¿Quién fue la mente brillante que modeló las presidencias de Havelange y Blatter? Una historia de sobornos y chantajes, de aduladores y traidores. Una dupla de la Concacaf que es de temer. La mafia detrás de la pelota.
Los hermanos Adolf y Rudolf Dassler eran zapateros. Llevaban las riendas de una marca propia del rubro hasta que se pelearon para siempre y se cortaron solos en sus negocios. Adi puso su propia fábrica y usó su apodo y la mitad de su apellido para denominarla: Adidas. A pocas cuadras, Rudolf hizo lo propio con Puma. La pelea entre los hermanos y sus empresas fue feroz. Horst Dassler, hijo de Adi, logró que sus zapatillas deportivas logren evadir a las autoridades portuarias australianas en los Juegos Olímpicos de 1956 en Melbourne, y a su vez, hizo que las Puma de su tío quedaran varadas. Ese fue el primer golpe maestro del joven que cambió para siempre la historia de la Fifa. Cuando el francés Jules Rimet la fundó en 1904 jamás imaginó que aquello que parió se convertiría, con los años, en una de las mayores multinacionales, con más asociados que la ONU, como se jacta hoy la entidad enclavada en la colina de Zúrich.
Con fines de lucro
Las ambiciones de Horst Dassler y sus negocios llegaron hasta las más altas esferas deportivas: la Fifa y el COI (Comité Olímpico Internacional). Su primera jugada fue poner en el mando de la casa del fútbol a Joao Havelange, en 1974, y al franquista Samaranch en el COI. “Reemplazó a la vieja dirigencia por tipos adictos al dinero”, dice el periodista alemán Thomas Kistner en su libro Fifa mafia. El brasileño, al que increíblemente no le gustaba el fútbol, tenía estrecha relación con los deportes: participó como nadador en los JJOO de Berlín, donde quedó encantado con la organización nazi. En los de Melbourne ganó la medalla de bronce con la selección de waterpolo. Ya retirado, presidió la federación de esa disciplina, antes de pasar a la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). Su mentor en los negocios turbios fue el mafioso criminal Castor de Andrade, a quien en una carta (adjunta al expediente penal) para defenderlo de la justicia, lo definió como una “persona adorable, respetada y admirada”.
Dassler –que abrió Adidas Francia y también compitió con la Adidas alemana de su padre– empezó a marcar el camino de cómo se gana una elección: con sobornos. Así lo aprendió muy bien su primer alumno, Joao, que para pagar el dinero prometido a sus votantes firmó contratos con Coca Cola, Adidas y McDonald’s. Para conseguir más dinero, Horst creó la ISL, una empresa de marketing deportivo que pagaba sobornos a Havelange para quedarse con los derechos de televisación de los mundiales y luego venderlos al mundo. Todo un visionario. La compañía se convirtió en una especie de banco para la Fifa.
La primera prueba para la nueva dirigencia de esta entidad “sin fines de lucro” fue el Mundial 78, en Argentina. Con una dictadura en el poder, todo es más sencillo. Pero Havelange necesitaba seguir recaudando para cumplir promesas de campaña y mantenerse en el cargo, así que para España 82 aumentó la cantidad de equipos de 16 a 24. Y hasta el Mundial 90, su agencia de seguros fue contratada por la Fifa. Tenía una gran ventaja para hacer esos movimientos: la Federación no pide ticket, y los cheques que repartía necesitaban de su sola firma (esto terminó recién en 2013). Además, los gastos que realizan son confidenciales. Esos beneficios le permitían al presidente contrabandear oro desde Zúrich a Brasil, haciendo uso de su pasaporte diplomático.
Con apenas 51 años y producto de un cáncer que ocultó hasta sus últimos días, murió en 1987 Horst Dassler, inventor del marketing deportivo, cuyo legado aún persiste. En su ISL quedó como gerente Jean Marie Weber, El Hombre de la Bolsa, encargado de las coimas y los cheques (al portador, para evitar que figuren los nombres y apellidos de dirigentes de la Fifa). La empresa fue exprimida al máximo por la dupla imparable de Brasil, Joao Havelange y su yerno Ricardo Teixeira (otro brazuca que presidió la CBF y al que tampoco le gustaba el fútbol), hasta que quebró en 2001. A sabiendas de que era insolvente, siguieron adelante tomando créditos. Cuando colapsó, debía 300 millones de dólares.
El alemán Helmut Käser era secretario general de la Fifa cuando descubrió algunos chanchullos de su superior Havelange y de otros dirigentes de las altas esferas. Puso el grito en el cielo y le salió caro: fue amenazado, perseguido y luego expulsado. Su rival dentro de la Federación era, nada menos, que Joseph Sepp Blatter, un pichón de Dassler que aprovechó la volada para deshacerse de su enemigo y quedarse con su puesto. Antes, le dejó una sorpresa: se casó con su hija Bárbara sin que se enterara el suegro.
El suizo de Visp fue adquiriendo poder, conocía la corrupción de su jefe y pretendía el cargo. Havelange, insaciable, prometió y cumplió para el Mundial de Francia ampliar las plazas a 32 selecciones, pero no le bastó para pelear contra Blatter. Y se unió a él.
Casa tomada
A los 12 años trabajó como recepcionista en hoteles. También fue lustrabotas y telefonista. Más tarde asumirá como secretario general de la Federación de Hockey sobre Hielo de Suiza. Y al igual que Havelange, no le gusta el fútbol. Sepp Blatter es el nuevo capo de la Fifa en 1998, tras sortear en las elecciones –a puro soborno, como aprendió de su antecesor– al europeo que comandaba la Uefa, Lennart Johansson.
Entre Brasil, Argentina y Uruguay obtuvieron 9 títulos mundiales para la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol). Sin embargo, el sur continental pesa poco en las elecciones a presidente de la Fifa con sus 10 votos –por la cantidad de federaciones que la integran–, en comparación con los 35 (hoy son 41) que aporta la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (Concacaf), donde en algunos países miembros el fútbol ni siquiera es profesional. Y parte de las coimas blatterianas, hacia allí fueron.
Para rascar votos del Viejo Continente, donde su contrincante era local, sumó a sus filas a la estrella francesa Michel Platini. Y se ganó parte de África –que estaba con Johansson– prometiendo a futuro llevar allí la Copa del Mundo. Arrasó en las urnas (111 a 80) y cumplió sus promesas bajo la pantalla del Programa Goal, con el que repartió dinero a diestra y siniestra a las asociaciones, con la excusa de que renueven y mejoren las condiciones edilicias de sus sedes deportivas.
En la crisis financiera de 2001 se le presentó el primer gran problema con la quiebra de la ISL, principal fuente de ingresos. Ahí echó mano a su viejo lema “en la gran familia de la Fifa, todos los conflictos se resuelven en casa”, y lo hizo literal: la compañía que surge de las cenizas de la ISL es Infront, de Philippe Blatter, el sobrino, que más adelante se quedará con los derechos para televisar Brasil 2014.
En los comicios de 2002, quien se atrevió a desafiarlo fue el camerunés Issa Hayatou, de la Federación Africana. Pero es difícil que el presidente en ejercicio, con tamaña caja, pierda. En su campaña electoral fue al continente de su opositor y recorrió 11 países en 6 días. Todo con dinero de la Fifa, por supuesto. Y ganó.
Al año siguiente recibió el Premio Americano Global a la Paz, por su “habilidad diplomática” para unir a dos naciones históricamente enfrentadas y de relaciones tensas, como Corea y Japón, sedes ambas del Mundial 2002. Su sueño, con la elección de Sudáfrica en 2010, era el Nobel de la Paz.
En 2007 las aguas estaban calmas. Sepp aprovecha para inaugurar el nuevo edificio en Zúrich, que costó 155 millones de euros. Y gracias a una exención de la norma, se construyeron seis plantas subterráneas y dos niveles superiores. En la Fifa todo es muy oscuro. En Suiza, su país, Blatter y sus secuaces se sienten como en casa: los sobornos (de particulares) hasta 2006 no estaban prohibidos. La Justicia no suele hacer muchas preguntas y no hay leyes anticorrupción. Eso, más algunas ventajas tributarias, explica que más de 60 federaciones deportivas tengan sus sedes en aquel país famoso no sólo por sus relojes y chocolates, sino también por su secreto bancario. A las cuentas de la Fifa es más difícil acceder que a la fórmula de la Coca Cola. Su presidente daba vueltas para no declarar lo que cobraba. Por esas cosas, sus enemigos lo apodaban Blablablatter.
Su último gran opositor, en 2011, fue el qatarí Mohamed Bin Hammam, el hombre detrás de la candidatura del actual Mundial. Era su secretario general y tan fiel a su jefe que en una recorrida por el mundo prefirió acompañarlo en vez de visitar a su hijo gravemente herido, que luchaba por su vida en un hospital de su país. Pero como era quien manejaba la plata –siempre en sobres marrones– se animó a desafiarlo.
La jugada no le salió bien y debió retirar su candidatura. Un dato curioso de esa “votación” que tuvo a Blatter como candidato único: Jerome Valcke –despedido como director de marketing tras perder el viejo logo de la Fifa con Mastercard (eran muy parecidos) pero reincorporado a los 6 meses como ¡Secretario General!– quiso probar, por protocolo, el sistema electrónico de votación. Hizo una pregunta de rigor para que los miembros de cada país pulsen y certifiquen el funcionamiento del dispositivo. “¿España ganó el Mundial 2010?”. Hubo 7 votantes que no sabían la respuesta.
Dupla de ataque (a bolsillos ajenos)
La Concacaf, por su gran cantidad de afiliados a Fifa, se convirtió en un actor clave en cada elección. Más aún desde que entraron en escena Jack Warner y su aliado Chuck Blazer, a quienes respondían las más de treinta asociaciones. Quienes tuvieran aspiraciones presidenciales, debían hablar con ellos. Y se hacían valer.
Jack El Destripador era profe de Historia en su natal Trinidad y Tobago. Se ganó la confianza de los popes de la Fifa en las Eliminatorias para el Mundial 90, cuando entregó a su Selección: Havelange le había sugerido que lo mejor era que clasificara Estados Unidos, ya que allí el fútbol (al que le dicen soccer) no era muy popular, y cuatro años más tarde sería anfitrión. No se diga más. Warner le hizo la vida imposible al plantel caribeño, los llevó a hoteles de mala muerte, los hizo entrenar en pésimas condiciones, y en el duelo clave ante los yanquis mató dos pájaros de un tiro: generó caos en las afueras del estadio local porque vendió 45 mil entradas para un estadio con capacidad para 28.500. Ganó plata y ganó EEUU 1 a 0. Fue presidente de la Concacaf y vice de la Fifa. “El hombre que extiende su mano hasta cuando duerme”, lo definió el escocés Andrew Jennings en el libro La caída del imperio.
Cuando descubrieron a un representante de Botswana revender 12 entradas para Alemania 2006, la Fifa lo expulsó. ¡Muy bien. Eso no se hace! Mejor suerte corrió Warner, que revendió 5.400 entradas y mantuvo el puesto. Sus votos para Blatter no se manchan.
Durante la presidencia de Joao Havelange, Jack se hizo financiar por la Federación un Centro de Excelencia. Pero no fue ingrato: le puso al lugar el nombre del brasileño. Otra más: en un hotel en Francia durante el Mundial 98 denunció un robo de joyas en su habitación. La policía no encontró pista alguna, ni huellas digitales extrañas, ni puertas ni ventanas forzadas. La aseguradora de la Fifa lo resarció por ese “robo”.
Su compañero de negociados fue el estadounidense Blazer, que alquilaba dos habitaciones en la lujosa Torre Trump, que en 2002 le costaba –a la Concacaf, claro– 18 mil dólares por mes. Una era para él y su loro Max, al que solía pasear en su hombro por Central Park. La otra era para ¡sus gatos! “con sintonía en el canal Animal Planet”, se cuenta en el documental FIFA Gate, por el Bien del Fútbol.
“No hay evidencia de que alguna vez haya pagado algo de su propio bolsillo”, dice Jennings. Eso sí, Chuck era buen padre: metió a su hijo Jason, fisioterapeuta, al Departamento de Medicina de la Concacaf. Cobraba 7.000 dólares al mes como director. Su hija, Marci, abogada, integraba la comisión legal de la Fifa.
El romance corrupto entre ambos terminó cuando Warner se pasó al bando de Bin Hammam, y Blazer lo delató ante su patrón. “Fue el comienzo del fin en la Concacaf. El comienzo del fin, tal vez, para el propio Blatter”, dice Ezequiel Fernández Moores en su libro Juego, luego existo. Más tarde y por temor al FBI, Jack Warner se hizo nombrar ministro de Obras Públicas del gobierno de su país (¡con poder para asignar contratos!) y luego ministro de Seguridad. Blazer, descubierto por el FBI, delató a todos para reducir su pena. El Fifagate estaba a la vuelta de la esquina.
Fue un buen consejo el del dirigente escocés John McBeth cuando decía que “después de estrecharle la mano a algunas personas de la Fifa, siempre tienes que fijarte si todavía tienes todos los dedos”.
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Enrique
19/02/2023 en 19:03
Y pensar que a Maradona, cuando denunciaba toda ésta infamia, lo defenestraban de la peor manera…
Asqueante, nauseabundo…