La agresión a Sergio Berni expresa la persistencia de los efectos de los discursos de odio, en medio de una preocupante falta de respuestas a las demandas populares que horada la representatividad política.

Más allá de la enorme diferencia entre las tallas y popularidades de sus protagonistas y los matices entre los contextos inmediatos de los sucesos, lo que pasó con el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni se puede emparentar con el frustrado ataque a tiros contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Berni también estuvo a demasiado poco de ser víctima fatal de una expresión del odio político que se multiplica desde hace años al son de las estridencias de los emporios comunicacionales y el grueso de las dirigencias políticas con mayores posibilidades de acceder a los poderes institucionales. Claro que, a diferencia de Cristina, cuyo magnicidio hubiera alterado profundamente el devenir de las cosas, Berni forma parte claramente de ese “grueso” de dirigencia que no vacila en seguirla con peroratas, bravuconadas y otros actings que empujan a favor de la corriente odiadora y linchadora de la que terminó siendo blanco. “Hay que matar a uno y vas a ver como ninguno más nos caga”, se suele decir en las tribunas futboleras exacerbadas ante fallos que incumplen el reglamento. Algo así subyace al cabo del cuasi linchamiento del titular de la cartera de Seguridad de la principal provincia del país. Así de brava viene la cosa con “los políticos”. Ojo con seguir dando manija al triple salto del “que se vayan todos” al “que los maten a todos”. Hay humores sociales que derivan en reacciones que las encuestas y focus groups no suelen detectar. Los empleados del mes al servicio de la dirigencia con chances electorales no son buenos consejeros a la hora de mirar un poco más allá de las urnas para que el acá no termine cambiando radicalmente las reglas del juego.

En el acá, pa colmo, las trompadas, homicidios, balaceras, arrebatos y puteadas, sufridos y amplificados hasta el aturdimiento y el contagio, quitan espacio protagónico a las violencias estructurales propias de la sujeción a las reglas del juego del sistema financiero occidental y cada vez menos cristiano, a las que habría que atender con urgencia.

Las medidas de gobierno no reflejan a menudo las demandas de los que menos tienen y más sufren tanto la muerte violenta como la malaria. Y lo llamativo es que no conforman tampoco a los priorizados con esas medidas, que no dejan de responder a los ofrecimientos oficiales de la otra mejilla con más cachetazos bien sonoros. 

El miércoles previo a la Semana Santa ofrece postales que vienen a cuento: mientras organizaciones sociales y políticas con inserción en los territorios más postergados volvieron a dar cuenta de las dificultades para contener los cimbronazos por los recortes de planes y fondos que oficiaban de contención de la pobreza y la indigencia, el ministro Sergio Massa anunciaba una nueva edición del dólar soja que obtenía como respuesta un airado rechazo de representantes de los sectores favorecidos por la decisión oficial.

La conmoción por el ataque a Berni, la continuidad de medidas centradas en cumplir con el FMI y postergar las soluciones a las carencias de fondo del pueblo trabajador, la falta de respuestas al anhelo de “más peronismo” que cunde en comunidades peronistas silvestres y/o virtuales, suman inquietud en las militancias que encuentran en el Frente de Todos un paraguas político electoral. La lógica del “no hay que hacerle el juego a la derecha, porque lo que viene es peor”, no alcanza para contener siquiera las voluntades orgánicas y laborales cosechadas por quienes pujan en la arena que se recalienta al influjo de los calendarios electorales. Como viene la mano, más vale ponerse ojotas que quemarse las patas, se razona en algunos campamentos. Pero a esta altura los prevencionismos parecen llegar tarde. Las encuestas y los focus groups podrán arrimar un par de puntitos más de nivel de conocimiento, de imagen positiva, de intención de voto. Pero con eso la inflación no se contiene y los acuerdos salariales penden de un hilo muy delgado, los índices de pobreza y de indigencia no bajan, el empleo y el poder adquisitivo de los salarios no crecen. Son Pascuas con la casa en desorden. Y todo indica que hacen falta más huevos que roscas para resucitar aunque sea un poco.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 08/04/23

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Un comentario

  1. Backrooms Game

    11/04/2023 en 5:37

    Minister Sergio Massa announced a new edition of the soybean dollar, which was met with an angry rejection by representatives of the sectors favored by the official decision.

    Responder

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