El ex vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera y una anécdota de su biografía escolar que habla del trabajo docente y el compromiso con la realidad. “Los profesores son decisivos en la formación de las personas”, afirma.
“Los profesores son decisivos en la formación de las personas, en sus valores más íntimos”. Una convicción propia que compartió el ex presidente de Bolivia Álvaro García Linera en un congreso multitudinario, antes de las elecciones generales. Lo hizo a través de una anécdota que recordó con admiración hacia un maestro que, con “paciencia infinita”, los invitó a conocer la historia y reconocer el ineludible lazo que une al presente con el pasado de los pueblos. También para recordar que el trabajo docente no es neutro: incide de manera decisiva en la vida de las personas.
La pregunta que dio pie al relato de esa anécdota –que lo marcó en su biografía personal y política– había llegado del público, mayormente docente, que participaba de aquel encuentro. Le pedían una respuesta puntual sobre el lugar de la escuela “en este interregno”. “Es una pregunta difícil para mí, no soy un experto en pedagogía”, se excusó al inicio, pero luego ofreció como respuesta una historia de su paso por las aulas que aprendió para siempre.
“Les cuento mi experiencia, de cómo cosas que me pasaron en la escuela influyeron en el resto de mi vida”, arrancó frente al auditorio de más de 3.500 docentes reunidas en el 6to Congreso Internacional de Educación e Inclusión desde el Sur, realizado a fines de septiembre en Río Grande (Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur).
Eran los años 70 y los campesinos indígenas aymaras del Altiplano boliviano, que viven a unos 3.500/4.000 metros de altura, habían desplegado un gran bloqueo de caminos. “La gente de clase media de la ciudad tenía miedo, pensaba que los indios que estaban en la altiplanicie iban a venir a atacar sus casas. A sus empleadas las encerraban bajo llave en las noches, porque tenían miedo que ellas fueran la cabeza de playa del regreso de los indios, porque ellas también eran indígenas aymaras”, relató García Linera en referencia a lo que se vivía en La Paz por ese entonces. Y por las noches –contó– la gente de la ciudad también miraba los cerros para ver si las fogatas se encendían a manera de señal de ataque.
“Eso para mí, de niño, era muy chocante y no entendía lo que estaba pasando. Fue un profesor de historia quien nos agrupó a todos los jóvenes y nos hizo relatar cuál era nuestra experiencia, qué estaba pasando en nuestros barrios, en nuestras casas frente a este miedo, a ese pavor de que vengan los indígenas supuestamente a quemar las casas de la gente de la ciudad”, repasó el educador y político.
Luego de que cada estudiante relatara cómo vivía ese momento en sus hogares, el profesor les dio una tarea: tenían que leer un “pequeño librito que se llamaba Historia del Rey Chiquito (Porfirio Díaz Machicao), que relataba la historia de un niño aymara en 1781”. Cuenta sobre la sublevación de los aymaras ante los españoles, lo hace a través de la historia de “un pequeño niño que era como un chasqui, que llevaba noticias de un lado a otro de los líderes de la rebelión indígena”.
Dos días después del pedido de esa tarea escolar, el profesor volvió a reunir a sus estudiantes. “Una vez que ya había oído cuál había sido nuestra experiencia personal de ese bloqueo (en los 70), comenzó a preguntarnos qué habíamos entendido de ese librito pequeño”, dijo García Linera y continuó: “Claro que lo que habíamos entendido es que tiempo atrás había puros indígenas en nuestro país y estos indígenas habían sido sometidos, maltratados, las madres abusadas, las hijas usadas como empleadas para lavar, para tejer, para producir alimentos a cambio de nada para los invasores”.
En esa historia también se contaba sobre un cerco levantado en 1781, ante el cual “la gente que vivía en la ciudad tenía miedo de que esas personas maltratadas vinieran a cobrarse sus cuentas de tanto abuso”. Aquel profesor con ese relato histórico “había tenido la suficiente paciencia para vincular lo que había pasado 200 años antes con lo que estaba pasando en ese momento tan desgarrador de nuestra experiencia de estudiante de colegio”.
En este punto de la anécdota, Alvaro García Linera se paró para resaltar la habilidad de aquel docente para vincular el presente con el pasado, “para hacer entender el mundo de las injusticias, de cómo el pasado permanentemente renace en el presente, de cómo las viejas deudas históricas no desaparecen, y cómo vuelven después de atravesar la profundidad del tiempo para renacer”. “Para mí fue un hecho revelador, fue como una epifanía”, agradeció ese aprendizaje.
“Creo que en este caso particular, esta experiencia personal, pedagógica, educativa me formó como persona”, apreció de aquella enseñanza. Y ubicó a ese profesor de historia como uno de los responsables de haberlo llevado años después a ocupar un lugar en la política, a estar “al lado de un presidente indígena, acompañándolo, apoyándolo, protegiéndolo y acatando la decisión de un indigena” sin ser indígena. “Ese profesor –profundizó en ese recuerdo– ayudó a entender mi historia, la historia de mis luchas”.
García Linera subrayó el valor humano, moral, el tiempo que un niño o una niña pasa con sus maestras y maestros, muchas veces superior al que comparte con su familia. Y es ahí donde marcó el peso que esto tiene para los aprendizajes y la formación de los más chicos y de los jóvenes.
El intelectual boliviano señaló aquí lo decisivo del trabajo docente para la vida de las personas: puede haber “profesores que logren transmitir valores de justicia, valores de igualdad o –por el contrario– valores de competitividad, de individualismo, de asco hacia los suyos, de desprecio a lo popular”. Según estos logros “van a dar niños, adultos, políticos que más tarde, 20 o 30 años después, pueden llegar a tomar decisiones de mandar a luchar al lado de los que están peleando contra la injusticia” o “de mandar a asesinar a alguien que está protestando”.
“Los profesores son decisivos en la formación de las personas, en sus valores más íntimos”, expresó con contundencia y, mirando a la audiencia de docentes, afirmó: “Ustedes nos han construido, somos criaturas de ustedes, para bien o para mal una persona adulta es resultado de toda su formación escolar, y en particular lo que los profesores han logrado con ello”.
“Yo me siento una criatura de ustedes, si algo bueno he hecho en la vida es por lo que aprendí de ustedes y si algo malo hice en la vida es porque otros también me educaron de manera mala o chueca”, concluyó ante un aplauso cerrado.
Educador y político
El congreso en el que García Linera compartió esta historia personal fue organizado por el Ministerio de Educación de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur (AeIAS) y la Universidad Salesiana, el 22 y 23 de septiembre pasado.
En ese encuentro ofreció la conferencia de cierre que tituló “Horizonte histórico en transición. La democracia en el interregno”. En esa disertación magistral advirtió que no era casual que el enemigo del “neoliberalismo cavernario” sea el Estado. “Es que el Estado es el receptáculo de lo común de una sociedad”, la memoria que une a la sociedad y “el depositario de la historia que producen los pueblos en común”, “es la cristalización de derechos de la gente conquistados en miles de batallas, incluso frente al Estado”.
Álvaro García Linera fue vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia (2006-2019), cuando Evo Morales era presidente. Fue detenido, torturado y encarcelado por integrar el Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK), que apoyaba la insurgencia indígena.
Estudió matemática en la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Entre sus publicaciones figuran La comunidad ilusoria, La potencia plebeya y Socialismo comunitario: un horizonte de época.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 02/12/23
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