta Claudio, entre sensaciones de bronca, tristeza y resignación.
Es que este hombre con tres lustros como mandatario recuerda que “cuando se vende el terreno de calle Godoy el comprador nos hace un obsequio de dinero, con el que compramos lajas para cerrar el club. Y cuando las empezamos a armar, la gente de la zona nos rompió todo. Gastamos casi 400 mil pesos en eso y rompieron todo”. Esta situación, sumado a la por entonces flamante pandemia, “te podés imaginar lo que fue eso para nosotros, sin recaudación, sin nada, queriendo levantar el club”.
Pero en el diccionario del Valencia, la frase bajar los brazos no existe. “Después, junto con un grupo de padres, delegados y allegados del club, en un día se hizo todo lo que tenemos ahí. Levantamos todo y a los pocos días levantamos el techo. Hicimos los dos baños que nos obligaba la Liga, un kiosquito, que está sin revocar aún. También hicimos los vestuarios, que están sin terminar”, enumera el presi. Y agrega: “Todo nos cuesta un montón, no llegan muchos subsidios. La mayoría de las cosas se hicieron a pulmón”.
Por eso, Navarro sostiene que “acá no podemos bajar los brazos porque hay un montón de chicos que necesitan un lugar de contención”. Y reconoce por lo bajo, sin rencores: “Sabemos que algunos de ellos son los que han roto el lugar, y que ahora están viniendo. Se dieron cuenta que no era un club que vino a sacar algo del barrio sino a contribuir con el barrio. Muchos no lo entendían, pensaban que iba a ser un barrio privado y nos destruían todo lo que hacíamos. Y ahora se dieron cuenta que trabajamos para la gente del barrio, acá nadie cobra nada, es todo a pulmón. Salíamos de laburar y nos íbamos al club a seguir laburando”.
Fútbol para todos
“Siempre fue un club de fútbol, pero con la idea de contener a los chicos. No es un club que busca a los mejores jugadores, somos más social que otra cosa, por eso se llama Social y Deportivo Valencia. Nosotros agarramos a muchos chicos que otros clubes dejan afuera, y le enseñamos lo poco o mucho que sabemos. No nos gusta agarrar chicos ya preparados”. En esta declaración de principios, Claudio Navarro deja en claro los objetivos de la entidad ubicada en el límite entre los barrios Triángulo y Moderno, de la que pese a no ser el fin, sacó a jugadores que después brillaron en Newell’s, como el Mudo Hernán Villalba, campeón en 2013 con el equipo dirigido por Gerardo Martino; y Franco Escobar, de reciente regreso a la Lepra, y ahora en la MLS de Estados Unidos. Sobre este último, el lateral derecho, el presidente guarda los mejores recuerdos, pese a no compartir simpatías por los equipos de la ciudad. “En la primera movida que tuvimos cuando nos querían desalojar, Franco vino a apoyarnos. Era su debut en Primera y se vino a apoyar al club de sus amores cuando nos querían echar”, recuerda, orgulloso. Y dice que hay más actos solidarios del defensor: “Una vez cayó al club y me dice: «tengo algo para ustedes, pero no sé si la vas a querer agarrar», pensando que le podía decir que no porque soy canayón y era una camiseta de Newell’s. «Pero no hijo –le dije– acá todo es bienvenido, y más si es por un gesto tuyo, que saliste de acá y sos familia». Así que donó varias cosas al club aquella vez”.
En cuanto a la cantidad de futbolistas que compiten en la Liga Nafir, el presidente hace la cuenta: “Tenemos chicos desde la 2008 hasta la 2017, en una línea. En la otra tenemos desde la 2008 hasta la 2016. Son 17 categorías infantiles, 4 femeninas y 8 categorías en veteranos. Estamos alrededor de unas 500 personas, entre chicos y grandes”. Admite que “se mueve mucha gente en el club, hay un trabajo muy lindo”, y se ilusiona: “Es un trabajo muy grande el que se viene haciendo y queremos tener más todavía, aprovechando la cancha de 11, aunque aún nos falta terminar, ponerle iluminación y otros detalles”.
Amor a la camiseta
Claudio Navarro pisó por primera vez las instalaciones del Club Social y Deportivo Infantil Valencia, tal es su nombre completo, hace casi un par de décadas, gracias a su pibe y no al revés, como suele suceder. “Mi hijo estaba jugando en un club de barrio y una vez lo llamaron de ahí para jugar un torneo, así que se quiso cambiar y ya después me sumé yo y me quedé”. Eso ocurrió hace 19 años, en los que fue simplemente padre de un jugador, luego vocal, más adelante vicepresidente. “En su momento, el presidente renunció por un problema, así que quedé yo en su lugar”. Eso ocurrió hace 15 años, y aún se mantiene. “Hay mucha gente grande en el club que sigue laburando, muchas mujeres”, destaca el mandamás del club barrial que lleva el nombre del Valencia de España y los colores del Vélez de Liniers. “Para el juvenil hicimos todas camisetas nuevas, con la pollada y unos bingos que organizamos. Terminamos el año jugando todos con camisetas nuevas”, celebra Navarro, y no se detiene: “Ahora el desafío es ver si podemos cerrar el club. Esperemos que haya gente buena que quiera colaborar con lo que sea, materiales, efectivo, lo que sea. Cuando es efectivo, pedimos que directamente pongan la plata en el corralón, y que nos digan a cuál tenemos que ir a buscar la mercadería. Así no hay malos entendidos”.
Por último, aclara que por la dura situación económica y social del barrio, “no estamos pudiendo cobrar la cuota societaria, porque en este momento no hay un peso”. Y cerró: “La vez pasada hicimos una pollada, recibimos alguna donación de ladrillos y algo en efectivo de la Municipalidad”. Y con eso van tirando, según concluye Claudio.
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