Estamos transcurriendo un tiempo de orfandad de respuestas concretas a las problemáticas que ya nos acucian, no se trata de contradicciones ideológicas. La pérdida de derechos ya es una realidad cotidiana. El trabajo en negro, el desempleo, el acceso a la salud cada vez más restringido, una escuela empobrecida e incendiada, y unos niveles de violencia que se acrecientan día a día.
Es urgente hacer algo con la impotencia que nos provoca este panorama. Porque la respuesta, mediada por nuestro inequívoco sistema simpático, termina siendo la huida en cualquier dirección que nos proponga un horizonte diferente – o al menos desconocido – aunque sea con promesas ficticias.
Resulta imprescindible detenernos antes de buscar culpables. Basta mirar a los costados para encontrar lo que nos es común a todos y todas: el vértigo que produce no vislumbrar algún futuro, la frustración por el fracaso de nuestras apuestas, la angustia y el cansancio después de escarbar y escarbar y no hallar una mísera pizca de fe. Como dice ese texto siempre vigente de Robino: “Tírele con lo que tenga, pero nunca solo”.
Apuremos el encuentro para defendernos de la hostilidad y el empobrecimiento.
Es perentoria la oportunidad de comprender que sobreviviremos si adentro estamos todos, para dar pelea a la tristeza.
Es imperioso nuestro derecho a vivir en una tierra en la que nuestra profunda humanidad le gane a toda/cualquier/cada guerra.
*Educadora
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