La tribuna que lleva el nombre Diego Armando Maradona parece a punto de estallar. El partido que se desarrolla en el campo de juego transcurre sin pena ni gloria pero a su alrededor una banda de hinchas canta y salta apasionadamente. Serán dos mil, o tres, imposible saberlo. Al unísono, vociferan: Esta hinchada está re loca, con el vino y la falopa, / está loca pasión la llevo en el corazón. / En las buenas y en las malas, a mí no me importa nada. / Yo te vengo a alentar, la hinchada más popular…

A él no le da por saltar, pero cada tanto pega unos brincos para no quedar en evidencia. Ese ritual le recuerda cuando su padre lo traía a esta misma cancha, donde jugó sus últimos partidos el Diego que le dio su nombre. ¡Cómo lo amaba su padre, evoca, en medio de esa masa que salta y grita y se enardece frente a una actuación intrascendente!… Así era su viejo, piensa, que alentaba con el mismo frenesí incomprensible, y desbocado.

No heredó esa pasión irracional, evidentemente. El fútbol como espectáculo no lo atrae –como atraía a su padre–, y lo único que le interesa, de vez en cuando, es prenderse en algún picado con los muchachos del barrio.

Encima, este partido con Defensa y Justicia parece más aburrido que chupar clavos. Quizás por eso, ahora, la hinchada arremete con otros versos, dirigidos a los rivales de siempre: Vos sos sin aliento, naciste hijo nuestro, vos sos un cagón. / Aliento Si Parlante No… como si se tratara de reemplazar el aburrimiento que produce el encuentro por la pasión épica que supone denostar a los “parlantes”. 

Pero nada de eso lo saca de la indiferencia que se ha apropiado de todos sus sentidos. De todos modos, su olfato percibe un olor dulzón que, poco a poco, se disemina por ese sector de la tribuna, donde alienta la barra.

Nota que, además de penetrar por sus narices, ese olor lo va atrapando cada vez más. Entonces mira al costado y lo ve al Mencho que exhala una bocanada, clavándole la vista, mientras le hace un gesto, que significa, claramente, ¿querés una seca?…

Sostiene su mirada ante la del Mencho, como si fuera un aguante, pero se siente desconcertado. Por un lado, el porro le gusta y a veces lo fuma. Y por otro le escapa, porque sabe bien a dónde conduce esa costumbre.

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