Comadreja. Historia de un suplente es el libro autobiográfico de Miguel Fullana, ex jugador de Newell’s y actual entrenador, quien destaca el rol de los que juegan poco o ni siquiera ingresan. “El sistema resalta lo individual por sobre lo colectivo”, dice.
Miguel Fullana se considera un suplente de nacimiento. Es el tercero de tres hermanos. “El último, al que siempre la ropa le llega hecha jirones”. Su infancia en Firmat fue como la de cualquier chico de una localidad pequeña: jugó en el potrero, luego en un club de barrio, robó granadas del árbol de un vecino, lo tenían que llamar a los gritos para que se vaya a bañar aunque después seguía jugando a la pelota contra la pared, rompió alguna ventana. En el campito, cuando le tocaba elegir compañeros de equipo a través del pan y queso, hacía uso del manual de Instrucciones para elegir en un picado, de Alejandro Dolina: “Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños indeseables”, culmina el cuento de Crónicas del Ángel Gris.
Pero el fútbol profesional en el que jugó este ex lateral derecho no fue de ficción. Convivió con alegrías y miserias, con elogios y destratos. Y le dice a este semanario que sus tres salidas de Newell’s fue “como que te echen tres veces de tu casa”. Para “sanar la relación con el club” fue que escribió el libro Comadreja. Historia de un suplente (CG Editorial).
Datos, no opinión
Lo esencial es invisible a los ojos de las estadísticas. Así lo consideró Miguel Fullana cuando observó que entre 1986 y 1992 –los años leprosos– había disputado 121 partidos. “No me daban los números: en 7 años jugar 121 partidos sería como unos 17 por año”, dice en diálogo con El Eslabón. El detalle fino se lo pidió al periodista deportivo experto en números, Carlos Durhand, que le dijo que fue parte del plantel en 181 partidos, de los cuales jugó 121, 94 como titular y 27 ingresando desde el banco. “Los otros partidos en los que no entré al campo de juego, pero que sí estuve con mis compañeros, que sí hice el esfuerzo, estaba en el banco dando indicaciones y apoyando, todo eso no se cuenta”, protesta el Ciego. “Me autopercibo suplente porque no estaba en los lugares principales, pero me tocó jugar clásicos importantes y ganarlos, salir campeón en cancha de Boca. Tuve un montón de participaciones exitosas”, subraya el ex futbolista y reflexiona: “El sistema apunta al que rinde, al que le da dinero. Se resalta lo individual por sobre lo colectivo”.
A Newell’s llegó gracias al ojo clínico Luis Chiche Lutman y de Mastroantonio. Lo vieron jugando para Sportivo Barracas una final de un torneo interprovincial contra la Lepra: fue zaguero en el partido de ida y delantero en la revancha. El visto bueno final lo dio Jorge Griffa.
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En 1984 estuvo cerca de debutar en primera. El entrenador Juan Carlos Montes, por la lesión del titular, lo incluyó entre los once en la práctica del jueves. Y tras una buena jugada, lo felicitó: “Vio, pibe, que no es tan difícil jugar en primera”. Cuando a los dos días buscó su nombre en el pizarrón, no estaba ni siquiera entre los concentrados. Para eso tuvo que esperar dos años más.
Por su posición en la cancha, y porque en su época los laterales no pasaban tanto al ataque, hizo pocos goles. Tan pocos, cuatro, que se los acuerda con lujo de detalles. “Desde los 16 años hasta ahora me une un lazo afectivo y emocional muy grande con Newell’s, porque gané muchas cosas y decidí quedarme en un lugar en el que no era titular. Fui jugador del club, técnico, empleado, fui a la pileta, viví tres años en la pensión. Mi relación va más allá del futbolista que fui”.
Hambre no sólo de gloria
Cuando el Ciego Fullana dice que Newell’s fue su segunda casa, no es metáfora. Debajo de la tribuna del Coloso que le da la espalda al hipódromo pasó sus años en la pensión, un lugar muy frío en invierno y muy caluroso en verano, donde “la comida era escasa y no estaba pensada para deportistas”. El ruido en las tripas, en alguna ocasión, lo obligó (junto a otros compañeros de residencia) a sacar sin permiso algo de la heladera. “Hoy en día no se pasa hambre pero sigue sin haber profesionales en el área de acuerdo a la cantidad de jugadores que tiene el club”, afirma el ahora escritor, y añade al respecto: “Hacen falta psicólogos deportivos y demás profesionales” para saber tratar tanto “a los que juegan bien y a los que juegan mal”, porque estos últimos “los hacen sentir que no sirven”, y a los primeros “los hacen sentir que sirven demasiado y que tienen todo en sus manos”.
Miguel se rebela contra el sistema que impera en el mundo del fútbol profesional para el que “sos un número mientras al jefe de turno o al poder le des un rédito”. Y aporta su experiencia: “Lo que me pasó en Newell’s es lo que le pasa a la mayoría: hacés toda una carrera en el club, de varios años, y un día, sin previo aviso te dicen que te vayas, que no servís más”. Lamenta que “hay una parte humana, que no cuesta tanto lograrla, que no está” en las entidades deportivas, y que “el tema de la salud mental para los clubes es un déficit”.
Fullana sostiene que pese a los avances que hubo en el profesionalismo respecto de su época con los cortos puestos “hay muchas cosas que no han cambiado, e incluso, cada vez más lo único que interesa es el que rinde y el que da dinero”. Y desmitifica algunas creencias futboleras: “Muchos dicen que el 3 por ciento llega a Primera. Y eso no es verdad. El 3 por ciento es el que hace dinero. Los que llegan en el Federal B, A, en el Nacional B, también llegan. Porque sino sólo se cuenta como el que llega al que hizo dinero”.
Al Ciego no le gustan los sordos
Entre las anécdotas que Miguel reúne en su libro, hay una que lo marcó para su experiencia posterior como entrenador. Era aún un joven defensor leproso cuando se enteró por un colaborador que el técnico de turno no lo tenía en cuenta. Exigió conocer los motivos. A la práctica siguiente, el DT en cuestión les contó a los jugadores, con risa burlona, que “Fullana quiere explicaciones”. El ex lateral derecho subraya que “en un plantel profesional hay 30 jugadores y es difícil cuando no sos tenido en cuenta. En el laburo, te sentís mal y te vas, renunciás. En el fútbol tenés que esperar hasta el fin del contrato”.
Retirado, el Ciego puso un lavadero con otros socios pero no funcionó, para él al menos. Después abrió un maxikiosco y le iba bien hasta que, un par de años después, le abrieron un supermercado en la esquina. Ahí decidió retomar la secundaria para hacer el curso de Director Técnico, del que no hace uso desde la pandemia. Antes dirigió en las inferiores de Newell’s, Deportes La Serena de Chile, Trinidad de San Juan, Juventud Unida de Gualeguaychú y Chaco For Ever, entre otros. En todos esos clubes se propuso no cometer el error de algunos de sus entrenadores de hacer oídos sordos ante sus dirigidos. “El fútbol –dice– es un sistema bastante autoritario. El que manda tiene razón, y de ahí para abajo no se charla mucho. Al jugador no se lo involucra. Hoy eso ha cambiado un poco”.
Entre su cuerpo técnico también sumó a su esposa como psicóloga deportiva. “Me gusta estar encima del jugador, exigir hasta donde pueden a los que juegan, y sobre todo hablar con los que no juegan, con los que quedan afuera. Trato de que la profesión de DT sea saludable”.
Entre las máximas de su decálogo del buen suplente sostiene que “el titular que sale rezongando no merece a un suplente entrando”, y recuerda con bronca que una vez no recibió de la dirigencia una medalla del subcampeonato de la Lepra en la Copa Libertadores por no ser titular. También destaca la amistad que consiguió a través del fútbol con el ex delantero Ariel Cozzoni, hoy devenido en concejal. En un partido en el que se enfrentaron, el árbitro Vigliano se metió la mano en el bolsillo para amonestar a Fullana por una patada al delantero. “No le saques la amarilla, que es mi amigo”, le dijo la Chancha al juez.
Por último, este hombre que se siente identificado con la comadreja y sus leyendas originarias, explica los posibles motivos de la rebeldía contra el sistema futbolístico reinante en la separación temprana de sus padres: “Crecí sin padre. Uno busca un límite, alguien que le ponga un límite. Yo, quizá, lo busqué entre los entrenadores y no lo encontré. Entonces todo es rebelarse”.
En tu cara y en tu casa. Miguel Fullana vive en Roldán, al toque de Rosario. Y además de escribir Comadreja. Historia de un suplente también lo reparte entre las y los interesados. Le aportan su visión al libro el escritor Mario Castells, la psicóloga María Isabel Allende y el periodista Alejandro Maidana.
“Siempre me gustó escribir. No tanto como jugador, porque el futbolista generalmente no está acostumbrado a leer, no te lo fomentan en inferiores. Y si sos bueno jugando al fútbol, de hecho, dejás de estudiar”, apunta. En pandemia empezó a revolver papeles y fotos, y así nació el libro. “Cuando ya lo tenía, creí que era un escritor de primera, hasta que se lo mandé a Mario Castells y lo corrigió bastante”.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 22/07/23
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