Ante un nuevo aniversario de los goles de Maradona a los ingleses, un análisis sobre las lateralidades impuestas del cuerpo aprovechando que el Diego pateaba (y como los dioses) con la zurda, pero escribía y jugaba al tenis con la diestra.

Escribir es como abrir un intersticio, zanjar algo del tiempo en el papel y la piel, sanar viejas heridas. Me invitaron a escribir sobre las históricas gambetas de Diego Armando Maradona en el Mundial de 1986, pensarlas desde el cuerpo en movimiento.

Como argentina e hincha de la Selección, no podría distraerme ante las siguientes preguntas: ¿Qué se mueve cuando un cuerpo se mueve? ¿A quiénes afecta con su movimiento?

Cuando la continuidad se impone, sin interrupciones, la presencia de una diferencia irrumpe, desconcierta, y una sucesión de acciones inesperadas aliviana el peso de la historia, inevitablemente.

¿Cómo sanar algo de ese pasado absurdo y dolorosamente incomprensible? 

Al parecer, Diego Armando Maradona tenía una posición tomada, desarrollada desde muy temprana edad: un apoyo estable sobre un lado del cuerpo infrecuente, el derecho, para poder patear con la zurda, a diferencia de la inmensa mayoría de les mortales. 

Tenía, también, una capacidad adquirida desde el ras del suelo: permanecer en una posición estable, dialogando con la inestabilidad y negociando los cambios. Si moverse es, obviamente, cambiar de posición, gestionar la inestabilidad e inventar salidas alternativas con ella, es una capacidad que puede aprenderse, de acuerdo a las condiciones del entorno. Para gestionar los cambios y reorganizar las estructuras de sostén, es preciso tomar decisiones. Entre la estabilidad y la inestabilidad, Diego inventaba una posición nueva, transformadora.

Por último, también, tenía la capacidad de incluir en sus movimientos algunos materiales con los que, en ese entonces, el pueblo argentino respiraba entrecortado, implorando, impostergable, un mínimo suspiro que aliviane la opresión que esa falta de oxígeno pulsaba cada corazón: bronca, sumisión, rabia, tristeza. Muchos, demasiados pibes en una guerra. 

¿Cómo sino jugando?

Quien tiene muy entrenada la caída, sabe lo que es levantarse y correr sin parar. Dueño de un impulso inédito, Diego aprendió a levantar la cabeza desde el suelo dialogando con la gravedad, en estrecha cercanía de su entorno e incluyendo, en el devenir de su particular manera de mirar el mundo, toda la periferia circundante. Desarrolló su visión como un sistema de altísima complejidad, tal como el piloto de un avión utiliza la noción de “horizonte absoluto”, 360 grados al ras del suelo para poder volar sobre el territorio. Viendo girar el mundo desde abajo, entendió desde muy chico que no se puede empujar sin ceder, que para mirar en detalle hay que estar cerca del suelo y que para volar no hay mapa que pueda reemplazar el territorio. Comprendió, también, que para moverse y cambiar de posición es preciso incluir la dimensión del otre. Ceder, dialogar, empatizar, se aprenden al jugar con pares, en solidaridad y colaboración, no hay ninguna otra manera. 

¿Habría recibido instrucciones? ¿Le habrían explicado cómo tenía que correr?¿Acaso aquella fue una jugada estudiada y entrenada previamente? ¿Le habrían pedido que sólo pegue con la pierna “hábil” o que juegue siempre en esa misma posición? ¿Qué se aprende en el potrero?

La lateralidad derecha dominante

En el momento actual, tanto en la enseñanza del deporte, en etapas formativas, como en los institutos de formación docente, así como también en el deporte profesional y competitivo, existe una tendencia generalizada a privilegiar la utilización de un lado del cuerpo por sobre el otro. En enorme proporción mayoritaria, el lado derecho del cuerpo por sobre el izquierdo. Este predominio del lado de preferencia o dominante, sostenido en el tiempo, tiene consecuencias. Por enumerar algunas de ellas, aspectos como la organización espacial, las construcciones respecto del espacio propio y el circundante, la relación del sujeto con su entorno se ven altamente orientadas en una única lateralidad dominante.

En fútbol, en general, es muy raro que un jugador o jugadora pueda pegarle con ambas piernas a la pelota. Tanto en un saque, un remate, en una acción defensiva o en una jugada de ataque, el jugador corre y ubica su cuerpo de modo tal de poder pegar –salvo que sea zurdo– con derecha. Por tanto, toda su organización corporal en cada acción que realiza dentro del campo de juego, se encuentra lateralizada y automatizada hacia ese mismo lado.

Ese modo de organización lateral dominante configura un tipo de respuesta a estímulos, siempre al mismo lado. Es interesante observar que, en general, todas las personas tenemos un lado del cuerpo con el que estamos más habituados a interactuar con nuestro entorno: para dormir, lavarnos los dientes, peinarnos, comer, escribir, saludar. Las asimetrías son parte del ser humano. El problema no está en la asimetría, sino en la extrema derecha dominante.

La asimetría es inevitable, podría compararse con la diversidad. Lo evitable es pretender dominarlo todo con el lado derecho y discriminar y excluir el lado izquierdo del cuerpo. Podría resultar muy interesante probar nuevas opciones, distintas de esas habituales. ¿Cómo se distribuye el peso del cuerpo en la posición de pie? ¿Existe una tendencia a cargar mayor peso sobre un lado que por sobre el otro? ¿Cómo sería trasladar el peso hacia el otro lado y observar lo que emerge? Sin dudas, los cambios en las percepciones podrían ser realmente novedosos. Pero, para eso, se precisa tiempo para explorar aquello que emerge de lo nuevo.

Podría ser algo así como el inicio de un proceso creativo en el que se toma toda la información que aparece, se cuentan todas las historias. Las conexiones alojan las múltiples visiones.

Teniendo en cuenta las etapas formativas, esto es, cuando el niño o la niña inician sus primeros pasos en la disciplina que sea, se fomenta la especialización temprana de gestos técnicos que son altamente homolaterales y se efectúan siempre con el mismo lado del cuerpo. Justamente por no respetar los tiempos naturales de cada niño o niña y sus necesidades según la edad, con el objetivo de que “aprenda” más rápidamente. Esta situación, sostenida en un deportista que realiza una carrera profesional, se transforma en un patrón de respuesta único. El deportista no conoce otra opción que la de moverse utilizando un lado del cuerpo por sobre el otro.

La lateralidad cruzada

Diego Maradona era zurdo de miembros inferiores y diestro de miembros superiores. Este tipo de organización de la lateralidad, tan particular y poco común, se denomina “lateralidad cruzada o heterogénea”. Otras personas del ámbito deportivo tienen esta especial característica: Lionel Messi, Rafael Nadal, Roger Federer, entre otros.

Existen opiniones diversas sobre esta situación. Para el paradigma médico tradicional, esta organización de la lateralidad es tratada como una problemática que “podría” tener consecuencias en el desarrollo motor. Sin embargo, si fuese diagnosticado a tiempo, es decir, de forma temprana, podría revertirse con tratamiento. Al parecer (y por suerte), a Diego no se lo detectaron.

Jugar con la zurda

Aferrarse a lo conocido, en general, puede acarrear el riesgo de sostener posiciones fijas, así como verdades absolutas, hegemónicas. Se torna muy difícil no perder la dimensión del otro. Dominarlo todo con el lado derecho del cuerpo puede ser un camino de preponderancia y soberbia. Ante lo nuevo, distinto, diverso, sorpresivo, es muy probable que la respuesta sea la paralización. Fijos en una dominancia lateral diestra, los ojos no pueden contra el imprevisto intrépido. Lúdico guiño de quien domina el mundo con una lateralidad heterogénea y una visión horizontal que incluye todas las posibilidades.

Quien conoce la opresión, las ataduras, la impotencia, sabe de movimientos liberadores. Mezcla de creatividad, astucia y perspicacia, Diego, con su zurda inédita, mueve la pelota desde su organización lateral cruzada y deviene imparable frente a la inamovible certidumbre de los ingleses. 

Para salir de la fijación, de la hegemonía, es preciso aceptar la diversidad, desaprender la extrema derecha dominante, suavizar la mirada, trasladar el peso del cuerpo hacia el otro lado, contemplar el mundo desde allí.

Moverse, empatizar, dialogar, internalizar la dimensión del otro. La diferencia está siempre en el movimiento. Sería algo así como aprender a jugar.

Alojar las múltiples miradas es contar la historia en todas las dimensiones. La tridimensionalidad de las historias, de cómo una sucesión de gambetas zurdas pudieron burlar la extrema derecha dominante con juego, con amor, sin guerra y con reglas.

Jugar para ganar alguna.

Jugar para transformar una historia.

Jugar para sanar el pasado.

Jugar para enseñar a quienes todavía no aprendieron y sólo saben hacer la guerra.

*Profesora de Educación Física y Educación Somática

 

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 24/06/23

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