El Pensamiento Nacional en disputa. La batalla discursiva perdida ante asertos tales como “el Estado gasta más de lo que genera” y “el país fue potencia mundial hace un siglo”. Los anuncios del flamante gobierno y el papel de los medios.
Hace algunos años planteé que se percibía claramente la ausencia de Pensamiento Nacional y Revisionismo Histórico en los medios y en las aulas. Por supuesto que no son las únicas vías de formación social, pero es ostensible que resultan trascendentes. Al no poder emitir con potencia –pese a tener el comando del Estado en varias oportunidades–, el espacio nacional ha quedado a la zaga de la pertinaz y sencilla demagogia liberal.
Hay dos ejemplos característicos, presentados una y otra vez como novedad: el Estado gasta más de lo que genera y el país fue potencia mundial hace un siglo. Los dos asertos, construidos por décadas para mentir con eficacia, fueron muy trabajados y desmentidos por nuestros mejores pensadores, tanto al describir medidas recesivas en sus presentes como al elaborar una narración histórica veraz y comprobable.
A tantos de los que se adentran en la actualidad se los sitúa como periodistas militantes, en una curiosa acepción local del macartismo destinado a devaluar sus posiciones, y a quienes diseccionan nuestro decurso como nación se los califica de adoctrinadores.
Podemos indicar que en los dos aspectos la línea que no se debe zanjar es la establecida por La Nación. No es el único, ni mucho menos y que quede claro, pero es –con su trazo editorial sobre los sucesos diarios y su reconocido mitrismo en el espejo retrovisor–, el que define con más nitidez el planteo oligárquico.
Recuerdo conversaciones al respecto con Fermín Chávez, por caso, quien insistía en la necesidad de llevar adelante, con amplitud y profundidad, los conceptos forjistas actualizados de continuo para intervenir en las discusiones nacionales. Lejos de la mirada gris propia de quienes estiman que sólo hubo vida en el pasado, Fermín se preocupaba por evidenciar las creaciones en desarrollo de las nuevas camadas. Una parte de esa filosofía quedó plasmada en su libro La reconstrucción de la conciencia nacional. Si el título remitía, cambiando intencionalmente una palabra, a la obra de Juan José Hernández Arregui, el conjunto daba cuenta del ayer y el hoy conjugados.
La dificultad que observé con el andar del tiempo fue que, para las autoridades y referencias políticas del movimiento nacional, los alineados en ese perfil, con todas las variantes del caso, resultamos conflictivos. Por una razón o por otra, generamos honduras y debates que –sienten– les complican su presentación en sociedad. Cada intervención de nuestros compañeros, periodistas o docentes, conllevan un salto por encima de aquella línea trazada por La Nación y los dirigentes del espacio se sienten obligados a dar explicaciones.
De tal modo, en los períodos de gobierno nacional popular, la Secretaría de Pensamiento Nacional, varias áreas educativas y los medios de comunicación estatales, quedaron en manos de lo que podríamos llamar liberales de baja intensidad. Personas que vindicaban la democracia, los derechos humanos, los beneficios sociales, pero no se animaban a dejar atrás esos bordes diseñados por el razonamiento oligárquico. Lo viví en Télam, cuando tras una dirección periodística inobjetable, fui relevado por miembros de una agrupación que desconocían absolutamente los ejes del Pensamiento Nacional y tendían a identificar, autores europeos ¡o coreanos! mediante, la pugna centro izquierda – centro derecha como el eje de las discusiones.
Estamos viviendo el resultado de esas definiciones. Ni Rosa, ni Ramos, ni Fermín ni Jauretche, ni Methol ni Perón. Con un añadido llamativo que alguna vez mencioné: ni Eduardo Luis Duhalde, muy valorado como secretario de Derechos Humanos –a quien acompañé en el primer tramo de su digna gestión– pero ignorado simultáneamente como historiador revisionista.
No se trata de dar clases en los medios ni de exigir a toda la población que lea sus textos. La clave radica en que el activo, los que comunican, los que elaboran conceptos y asumen responsabilidades de dirección, los conozcan. De allí surge la traducción al conjunto y la aplicación práctica al analizar los más variados temas.
Un discurso como el planteado por el nuevo presidente Javier Milei de espaldas al Congreso, precedido por una campaña en franca sintonía, sólo es posible si el clima general, aún puertas adentro del ahora frente opositor, admite premisas equívocas, oblicuas y, en cierto punto, disparatadas.
Para entender este párrafo es preciso comprender y aprehender que la Argentina es un gran país. Posee una extensión territorial apreciable que desemboca en la Antártida, riquezas naturales significativas, una población con el know how necesario para los nuevos desafíos, importantes empresas públicas, cooperativas y pymes, centros de desarrollo tecnológico avanzados y en despliegue, obras públicas funcionales en desarrollo.
También tiene mucho dinero, diga lo que diga el mezquino fugador Luis Caputo, hoy ministro de Economía. Ese dinero es generado por una actividad productiva creciente –hasta ahora–, que desemboca en la recaudación tributaria. El Estado que recepta ese caudal tiene la obligación y el derecho de emplearlo adecuadamente, inyectarlo en el mercado interno para recrear la rueda de producción y trabajo.
(Lo que en realidad dijo el timbero puesto por Mauricio Macri en el gobierno de Milei es: “No hay plata para ustedes. Hay plata para las corporaciones agroexportadoras, los grandes bancos y nuestras empresas, propias o amigas”).
Como si esto fuera poco, la nación argentina cuenta con una instalación energética recién actualizada, que resolverá el problema de la restricción externa. Si se usufructúa razonablemente la generación, las divisas futuras en el Banco Central se incrementarán. Por añadidura, descenderá la inflación.
No está de más aclarar que nuestra patria tiene un Estado reducido, que fue esquilmado y recortado en los años 90. Dada la extensión del territorio nacional, esa estructura debería ser bastante más amplia. Los trabajadores de cada repartición no son gasto ni déficit; constituyen inversión en los más variados rubros.
Asimismo, estamos rodeados de grandes socios regionales. En especial Brasil, un gigante en todos los sentidos, y Bolivia, corazón energético del Sur continental. Ambos, con gestiones listas para cooperar en un ABC – Mercosur ampliado, que nos permitiría contar con un espacio bioceánico. De Los Andes hasta el Atlántico Sur, pasando por la Cuenca del Plata.
Le estamos dando la espalda a todo eso. Y a bastante más, que sería fatigoso enumerar en estas líneas.
Como verá, lector, todo lo señalado es exactamente opuesto a lo planteado por el nuevo oficialismo… pero también por los propios compañeros. Y en los medios, en las charlas, en las redes.
Hay quienes piensan que el ajuste resulta necesario, pero que debería morigerarse. Una tontería de esa naturaleza explica el desencuentro lógico con los asertos precedentes y no es otra cosa que ignorancia de los ejes del Pensamiento Nacional y, claro, de los registros de toda la administración nacional y de la economía en general.
Las naciones emergentes en crecimiento franco son aquellas que optaron por una fuerte presencia estatal, inversión productiva, ampliación de la capacidad de compra colectiva, investigación científico técnica, aprovechamiento a fondo de los recursos disponibles. Por el contrario, las economías en baja son las que resuelven ajustar para reducir la inflación y achicar el aparato productivo en beneficio de las finanzas y la especulación.
El país, y el movimiento nacional, necesitan un peronismo reconfigurado. Desde sí mismo. La densidad de los actos y las ideas generadas a lo largo de la historia permiten inferir que es absolutamente posible.
Las puertas del tiempo están abiertas. En especial para los argentinos.
Nadie las pasará por nosotros.
*Director La Señal Medios / Área Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 16/12/23
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