
Después de haber pasado la noche en la calle, rodeado por esos seres que parecían sub-humanos, deambula por la zona sur de la ciudad. Siente que ha tocado fondo: ha perdido todo, casa, hijo, esposa, trabajo, compañeros. Le han quitado lo poco que tenía y ahora vaga bajo el sol como un animal apaleado.
De a poco, la desesperación comienza a tomarlo. Primero es un sentimiento difuso; después, se vuelve más intenso, y de igual manera, más intolerable. Tiene ganas de salir corriendo, aunque no podría hacerlo, porque no sabe hacia dónde podría disparar.
Lo único cierto es que no puede seguir en ese estado de carencia absoluta: es, sin dudas, una forma de muerte que no había imaginado, pero más cruel y terrible que todas las muertes con las que pudo soñar.
A punto de romper nuevamente en llanto, tiene una idea salvadora: debe ir a verlo a El Mencho, para aceptar su oferta de trabajo. Sabe que será otra forma de morir, por dolor o por balas, pero siente que no le queda otra. Lo que más desea, ahora, es poder volver a su casa, estar con su hijo, intentar reconquistar a su mujer.
Corriendo, llega hasta el bar donde para El Mencho. Llega agitado, sintiendo que el aire no penetra en sus pulmones, pero llega contento. Sin embargo, cuando finalmente arriba al boliche, se encuentra con que un montón de policías ocupan su espacio. Intrigado, se acerca con disimulo y observa a través de esa marea de uniformes lo que hay adentro. Entonces ve lo que jamás hubiera esperado ver: el cuerpo de El Mencho sobre la silla que siempre ocupaba, acribillado por decenas de balazos.
Lo único que atina a hacer es persignarse, él que no pisó más una iglesia desde que tomó la comunión. Se queda un rato mirando los ojos desorbitados de El Mencho, su boca abierta, su cabeza ladeada, y el charco de sangre que se formó debajo de la silla.
Después piensa que murió en su ley. Y se dice si no será preferible morir de esa manera, a morir como lo está haciendo él.
Pero son preguntas que jamás tendrán respuesta. Pega media vuelta, y empieza a caminar nuevamente en dirección al sur. Va hacia ese barrio del que nunca pudo salir, y del que, acaso, tampoco pueda jamás alejarse.
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