Esa noche, mientras va y viene llevando pedidos, empieza a conocer a sus compañeros de trabajo. Hay un par de pibes calladitos, que no abren la boca, y reciben los viajes sin decir ni mu; cargan, arrancan, y al rato regresan, para volver a cargar y salir, como si no estuviesen allí, sino en otra parte. Otro es bastante charlatán, y se cree piola. Cada vez que aparece dice alguna huevada, con la intención de hacer reír, pero nadie se ríe. El cuarto también es callado, como los otros pibes, pero de vez en cuando raja una puteada. Debe estar enojado, aunque no sepa de qué: si del laburo, del país, de la vida.
El quinto, finalmente, es el que más le llama la atención. Habla pero no dice huevadas, ni tampoco putea. Habla despacio, con calma, y para todo parece que tiene la respuesta justa. Sin embargo hay algo raro en su forma de ser; tiene un aire como de superioridad, y a todos termina indicándole cosas. No son órdenes ni parece autoritario, pero al final termina imponiendo sus puntos de vista sobre cada cosa que dicen o hacen los otros.
El conjunto le resulta un cambalache, porque hay de todo como en botija. Decide no mostrarse demasiado, por precaución, aunque no logra quedarse callado. Cuando el que se cree piola hace un chiste referido a los que manejan autos particulares, lo corta diciéndole si los conductores profesionales, incluidos ellos, son más vivos porque tienen un carné diferente. Y cuando el que putea regresa de un viaje insultando a unos compradores porque no le dieron propina, le pregunta si considera que tienen obligación de hacerlo.
Esas intervenciones lo van mostrando ante los demás, que empiezan a tenerlo en cuenta. La encargada, o dueña, lo vuelve a llamar bombón unas cuantas veces, lo que provoca una leve envidia en los otros. A él eso lo halaga y también lo intriga, porque nunca se consideró un ganador, aunque piensa que con las mujeres nunca se sabe. Ni la esposa, ni la otra se metieron con él por la pinta.
De a poco, la jornada va concluyendo. Ya pasaron más de cinco horas desde que está allí y realizó cerca de treinta viajes: son unos mil quinientos pesos. No es mucho, se dice, pero es algo. Peor sería no haber conseguido nada. Cuando va a retirarse, saluda a la chica y a sus compañeros. El que tiene más autoridad le dice, entonces: ¿tomamos una birra?… Sorprendido, lo mira un instante, y después responde: ¡dale!
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