El Mundial 78 fue un ensayo exitoso para la nueva Fifa con fines de lucro, que premió a un destacado militar de la última dictadura. Ascenso de Grondona y su mano derecha y posterior arribo de Macri.
Se dice de Castor de Andrade que asesinó a más de 50 adversarios que osaron disputarle las calles de Río de Janeiro, donde manejaba una escuela de samba con la que ganó varias ediciones del carnaval más grande del mundo, y con la que lavó mucho dinero. También fue dueño del club de fútbol Bangu, al que apodaban “equipo del engaño”. En un partido demostró su disconformidad con el arbitraje ingresando a la cancha con un revólver. Penal a favor y triunfo.
Reconocido mafioso del jogo do bicho (una especie de quiniela clandestina) evitó la prisión gracias a cuantiosos sobornos a policías, políticos y jueces. Una magistrada, que no cayó en tentaciones ni temores, aseguró que no le gustaban ni el carnaval ni el fútbol. “Era pragmático”. La escuela de Castor fue la de su amigo Joao Havelange, invitado de lujo al carnaval, a un sector preferencial que costó 17.640 dólares. Para el periodista de investigación escocés, Andrew Jennings, eso se estaba convirtiendo en un estilo de vida para el otrora capo de la Fifa: “Aceptar pagos secretos de personajes sombríos a cambio de favores”.
Por eso, no sorprendió que Havelange, en su primer mundial como presidente, haya depositado la confianza en el contralmirante Carlos Alberto Lacoste, primer argentino fuerte en la casa madre del fútbol.
La marca de las botas
Carlos Lacoste y su entorno militar se llevaron una gran sorpresa cuando Omar Actis fue nombrado al frente del Ente Autárquico Mundial (EAM). Se dijo que su austero plan no incluía la construcción de estadios, sino la remodelación de los existentes. Y que tampoco se levantaría una planta televisora, requisito clave en la nueva Fifa de Havelange y de la publicidad. Horst Dassler, la cabeza detrás del marketing del evento, pretendía que los logos de su Adidas, más los de Coca-Cola y McDonald’s, se vean a todo color.
El 19 de agosto de 1976, Actis se dirigía a la conferencia de prensa que había convocado para explicar su proyecto. “Se sabía –dice Matías Bauso en su libro Historia oral del Mundial 78– sin conocer detalles, que el plan estaba lejos de la fastuosidad soñada tiempo atrás”, y que “la austeridad sería la norma”. Pero esa planificación nunca se conoció porque Actis fue asesinado en el camino. Dadas sus ambiciones en el EAM, muchos señalan a Lacoste como autor intelectual del crimen, aunque el periodista y abogado especialista en derechos humanos, Pablo Llonto, sostiene que fue Montoneros, tal como se dijo en aquel momento, aunque la organización peronista no se lo haya adjudicado.
Lacoste, entonces, puso manos a la obra. Y a las obras, que venían lentas. Hizo sancionar un decreto con el que empezó a ganarse la confianza del brasileño Havelange: en abril del 77 se facultó al EAM a realizar todo tipo de convenios y contrataciones, sin tener que rendir muchas cuentas. “Una vieja hipocresía de la Fifa: prohíbe la interferencia estatal en los asuntos del fútbol pero exige leyes, fondos públicos”, señala Bauso. Luego, el marino viajó a Madrid para lavar la cara del país en nombre de la Fifa. “Si nos ha concedido la organización de un Mundial es porque ha estimado que la situación está normalizada”.
La nueva Fifa quedó satisfecha con su primera prueba mundialista. Havelange –también amigo del dictador vecino Augusto Pinochet– fue condecorado por Videla. Y dejó regalitos: nombró a Lacoste como vicepresidente en 1980, y lo incorporó –entre otros cargos– a las comisiones organizadoras de los mundiales 82 y 86.
Pero hacia el final de su segundo mandato, Joao necesita más plata. Entre promesas hechas en campaña y su afán de mantenerse en el máximo cargo, dejó a la entidad en bancarrota. “Si bien en el presupuesto del período 1978-82 figuran ingresos de nueve millones de francos por el Mundial de Argentina, sólo se han cobrado 5,6 millones. A la mesa está sentado en silencio el hombre que podría explicar con todo lujo de detalles adónde ha ido a parar el dinero faltante: el jefe de finanzas Alberto Lacoste”, escribe Thomas Kistner en Fifa mafia.
La caída de la dictadura arrastró a Lacoste. En el Mundial 86 ya no era vice de Havelange, mas sí un amigo e invitado especial en México. Fue abucheado por el público que lo reconoció y fuertemente cuestionado por el periodismo local y extranjero.
De todas maneras, las buenas migas persistieron. El periodista Carlos Ares recordó que cuando el Contralmirante no pudo explicar el crecimiento del 400 por ciento de su patrimonio, Joao saltó en su defensa en el juicio. “Se la presté yo”.
Como capo argentino en la Fifa, Lacoste dio el visto bueno para que un ferretero de Sarandí, presidente de Independiente de Avellaneda, dirigiera la AFA. Pero Julio Humberto Grondona no le pagó con la misma moneda cuando el militar cayó en desgracia en 1984. El dirigente brasileño pretendió mantenerlo a su lado, y lamentó que Don Julio no haya hecho más para tal fin. Grondona vio en esa salida su oportunidad.
El segundo padrino
A diferencia de otros jerarcas de la Fifa, Julio Grondona sí sabía que la pelota era redonda. De breve paso por las inferiores de River y de Defensores de Belgrano, fundó, jugó y presidió Arsenal de Sarandí. La escalada hasta el lugar que dejó vacante Lacoste no fue sencilla. Pero la rosca y la paciencia eran lo suyo. Mientras negociaba una mejor posición con dirigentes sudamericanos, se acercaba cada vez más al hombre de negocios que empezaba a trepar en la Fifa: Joseph Blatter. De filiación radical, no tuvo mayores dificultades para tratar con gobiernos peronistas ni militares. En su local ferretero, cuenta Ariel Borenstein en su libro Don Julio, lucía una foto de él con Maradona, con una frase sin falsa modestia: “Alguna vez los dos mejores estuvieron juntos”. Esa es la actitud.
En las elecciones de 1998, el nacido en Avellaneda fue el primer militante de Sepp Blatter, y le aportó el primero de los 111 votos con los que el suizo derrotó a Lennart Johansson. Tuvo su merecida recompensa: primero lo nombró titular de la Comisión de Finanzas, y luego –por propiciar el acuerdo Fifa-ISL (empresa de marketing deportivo) para comercializar los mundiales de 2002 y 2006– le obsequió la organización del Mundial Sub 20 de 2001.
En ese convulsionado año para la multinacional futbolera, por la quiebra de la ISL, una auditoría exigió presentar las cuentas de la casa, y recurrieron al hombre de Finanzas. “Queríamos un informe completo sobre la situación de la Fifa. Yo esperaba 200, 300 páginas”, le reclamó un opositor indignado al ver las dos carillas presentadas por Grondona. “Cuando recibí el folio a doble cara creí que estaba soñando. Incluso esas dos páginas no parecen ofrecer una información fiable”. Todo pasa.
También su jefe, en una entrevista en La Nación, le marcó una crítica: “Durante las reuniones dormía un tercio del tiempo, con la traducción en sus oídos”, reconoció el suizo, aunque aclaró: “Pero si surgía algo, saltaba”. “En la familia directiva de la Fifa, Julio Grondona era el segundo padrino después de Blatter”, lo definió el alemán Kistner.
Su otro “inconveniente” era el desconocimiento de otros idiomas, la envidia de Sepp para no tener que dar reportajes incómodos. Pero al ex ferretero sólo le bastaba con conocer “el idioma del fútbol”. A cada reunión de la Fifa en Zúrich, Grondona llevaba de su mano derecha a Alejandro Burzaco, el hombre de Torneos (ex Torneos y Competencias), que sí sabía idiomas y los hablaba muy fluído. Aunque allí no iba de traductor.
Torneos y Corrupción
En la mañana de la detención masiva de dirigentes del fútbol en Suiza (27 de mayo de 2015, conocida como Fifagate), Alejandro Burzaco caminó el puñado de cuadras que separaban al modesto hotel en el que se alojaba en Zúrich del fastuoso Baur Au Lac, donde minutos después ingresó la policía local y el FBI y dejó a varios directivos de la Fifa sin la hermosa vista al lago y a los Alpes nevados. Entre tantas otras habilidades, de Julio Grondona aprendió la de simular: “Burzaco se alojaba en una sencilla habitación, pero fingía estar parando en el mismo hotel que «los viejos de la Fifa»”, revela el periodista Facundo Pastor en su libro El gran arrepentido de la mafia del fútbol. Ese hábito explica su presencia, tan temprano, en el desayunador de ese 5 estrellas. A la tardecita, cuando las reuniones para conseguir contratos de televisación de torneos internacionales aflojaban y cuidando de que nadie lo viera, escapaba por una puerta lateral e iba a su hospedaje.
Su bajo perfil le permitió, aquella mañana, gambetear a las autoridades policiales, pese a que su nombre figuraba en la lista de implicados. Y huyó gracias a la ayuda de Genaro Aversa, yerno de Don Julio, que andaba por esos lares para recibir un homenaje de la Fifa a su fallecido suegro. Lo sacaron de Suiza a Italia en el auto conducido por el fiel e histórico chofer de Grondona, y un par de semanas después del estallido del Fifagate, se entregó, aconsejado por el abogado italiano que también defendió a Berlusconi.
Alejandro echaba de menos al hombre fuerte de la AFA y quien lo introdujo en el maravilloso mundo de negocios de la Fifa. Como CEO de Torneos, adquiría derechos de televisación de competencias sudamericanas y de la Selección Argentina. Para Julio era como un hijo, a tal punto que un portarretratos con su foto descansaba junto a la de sus hijos verdaderos en la oficina de la histórica estación de servicio de Avellaneda. “Burzaco era Grondona”, resume Alejandro Casar González, autor de Pasó de todo.
Para evitar ir a la cárcel y usar el tan temido mameluco naranja que veía en las películas, Burzaco intentó, primero, escapar a la Argentina: sería más sencillo negociar en Comodoro Py que en EEUU, razonó. Pero ante esa imposibilidad, se presentó al FBI en condición de arrepentido y largó todo: confesó coimas a dirigentes, sobre todo a Grondona (que siempre exigía efectivo, nada de transferencias y esas cosas); y pagos a Daniel Angelici (por entonces presidente de Boca) por amistosos televisados, y a Lionel Messi “y otros jugadores del seleccionado nacional” porque “como productora necesitábamos de su participación en partidos amistosos”.
En mayo-junio de 2015, mientras Burzaco estaba prófugo, su apellido se coló en la campaña electoral en la que Daniel Scioli y Mauricio Macri disputaban la presidencia: por su hermano Eugenio, candidato macrista, y por sus fuertes vínculos con Clarín.
Alejandro –que espera sentencia en Manhattan, en libertad y ya sin la tobillera electrónica– comparte con el ex presidente de Boca y de la Argentina, entre otras cuestiones, la ideología de clubes gerenciados. Él lo intentó en River, durante el mandato de José María Aguilar, quien le permitió celebrar un cumpleaños en el estadio Monumental. Macri tampoco lo pudo lograr, y pese a ser un ferviente opositor al rol social del deporte, lidera hoy una Fundación de la Fifa que dice perseguir justamente ese objetivo.
Bienvenido a la familia de la Fifa
A pesar de los reparos que la Fifa pone a la intromisión política en el fútbol, el presidente surgido tras el Fifagate, Gianni Infantino –ex ladero de Platini en la Uefa y vecino suizo de su antecesor Blatter– aceptó la intervención de la AFA propuesta por el entonces presidente argentino Mauricio Macri. Desde ese 2016 nació una linda amistad entre estos dos personajes con cuentas offshore en Panamá: al año siguiente, Macri lo invitó a la Bombonera a ver un Argentina-Perú por Eliminatorias, y en el famoso Boca-River de la Libertadores 2018, se avergonzó cuando los hinchas escupieron a Gianni. En la cumbre del G20 en Argentina, lo incluyó entre los oradores, pese a no presidir ningún país.
Pero una buena amistad se construye con gestos de ambas partes: Infantino presenció un galardón de la Conmebol a Macri; en Rusia 2018 lo calificó como el jefe de Estado que más sabe de fútbol; y meses después inventó el premio Living Fútbol Award para dárselo a su amigo, a quien también invitó a ver un Mundial de Clubes que no tenía presencia argentina.
El obsequio mayor ocurrió en 2020. Macri alivió las penas de su derrota electoral con su nombramiento en la Fundación Fifa. “Tiene el perfil ideal”, justificó Infantino, que parece desconocer la obsesión de su compinche por convertir a los clubes en sociedades anónimas. Tras agradecerle la “muestra de confianza”, Macri afirmó que este proyecto le permitirá combinar sus “tres pasiones: la educación, el fútbol y trabajar por los jóvenes”. Y no se olvidó de agradecer al país “que le dio y le da a este maravilloso deporte leyendas únicas”. Una de ellas –quizá la más importante– fue, es y será Diego Maradona, que en su momento, exigió: “Saquen del cargo a este impostor”.
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