Sana envidia esta mía a quienes fueron más contemporáneos de Perón que las y los que aquél 1º de julio del 74 teníamos apenas edad de segundo grado. Sana también la vanidad mía por ser de los que hoy por hoy ya tiene para repasar varias décadas de peronismo vívido y explicitado.

A la veteranada sabia pero pasible de ser tirada por la ventana, a la juventud maravillosa pero a veces demasiado imberbe, a todas y a todos, Perón, a 50 años de su paso a la inmortalidad, se nos sigue apareciendo. Nos convoca, nos interpela. Nos recuerda la importancia de enseñar el pasado y aprender del futuro para poder transformar el presente.

Y también nos invita a reafirmar nuestros orgullos. 

Hace un par de meses nomás el Vicu, mi hijo más chico, de 15 años, me contó una charla que tuvo con Santos, uno de sus amigos y compañero de secundaria: 

—¿Tu viejo es peronista, no?

—Sí ¿por? 

—Porque tiene cara de peronista, igual que mi viejo.

Así es la vida para millones de argentinas y argentinos. Con o sin la presencia física del eterno conductor, con viento a favor o vendavales en contra, insistimos en creer en la vida San Perón, en la vida con peronismo en tanto filiación ideológica, política; y también en tanto identidad existencial, pasional, como fuente en la que nunca hay que dejar de abrevar para descansar las patas y reavivar el sentimiento.

Entre millones de ideas y sentires, entonces, se inscriben los expresados en los textos que forman parte de este Suplemento Especial pero sin mayores pretensiones que sumar otro eslabón a la cadena.

Es que entre quienes hacemos este periódico, mayoritariamente se adhiere a aquello de

que en la Argentina “peronistas somos todos, aunque muchos no lo sepan”. Y más en lugares como Rosario, donde billetera no mata procedencia de clase, donde no hay cuna alguna que pueda zafar ante un lapidario y laudatorio “¿de qué barrio saliste vos que Perón no te dio pan dulce?”

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 29/06/24

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