Jorge Luis Borges creyó que los rasgos eminentes de una vida y un destino pueden cifrarse en el nombre de su protagonista. Si siguiéramos esa perspectiva, podríamos sostener que en el nombre de Perón –o mejor, y más rigurosamente, en el nombre Perón– se cifran toda una vida y todo un destino, que trascienden largamente el ámbito de una existencia individual, para proyectarse, como sentido, legado y mandato, sobre la existencia en común de millones de argentinos.

Si nos preguntáramos, en consecuencia, qué es lo que se cifra en ese nombre, deberíamos decir, en primer lugar, que en él se cifra el perfil multiforme, tan denso como profuso, de un acontecimiento histórico excepcional; y, en segundo lugar, las propulsiones asimismo heterogéneas –por momentos difusas, incluso contradictorias–, que ese acontecimiento produjo desde su concreción hasta la actualidad.

Detengámonos en este enunciado. El acontecimiento del que hablamos, claro está, es el del 17 de octubre de 1945. Para cierta vertiente del pensamiento filosófico contemporáneo, un acontecimiento es un evento no sólo extraordinario, sino, además –y acaso esto sería lo que lo distingue– imprevisible. Un acontecimiento es aquello que ningún cálculo previo podría prever. ¿Y en qué consistió ese acontecimiento del 17 de octubre? Básicamente en una inmensa movilización popular, prácticamente espontánea, donde miles y miles de trabajadores convergieron en la Plaza de Mayo reclamando la liberación del Coronel Perón.

Esa movilización no estaba en los planes de nadie. Ni en los de la CGT, que el día anterior había votado un paro general para el día 18, ni en los de los partidos opositores al gobierno militar de entonces, ni mucho menos en los del propio oficialismo. Si a todos tomó por sorpresa, fue porque nadie esperaba que el pueblo se movilizara. Pero el pueblo se movilizó porque había encontrado en Perón el nombre y el emblema de un anhelo histórico de reparación, capaz de redimirlo frente a las desigualdades e injusticias a las que se veía, desde siempre, sometido.

Ese día comenzó una nueva era histórica, encarnada en un movimiento que logró transformaciones sociales, económicas, culturales y políticas inéditas. A ese movimiento se lo llamó peronismo, dando cuenta con ello del origen nominal del vocablo. Perón fue el creador del peronismo, y fue, además, su histórico conductor. No por casualidad asumió ese título, ya que había sido, hasta entonces, un militar, que adaptó los principios de la ciencia y del arte de la conducción militar a la lucha política. Con esos recursos, con esa experiencia, logró conducir a la nación y al pueblo por una senda de mutaciones revolucionarias.

Perón estableció, por otra parte, una auténtica doctrina, basada en la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica. Si esas banderas pudieron sostenerse a lo largo de los dos períodos presidenciales que desempeñó entre 1946 y 1955, su vigencia se vio ferozmente avasallada después de su derrocamiento. Por ello, el peronismo nunca abjuró de ellas en vida de Perón, pero a partir de su muerte, en 1974, las tres banderas fundacionales emprendieron un derrotero colmado de contradicciones, cambios de rumbo, e incluso reformulaciones, que se mantienen hasta el presente.

A cincuenta años de la desaparición física del creador del peronismo, la historia de ese trayecto luce zigzagueante y contradictoria. Hay quienes afirman que ello se debe a la maleabilidad del movimiento, a su carácter pragmáticamente polimórfico, que lo lleva a adecuarse a las características de cada momento histórico. Sea. Pero a veces esa explicación no es otra cosa que una racionalización tendiente a justificar el arriado de esas banderas, abandonando los legados y los mandatos de la doctrina, como ocurrió con los gobiernos de Carlos Saúl Menem. 

Al neoliberalismo de los años noventa sucedió el retorno a una perspectiva de mucha mayor raigambre peronista, como ocurrió con los tres gobiernos kirchneristas, donde se impulsó una auténtica redistribución de la riqueza, y una inmensa ampliación de los derechos humanos, sociales, de género e identitarios, junto con significativas políticas de tipo científico, educativo y cultural, al servicio de los intereses de la nación y del pueblo.

Después del interregno macrista, el peronismo volvió al gobierno bajo la fórmula Fernández-Fernández. Allí las banderas fundacionales no sufrieron un nuevo giro hacia el campo de las clases dominantes, pero perdieron peso y presencia por las vacilaciones e irresoluciones propias de una versión timorata, y para nada plebeya, de un peronismo concesivo ante el poder mediático, económico y tecnológico.

De esa declinación evidente nació la fuerza del actual oficialismo, que niega explícitamente las banderas peronistas. Ante ello, el peronismo se muestra como un gigante invertebrado y miope, como lo calificara John William Cooke. ¿Está entonces extinto? ¿Es ya una causa perdida? Para tamañas preguntas no hay respuestas certeras. Y aunque desdibujadas, o desvanecidas, la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica siguen señalando, ante el pueblo argentino, el único camino para su realización, bajo la forma de una Comunidad Organizada.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 29/06/24

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