Roberto Bonano, ex arquero de Central, River, Barcelona y la Selección que aportó cuentos de su autoría para el proyecto Pelota de papel, se define fana del Negro Fontanarrosa y sentencia: “El que lee mucho termina queriendo escribir para imitar a quienes admira”.

Roberto Oscar Bonano nació en el populoso barrio Azcuénaga, del noroeste rosarino, y de chico se mudó a Pichincha, donde su padre abrió una carnicería. Se la pasaba jugando a la pelota en la calle hasta que un amigo lo invitó a ir a Juan XXIII y, aunque comenzó de delantero, de tanto verlos volar a Carnevali y al Pato Fillol un día agarró el arco y no lo soltó más. Al tiempo se probó en Central y quedó, más tarde ganó la épica Conmebol con el Canalla y emigró a River, donde ganó tres campeonatos, una Libertadores y una Supercopa Sudamericana, lo que lo catapultó a la Selección Nacional y al Barcelona de España. “Al Barcelona fui en un momento en el que el club catalán estaba mal económicamente y no podía gastar mucho. Lo querían comprar a Oliver Khan, o a Gianluigi Buffon, y se terminaron llevando al Tito de barrio Azcuénaga”, suelta entre risas Roberto Bonano en una extensa y amena charla con los cronistas y el fotógrafo de El Eslabón, en un bar de bulevar Avellaneda y Marcos Paz (la cortada más larga del mundo). El Tito de Azcuénaga, que no sólo aparenta sino que demuestra que está intacto, ataja todas las preguntas que le tiran y sale jugando siempre con una sonrisa y una anécdota bajo el brazo. 

Arquero, ilusionista y goleador

Los barrios Azcuénaga y Pichincha se repartieron la infancia de Tito Bonano. El patio de casa y luego la calle fueron los primeros testigos de la relación con la pelota. “Cuando ya se hacía de noche –recuerda– había un portón de una fábrica y nos quedábamos pateando hasta cualquier hora, incluso con gente más grande”. Desde los 5 años, por invitación de un amigo, le sumó escapadas a Pellegrini y Lima, donde aún funciona el club Juan XXIII. Esa etapa “más formal” de jugar al fútbol la inició con la 9 en la espalda: “Ya era alto, así que me tiraban la pelota y la aguantaba”, dice sobre el puesto que conservó hasta los 12, cuando le picó el bichito del arco y pasó de hacer goles a evitarlos, o a intentar evitarlos. “Jugar de 9 me gustaba, pero siempre me gustó hacer lo distinto, así que en las prácticas iba al arco. El arquero era el distinto, el payaso que se tira para un lado y otro, que se cuelga del travesaño, el que se viste diferente. Y un día, la que pasa siempre: faltó el arquero y me dijeron de atajar y me encantó”.

Eran épocas en que la tele, la radio y el diario ya enaltecían las tapadas de Ubaldo Matildo Fillol: “Yo lo miraba siempre al Pato, me llamaba mucho la atención”. Pero además, en Juan XXIII hizo dupla de ataque con el hijo de Daniel Carnevali, también con pasado en la Selección y arquero de Rosario Central, que seguía los partidos desde de los pibes atrás del tejido: “Verlo a Carnevali ahí y después verlo en la cancha, fue como algo fuerte. Eso también influyó”.

De casa a la práctica y de la práctica a casa, así transcurrió la infancia y adolescencia de Roberto Bonano en la ciudad. “Era entrenar en Juan XXIII y después venir a jugar en la calle todo el tiempo con mis amigos del barrio hasta que te llamen a comer. Poníamos los cajones de manzana en la esquina para que no pasen los autos. Ahí jugábamos al fútbol y como era la época del tenis, armábamos una cancha de tenis y le dábamos. Y en la época del voley lo mismo. Cosa rara”.

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

Aunque Ramón Díaz, el Tolo Gallego, Marcelo Bielsa, Louis van Gaal fueron algunos de los técnicos de peso que dirigieron a Bonano, él recuerda con nombre y apellido a los “anónimos” que los formaron: “Carlos Fadus me incitaba a entrenar. Los días de lluvia no iba nadie y ahí estábamos nosotros dos, me pateaba, me entrenaba. Ahí me hizo tomar conciencia de la importancia del entrenamiento, la constancia, aunque no tuviera los conocimientos técnicos del puesto”.

Con su padre laburando en la carnicería, su madre era la encargada de acompañarlo por las distintas canchas barriales de Rosario o a la parada del cole cuando iba a las prácticas. “Se comía frío, calor, como los padres de todos, bah”. Y como además era arquero y le gustaba revolcarse en el suelo, y si había barro mejor, también era la vieja la encargada de lavar la ropa. “Con lo que podían, porque no sobraba la plata, me compraban guantes, botines. Fueron un gran apoyo”, dice sobre sus viejos. “Valoro que nunca se metieron demasiado, nunca nos obligaron a jugar”, agrega Bonano, que suma a su situación a un hermano con el que compartió equipo en Juan XXIII, pero que decidió continuar su carrera (que llegó hasta Tercera) en Newell’s “más allá de que somos hinchas de Central”. Y añade: “Sí, nos inculcaron el estudio, y después acompañaron en lo que cada uno eligió hacer”.

La decisión de estar bajo los tres palos corrió peligro, sólo una vez: “Perdimos 6 a 0 me fui re caliente, y esa noche pensé en dejar”. Pero esa idea de colgar tempranamente los guantes “sólo fue algo de esa noche; después, siempre me gustó el puesto”.

Un viaje de ida y vuelta

Cuando Roberto Tito Bonano descubrió a su tocayo Roberto Fontanarrosa no sólo compró y se leyó la obra completa de cuentos y novelas, sino que luego las releyó. Hugo Galloni, compañero suyo en Central, fue el responsable al poner en sus manos El área 18, esa historia desopilante que involucra a un aventurero sirio en un partido de fútbol por la

independencia y desarrollo económico de un país africano. Recuerda que hasta entonces pensaba “que era simplemente un dibujante”, y comenta una situación en la que se lo cruzó: “Un día fui a un recital de Fito Páez porque justo estaba lesionado, me había fracturado el tobillo. Y a la salida lo veo y le decía a mi mujer «mirá, ese es Fontanarrosa, el Negro, el Negro», y con mucha vergüenza nos acercamos y nos sacamos una foto. Después lo vi en el club y cuando estaba en Barcelona me invitó a una presentación de un libro suyo y empezamos a intercambiar mensajes y notas por fax”. Bonano define al escritor y humorista como “un gran representante, como canalla y como rosarino, de los máximos exponentes”.

Contra la idea de que el futbolista no lee, el ex arquero recuerda que en River tenía compañeros como Pablo Aimar, Juan Pablo Sorín, Gustavo Lombardi y Santiago Solari, “que leían mucho y me fueron recomendando otras lecturas”.

La simpatía por los libros arrancó en casa, a través de su padre, cuya condición de socio del Club de Lectores hacía que todos los meses hubiera novedades literarias en la biblioteca de los Bonano. “Sus gustos –dice por su viejo– eran diferentes a los míos, a él le gustaba leer sobre marcianos, invasiones extraterrestres y siempre decía un día van a venir, me van a chupar y me voy a ir. No sé si se quería escapar de casa o qué, pero siempre contaba eso y le gustaba ese mundo”.

Curioseando cada obra que llegaba, hubo una que le despertó admiración: “Un día llegó Expreso de medianoche y me encantó porque era una cultura totalmente diferente, yo tenía 12 años y me abrió la curiosidad de conocer otros lugares del mundo, me llamaba la atención lo que pasaba en una cárcel, el tema de las drogas, imaginate que en el barrio pasabas en la bici una vía y ya te creías que estabas en otro mundo, era otra galaxia. Y con los libros era como viajar a otros mundos, transportarte y descubrir cosas nuevas . Eso me enganchó mucho”.

Además, “buenos profesores de literatura” en el colegio abonaron a su incipiente gusto por la lectura. Y, reconoce Tito, “el que lee mucho después termina queriendo escribir, intenta imitar a quienes admira”.

Cartas que marcan

“Empecé a escribir como una especie de terapia, mientras vivía afuera”. Cuando Roberto Bonano dice “afuera” no se refiere a su partida a Barcelona. El “afuera” para él es Buenos Aires, donde se mudó para jugar en River. “Fue el primer desarraigo grande para mí, fue el que más me costó, más –incluso– que cuando fui a Barcelona”, revela, y añade: “Fue terrible. Irme de mi barrio, de los lugares que conocía, de mi club del que soy hincha. Y también el alejarme de mi familia”.

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

La distancia generacional con su padre y la “no muy buena comunicación” entre ambos lo llevó a escribirle cartas “para poder decirle las cosas porque fue un gran trauma no poder decírselas personalmente. Me sentaba con él, le quería decir algo y me cagaba todo. Así que empecé con las cartas y estuvo bueno, porque él también escribía entonces empezó a responderme y se armó un vínculo muy loco, muy lindo”.

La escritura siguió luego, en Barcelona y ya retirado, en artículos periodísticos sobre jugadores que pasaron por el club catalán: “Eso me dio confianza”. En esta materia lo repatrió el periodista y escritor Ariel Scher, al invitarlo a participar en los libros Pelota de papel. En la primera de las cuatro ediciones, el arquero publicó Barrio de fútbol, mientras que en la segunda fue con Yo sé lo que te digo. “Cuando vi que había gente que le gustaba me animé más, eso me ayudó a soltarme”, remarca este hombre que luego participó con un relato en otro libro solidario como Pueblos rotos. “Más allá de esto, sí me gustaría algún día hacer un taller literario, tener una formación”.

Un helado con Messi y otras yerbas

Este último tiempo de Roberto Bonano nada tiene que ver con su agitada vida como futbolista primero –en la que pasó sin escalas por Central, River, Barcelona, mientras atajaba en la Selección Argentina–, y ahora como ayudante del cuerpo técnico que encabeza Eduardo Toto Berizzo, sin trabajo por el momento. Con su familia lejos, disfruta de unos días en su ciudad natal, frecuentando bares, amigos y cancha, aunque admite estar “desesperado” por volver al ruedo. Casi con espanto responde que no cuando le preguntamos si le gustaría largarse solo como DT alguna vez: “Lo veo a Toto lo que sufre. Tenés que tener un carácter muy especial, estar las 24 horas dedicado a eso, es muy demandante”.

Dueño de una extensa y prestigiosa carrera, compartió vestuario con tipos como “Francescoli, Rivaldo. Uno los tiene allá arriba, y son tipos muy sencillos, humildes”. Cuando se iba del Barça, llegaba Ronaldinho: “Ahí pude ver cómo un tipo logra transformar el estado anímico de un club”. Con Lionel Messi no compartió cancha, pero sí un helado: “Cuando llegué al Barça él tenía 13 años, y ya estaba en el club. Lo conocí porque su representante nos dijo una vez a (Javier) Saviola y a mí que había un pibito que extrañaba mucho, que no hablaba nada, y nos dijo de ir a verlo. Así que fuimos, salimos a caminar cerca de la casa, lo invitamos a tomar un helado. En el club ya se decía que era un fenómeno, pero no pensábamos que iba a llegar a ser lo que fue”, relata Tito, que luego se lo volvió a cruzar cuando estuvo en el Celta y en el Sevilla con Berizzo. “Siempre diez puntos. Siempre se acercó a saludar, y se acordaba del helado”.

El que también se acercó a saludarlo, en un aeropuerto y como si nada, fue José Luis Chilavert, ex arquero paraguayo de Vélez al que le pateó (y le convirtió) un penal por la bronca que le generaban sus declaraciones en la previa a un cruce por la Copa Mercosur del 2000: “En la semana empezó a decir que Bonano no era arquero para River, y cuando me hizo el gol de penal me lo gritó en la cara. Así que cuando hubo penal para nosotros ni lo pensé, salí corriendo para el arco a patearlo. Ni me acuerdo cómo le pegué”, se ríe.

También recordó con gracia los momentos tensos en el vestuario del Barcelona entre el DT holandés Van Gaal y Juan Román Riquelme: “El técnico le pedía que cuando no tengamos la pelota volviera a marcar, y Román le decía «no, eso no voy a hacer». Nosotros nos mirábamos y decíamos que le diga que sí, y que después en la cancha haga lo que quiera”.

Roberto Bonano dice ser “un agradecido al fútbol”, al que ve –más allá del juego– como “un medio para educar”. Asegura que la relevancia de haber jugado en los grandes equipos que jugó se la dio con el tiempo. “Recién tomé conciencia cuando me retiré: jugué un Central-Newell’s, un River-Boca, un Argentina-Brasil y un Barcelona- Real Madrid, qué más puedo pedir”, reconoce, y remata: “Mi sueño era jugar en la Primera de Central, todo lo que vino después fue un regalo”.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 08/06/24

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