El tipo se levanta religiosamente a las 5, sin despertador ni nada. Se lava la cara, los dientes, y se tira un pedito mientras mea. Siempre.

Se prende el primer pucho, le pone yerba al mate y lo sacude boca abajo 3 veces. Le echa un chorrito de agua tibia en un costado y vuelve a arrimar la pava a la hornalla. Clava la bombilla en el rincón húmedo y, ahora sí, ceba. Enchufa la radio y escucha las noticias, algunas con más atención que otras, mientras enciende otro 43/70. Come galletitas de agua y va acomodando las migas en la mesada con el canto de la mano derecha. Cada tanto remueve la bombilla, haciendo pequeños círculos, y mira la hora en su reloj pulsera y en el que cuelga de la pared, como corroborando, por las dudas. Cuando la aguja chica llega al 7, sube las escaleras y despierta a Julia y Ezequiel. Se dirige a su propia habitación y besa en la frente a Graciela, mientras le dice: “Buenos días, mi amor”.

Desayunan todos juntos y él comenta alguna novedad escuchada en la radio para después bajar línea, marcar territorio y pensamientos, tirar consejos, impartir pautas de conducta y dar cátedra de ética y moral. El resto de la familia lo observa en silencio, cada tanto alguien asiente con la cabeza, pero nadie se atreve a opinar, y mucho menos a contradecir.

Los chicos se despiden de su madre, que les ruega que se cuiden y abriguen, y él los lleva al colegio en el auto, donde les sigue enseñando vida. Los deja en la puerta, no sin antes soltar la última moraleja, y espera hasta que entren para poner primera y arrancar. En el semáforo de la vía, que siempre agarra en rojo, se mira en el espejito retrovisor y peina su bigote con el pulgar y el índice ensalivados. Enciende el estéreo pero esta vez para sintonizar la emisora que difunde exclusivamente tangos. Le gusta Rivero, y la orquesta de D’Arienzo, y si tiene que elegir uno se queda con ese que dice: “Cuántas veces con un 4 a un envido dije quiero y otras me fui a barajas sobrando con 33”.

En el tramo de Panamericana se da tiempo para repasar mentalmente los partidos que le quedan al equipo de sus amores en la parte final del Metropolitano. Si le ganamos a Talleres –piensa– y le rescatamos al menos un empate a Boca en la Bombonera, por ahí, quién te dice, se nos da.

Pone el guiño cuando falta más de media cuadra para el ingreso y prende otro cigarrillo. Lo saborea, suelta el humo contra el vidrio y saluda a Pedro, que levanta la barrera y le hace un gesto con la mano. Se baja del coche, camina con paso lento y cabeza en alto, y apaga la colilla con la suela del zapato justo antes de entrar. Recibe su planilla y sin emitir palabra alguna se dirige a su “consultorio”. Cuelga el saco del espaldar de la silla, se pone los guantes de látex, le dice al Turco que haga pasar el primero, y enchufa la radio y la picana a la vez.

Cuento publicado en el libro Nos espera el mar y en la edición impresa del semanario El Eslabón del 24/03/23

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