Maradona me debe un yogur es el primer libro del rosarino Ariel Pennisi, que se define como un lector voraz. La pandemia, el Diego, el Potro Jorgito, las pantallas y el barrio, siempre el barrio. 

Ariel Gustavo Pennisi nació en Rosario, en 1982. Es psicólogo y profesor de Psicología, hincha de Newell’s y escribe artículos culturales para el suplemento Mirador Provincial del diario Clarín y El Litoral. En 2023 publicó su primer libro, Maradona me debe un yogur y otros cuentos, que fue pergeñado en los difíciles y extraños tiempos de pandemia. Oriundo del barrio del Abasto, pero asiduo habitante de Tablada y La Sexta, Pennisi se define como un lector empedernido que durante los meses de encierro sintió la necesidad imperiosa de llenar de textos las páginas en blanco. “El libro nace en los primeros meses de pandemia y hoy, cuando leo esos textos, veo que tienen ese espíritu de lo que estaba pasando, no sólo bio políticamente sino que también refleja eso que socialmente ya venía pasando, y que la pandemia lo agudiza y le da el golpe de nocaut, que fue el afianzamiento de las políticas neoliberales”, sentencia en una charla amena a la que se prestó en el programa Poné la pava de Radio Rebelde Rosario, y agrega: “No son cuentos melancólicos, pero sí hay un registro de los espacios que íbamos a perder y esa sensación de que no sabíamos hacia dónde apuntábamos, ese desasosiego que nos generaba a todos. “Hay un querer decir de algo del contacto artesanal que se me iba perdiendo con el barrio, con el Abasto, que es el barrio donde vivo, y que no iba a volver a ser lo que fue, por lo que ya venía sucediendo políticamente y que la pandemia lo profundizó”. 

Elige tu propia aventura

“Mi vieja fue la que nos inculcó la lectura y nos empujó a estudiar a mí y a mis dos hermanos, así y todo, viéndolo a la distancia, las bibliotecas las armamos nosotros, no es que vengo de un hogar que tenía una amplia biblioteca, somos la primera generación de hijos que estudió y se recibió”, repasa Ariel, y destaca: “Hay tres puntos que yo ubico y que seguramente derivaron en esto que soy. Primero la escuela. Fui a la Juana Manso, escuela pública en la que en las horas libres venía la bibliotecaria y nos leía cuentos, y a mí me gustaba mucho esa construcción, esas primeras lecturas, ese ir a la biblioteca y sacar un libro de la colección Elige tu propia aventura, con todo eso del rol activo como lector. Después los libros que heredaba de mi hermano mayor, él compraba, yo leía. Y el tercero es que mis primeros grandes libreros fueron los canillitas del barrio, José y Mecha del kiosco de Sarmiento y 27 de Febrero. Los visitaba, charlaba y me iba armando mi propia biblioteca con las colecciones que venían con los diarios. Descubría un autor y me compraba las obras completas. Y así todas las semanas. Fue una construcción artesanal y vincular con la biblioteca propia”. 

En cuánto al bichito de la escritura, Pennisi, que menciona a Roberto Bolaño, José Pablo Feinmann, Ricardo Piglia, Antonio Di Benedetto, Sábato, Chéjov, Dostoievski, Saramago, Hemingway, Woody Allen (aunque más en el cine), Rulfo y García Márquez, como sus influencias literarias, confiesa que fue cuando ese otro y peligroso bichito andaba dando vueltas por el mundo. “Siempre fui un lector voraz y por la facultad también escribía, pero como disciplina diaria”, admite, y se explaya: “La empecé a desarrollar en la pandemia, soy generación pandémica o del nuevo siglo, como dice Beatriz Vignoli que asegura que en realidad el siglo empezó ahí, en pandemia. Igual no es que la fui a buscar, la escritura estaba esperándome, y desde ahí no pude parar más, no hay día que no escriba”. 

“Muchas veces se habla de que la escritura es totalmente improductiva, en términos sistemáticos y hasta antiecológica porque hay que derribar árboles para sacar un libro –continúa–. Pero yo disiento con eso, hay una gran productividad en la escritura, sobre todo en estos tiempos, que es hasta contracultural, porque uno no sólo escribe para su yo interior, para un lector, sino que está generando lazos de encuentro. En un momento estás solo escribiendo, como la figura kafkiana del escritor atrincherado en el sótano, pero después están los talleres literarios, los ciclos de lectura, las presentaciones de libros y ahí se tejen lazos muy interesantes”.

“Escribir en pandemia fue un poco ver qué hacíamos con eso que nos pasaba, con ese lugar al que nos llevaba lo siniestro, que era el encierro. La necesidad de volver a esos lugares donde uno más o menos se encontraba con el otro, el tejido social que el barrio proponía”, dice respecto de los desafíos que se presentaban en aquellos tiempos, y analiza:

“Las nuevas generaciones, ese ser humano nacido en la era digital, tienen otra forma de vincularse, y los cambios más notorios de la pandemia fueron principalmente que nos atravesó a todos por igual y tuvimos que empezar a vincularnos por medio de los dispositivos digitales. La pantalla vino a ocupar los espacios vacíos que teníamos en el día, ya no había tiempo para aburrirnos, pero el aburrimiento tiene su empuje hacia buscar los encuentros y sobre todo no permite pensar”.

Diego, pagá el yogur

El Maradona que ilustra la portada del libro es obra de Andrés Pennisi, hermano del autor, y está plasmada con biromes (una azul y una negra). Al ser consultado sobre su relación con el deporte de la redonda, Ariel confiesa que es “muy futbolero, hincha de Newell’s y de ir siempre a la cancha”, pero aclara: “Aprendí con el tiempo a vivirlo y disfrutarlo, al igual que lo que ocurre con la escritura, más que nada por lo que se genera alrededor, encontrarse, identificarnos. Me apasiona mucho todo eso que pasa antes y después del partido”. Y respecto de si alguna vez intentó jugarlo en algún club, el también Técnico Universitario con mención en Trabajo Socia, admite entre risas: “¡No! Como dicen Galeano y Fontanarrosa, sólo en los sueños”. 

Ariel se encarga de aclarar que más allá del título del libro y del Diego que hace jueguitos de taco con un potecito de yogur, “hay un sólo cuento de fútbol fútbol”, pero que “en el resto aparece como una excusa porque no hay manera de que no se cuele, es algo que nos atraviesa a lo popular, nos da identidad, no seríamos el barrio sin el fútbol”. Y detalla: “Sí hay mucho de lugares de encuentro que el barrio nos proponía, sobre todo en la década del 90. Hay un cuento en el que aparece una cortada como el espacio en el que los chicos nos juntábamos a jugar al fútbol. “Estamos en el tercer desembarco del neoliberalismo, el segundo fue en los 90, y un poco los escenarios que se veían en el barrio eran fábricas abandonadas en las que nos juntábamos a jugar a la pelota, o en baldíos. Entonces, ¿qué hacíamos de todo eso?, nos encontrábamos y tejíamos nuestra propia historia, y por supuesto siempre estaba la pelota”.

“La historia central, que es Maradona me debe un yogur, es una historia en la que está el espejo de mi yo infantil –prosigue Pennisi–. Lo que hago es rescatar un mito popular al que le doy forma ficticia de cuento y rescato lugares que se perdieron del barrio, una granja, un canal televisivo en el barrio. La muerte de Diego estaba muy latente cuando escribo el cuento, y la muerte también de Jorgito, el histórico almacenero de Entre Ríos y Cochabamba. El mito era que Jorgito muestra una foto con Maradona y cuenta que Diego había ido a comprar un yogur y no lo pagó, se lo quedó debiendo. Pero en esa deuda había una presencia de ese padre que simbólicamente es Maradona, que fue una especie de padre para todos nosotros que quedamos como huérfanos buscándolo. Hoy lo encontramos en otros lugares y ya es un abuelo más que un padre. Y Jorgito, el Potro, fue el primer poeta. Uno lo ubica por los pizarrones pero también tenía una cuestión muy solidaria de juntar alimentos para inundaciones y esas cosas. Incluso la leyenda cuenta que fue quién bautizó al barrio una tarde en la Plaza Libertad”.

Antes de despedirse, este psicólogo, docente, hincha de la Lepra, señala que “el libro superó mis expectativas” y “me abrió muchas puertas”. “La primera edición la presenté en la Feria del Libro, en el Aserradero y en la peluquería cultural de Pablo Bigliardi (Cuidamos tu cabello, de Riobamba 1387). El libro me permitió hacer muchos amigos y muchos de ellos del palo de la literatura, sin venir yo de ahí. Pude construir muchos vínculos como Lila Gianelloni y Beatriz Vignioli, que en este último tiempo me han marcado más desde su presencia diaria además de sus obras”, repasa, y concluye: “Uno de los cuentos apareció en El Eslabón, otro en la contratapa de Rosario 12. No empecé a escribir para publicar un libro, empecé por necesidad, en pandemia, una búsqueda azarosa y a la vez para nada azarosa de generar vínculos. La escritura ocupó el lugar que yo quería que ocupe”. Y no es poca cosa.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 22/06/24

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