La entidad deportiva ubicada en zona oeste realizó su primera asamblea tras años de abandono y eligió autoridades. Amigos y vecinos, que se criaron en el lugar y lo vieron caer, fueron los protagonistas del resurgimiento.
El cuadro que cuelga en la secretaría del Club Atlético Estrella Azul con la figura del ex dirigente Lelio Síntora es un buen punto de partida para contar la historia de una institución que nació en los primeros meses de 1931, que coqueteó con la desaparición tras la muerte de ese hombre, y que resurgió en 2021 durante la pandemia gracias a un grupo de amigos que se crió en la entidad y que hoy forma parte de la comisión directiva, elegida el 7 de octubre pasado. Edgardo Síntora, hijo de Lelio, se sumó como síndico.
Un sinfín de actividades y disciplinas practicadas por unas 600 personas, entre chicos y grandes, le dan vida a esta entidad deportiva ubicada en el corazón de barrio Belgrano.
Esa Estrella era mi lujo
Lelio Síntora era un pibito cuando en 1931 su padre decidió sacar un préstamo y comprar unos terrenos ubicados en la calle Campbell al 700, en pleno barrio Belgrano, para que su hijo y los amigos tengan un lugar propio donde patear una pelota con el equipo que habían formado. Como en aquel entonces esa calle fue elevada al rango de avenida y los terrenos, por ende, eran más caros, don Síntora vendió su parcela y compró a menor precio el espacio ubicado justo detrás, en Cullen al 700, donde levantó el Club Atlético Estrella Azul, en el que sólo se practicaba fútbol. El nombre de la entidad es tan curioso como enigmático. “Se fundó así, pero nadie supo decirnos el motivo”, lamenta el actual presidente, Matías Godoy.
Aquel chico que comenzó como jugador en los inicios de la institución y creció como dirigente, se convirtió con los años en presidente y emblema del club. Lo sacó adelante en la dura década neoliberal del 90 y lo mantuvo en pie hasta 2012, cuando murió. Una pareja mayor, de 81 y 84 años, quedó a cargo y redujo el espacio a su más mínima expresión, según contaron en una entrevista con El Eslabón el presidente Godoy y la vocal Marina Gómez.
Hasta 2021, las puertas del Estrella Azul se abrían sólo para que practicaran educación física los alumnos de la escuela pública 528 Carlos J. Omnes, ubicada a tres cuadras del lugar, y para las clases de zumba y patín. “Y se cerraba cuando esas clases terminaban”, reprocha Gómez, pero aclara: “Si bien esto estaba bastante abandonado, esta pareja mayor hizo algunas cosas bien, no dejaron deudas”.
Un largo camino a casa
Las historias de vida de Matías Godoy y Marina Gómez no pueden contarse sin el club Estrella Azul. “Yo vine toda la vida acá, nos criamos acá. Mis viejos pertenecieron también al club”, dice la vocal, y agrega: “Nosotros vivíamos acá. Había sólo fútbol de salón masculino, y después de muchos años se agregó patín y zumba, pero ya éramos grandes. Aunque veníamos igual”.
El presidente, por su parte, destaca que “los dos somos del barrio. Yo nací media cuadra para allá, y ella media cuadra para el otro lado. Acá vinieron nuestros abuelos, padres y ahora nosotros. De pibes participábamos de las actividades, jugábamos fútbol de salón con varios de los chicos que hoy son parte de la comisión. Jugamos en las categorías infantiles hasta que por un problema lo desafiliaron”. Y añade: “Había un bufet, las previas se hacían acá adentro. Muchas veces ni salían y se quedaban acá”.
Más en joda que en serio, uno de los martes en los que desde hace 15 años Matías y sus amigos se juntan a jugar al fútbol, surgió la idea de recuperar el club que los vio crecer. Días después, más en serio que en joda, pusieron manos a la obra: “Fuimos a hablar con esta pareja. Le planteamos lo que queríamos, les propusimos hacer un combinado: que ellos se queden en el club pero que nosotros podamos hacer algo y no sólo firmar papeles, porque eso nos pasó. No nos dejaban usarlo, nada. Queríamos formar parte, poder tomar decisiones. Nos pusieron muchas trabas”, cuenta Matías. Y aporta Marina: “Es que esto les pertenecía, era como de ellos. Sacarlos, o que nos den un lugar, iba a ser muy difícil”.
“Los sábados nos juntábamos a comer y ahí empezamos a armar toda una estrategía. Fui a hablar con el hijo de esta pareja. Hace 10 años que no lo veíamos adentro del club, y eso que viven enfrente”, relata Godoy.
—No, ustedes están equivocados. Voy cuando ustedes no están —fue la respuesta que recibió en su momento.
—Y qué, vas cuando no está la gente —contragolpeó el actual presidente.
Después de arduas negociaciones, los jóvenes continuaron su lucha por recuperar el club en la Municipalidad. La Dirección de Clubes les confirmó que “el club no tenía papeles, que estos no eran dirigentes de nada, era todo de palabra, no había libro de actas, de socios, de nada”, cuentan. Con todos esos datos continuaron las charlas. “Le dijimos que éramos todos del barrio. Gente que había jugado, que había sido encargada del bufet. Nos conocíamos todos del barrio. Ahí se encontraron entre la espada y la pared y nos ofrecieron hacer una asamblea”.
Pero el día del cónclave faltó el síndico y el presidente. “Así que nos fuimos”, recuerda Matías, y comenta que seis meses después “empezaron a buscar aliados”. Y entre esos, lo llamaron a Edgardo Síntora, hijo del referente histórico del club. “Viene a mi negocio –rememora el actual mandatario– y me cuenta todo. Le expliqué las cosas y le propuse sumarlo, que sea el síndico para controlar lo que haga la comisión, para que vea que no tenemos malas intenciones. Se sumó y eso fue el quiebre”.
De regreso a octubre
En diciembre de 2021 recibieron la tan ansiada llave del club. “¿Qué hacemos ahora?” fue lo primero que se preguntaron. “Así que le metimos mucho laburo, horas acá adentro en los momentos en que no teníamos que atender nuestros laburos personales. Hacíamos choripaneada, un bingo, y lo recaudado era para comprar pintura. Era limpiar y pintar. Pintamos la cancha de paddle, la pusimos en funcionamiento y eso te genera hoy en día 12 lucas por día”, resalta el Presidente.
A la actividad social se le sumó una gran cantidad de actividades, para todos los gustos y edades. Además de la cancha de paddle hay un salón donde se practica básquet, futsal, patín, y la joya del lugar: hockey sobre patines, el único en Rosario con esa disciplina. En otro espacio hay zumba, folklore, funcional, mandala, cumbia cruzada, karate y taller de la memoria (para afiliados de Pami). La oficina donde funciona la secretaría hace las veces de sala de ensayo para el taller de canto. Los entrevistados hacen una cuenta rápida y calculan que unos 600 pibes y grandes pasan por el lugar.
Aquella etapa que comenzó a fines de 2021 tuvo un primer cierre el pasado 7 de octubre, con la primera asamblea, que eligió a las autoridades. “Tuvimos un año con gente que no supo cómo poner los papeles al día”, lamenta Matías, que para solucionar ese tipo de cuestiones cursó la diplomatura en Gestión de Entidades Deportivas en la UNR, “desde donde pudimos encaminar este proceso de normalización”.
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En los primeros lugares de la comisión directiva quedaron: Matías Godoy (presidente), Lucas Pedalino (vicepresidente) y Andrés Callegari (tesorero). “Éramos amigos de toda la vida”, celebra el primero, pero aclara: “Son 17 personas en la comisión y cada uno tiene su voz y su voto. Nadie es más que nadie. El último vocal suplente opina y es igual que el presidente. Vamos todos para el mismo lado. El club es de todos”.
Por último, Matías admite: “No lo imaginaba. Si bien lo peleamos, nos metimos, no creí que llegaríamos a esto”. Y cierra Marina: “Me emociona. Viví acá mi vida. Es toda una historia en este lugar”.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 04/11/23
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