El 4 de junio de 1846, el Estado de Santa Fe, coalicionado con otras provincias confederadas, derrotó definitivamente a las fuerzas anglo-francesas.
Una de las cosas que siempre me llamó la atención es la elección del 20 de noviembre de 1845 y no el 4 de junio de 1846 para conmemorar el Día de la Soberanía Nacional. La razón estriba en que la primera fecha recuerda una derrota, un heroico fracaso, pero derrota al fin, y la otra ocasión expresa la irrecusable victoria de las fuerzas de la Confederación Argentina sobre los piratas anglo-franceses y su comparsa cipaya. Con los años, comprendí, que como en otros casos, la narración de nuestra historia es porteñocéntrica, y lo que se escribe en la ciudad más importante de la república, casi no se discute. Pero no en mi caso particular, orgulloso santafesino, y no puedo permitir que la historia se escriba sin contar la verdad. Y la realidad es que la Batalla de la Punta del Quebracho es mucho más importante, por su resultado, que la de La Vuelta de Obligado, porque es en ella donde la prepotencia imperialista mordió el polvo de la derrota.
El excelente libro de Juan Manuel Peña y José Luis Alonso: “La Vuelta de Obligado y la victoria de la campaña del Paraná”, relata con documentación y amenidad el conflicto que hizo que las dos potencias más importantes de su época tuvieran que desagraviar, humillándose, a nuestra patria. Ese mérito indudable fue obra de nuestro pueblo y de la voluntad de acero de Juan Manuel de Rosas. Como bien lo expresó Pedro Ferré, Rosas fue un celoso defensor de la independencia ante el extranjero pero muchas veces se comportó con las provincias del interior inadecuadamente, pero esto no le quita el mérito de ser un hombre inquebrantable, de una personalidad que sólo tienen seres excepcionales.
La batalla de La Vuelta de Obligado dañó al enemigo pero las naves extranjeras pudieron seguir navegando el Río Paraná a pesar de la lucha y las cadenas puestas a su paso. Fue una jornada de gloria para nuestra patria, donde se forjó una mentalidad soberana que daría sus frutos muy pronto.
El general Lucio N. Mansilla, a cargo de la resistencia, dirá unas palabras que aún nos resuenan por su acendrado heroísmo: “¡Valientes soldados federales, defensores denodados de la Independencia de la República y de la América! Los insignificantes restos de los salvajes unitarios que han podido salvarse de la persecución de los victoriosos ejércitos de la Confederación, vienen hoy sostenidos por los codiciosos marinos de Francia e Inglaterra, navegando las aguas del gran Paraná, sobre cuya costa estamos para privar su navegación bajo de otra bandera que no sea la nacional. Ya no hay paz con la Francia ni con la Inglaterra. ¡Mueran los enemigos!”. En esta época de cipayismo y resignación estas palabras llenan de emoción y dan esperanzas en cuanto a nuestro porvenir como nación soberana. A la deslealtad de los Rivadavia, Mitre, José María Paz y compañía, se opone otra historia de grandeza, dignidad y patriotismo.
Después de la derrota de la Vuelta de Obligado, el conflicto siguió con otras sangrientas batallas, como las de San Lorenzo y Tonelero, donde la división Santa Coloma conformada por 350 cincuenta soldados, más 200 santafesinos comandados por el sargento mayor José Agustín Fernández le hicieron la travesía imposible a los imperialistas. Era gobernador en aquel momento de nuestra provincia, Juan José Pascual Echagüe.
Pero la victoria definitiva contra los mercachifles, se dio el 4 de junio de 1846, en territorio santafesino. Esa jornada épica es la clave de bóveda para entender el acontecimiento soberano más importante de nuestra historia. Dicen los historiadores antes citados: “Los aliados se van convencidos, no sólo de sus pérdidas considerables en materia de mercancías, sino de una realidad: por más armados que estuviesen, la navegación de los ríos de la Confederación Argentina les estaba vedada. Tras una lucha sin cuartel, habían perdido siete veleros, además de los numerosos barcos que estaban averiados”.
José de San Martín desde Gran Bourg, al conocer los acontecimientos, expresó: “Tentado estuve de mandarle (a Rosas) la espada que contribuyó a defender la Independencia Americana, por aquel acto de entereza en el cual con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglo-francesa que, poco o muchos, sin contar con elementos, los argentinos saben siempre defender la independencia”. En su testamento, el Libertador de América legó su sable corvo a Juan Manuel de Rosas por su brega anti-imperialista.
Es indudable que hoy el patriotismo es un valor en baja para una parte importante de nuestra sociedad. La penetración material y cultural del imperialismo ha conseguido relativizar una victoria que tiene pocos parangones en la historia universal. Sin embargo, en estos momentos en que la globalización intenta arrasar con nuestros mejores valores, la resistencia de aquellos insignes compatriotas es un faro que nos puede orientar para salir del difícil momento que vivimos. La Batalla de la Punta del Quebracho fue inmortalizada en unas cuartetas que recitaban nuestras heroicas tropas, y que tendrían que estar en el frontispicio de todas las escuelas: “Quebrachito de eterna memoria, de los libres recuerdo serás / Ojalá de la historia argentina, no se borre tu nombre jamás”.
Elocuentes palabras que son el mejor antídoto contra los siniestros personajes que nos quieren ver arrodillados ante los poderosos del mundo.
*Historiador y escritor firmatense
**Nota publicada originalmente en El Correo de Firmat
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