Tuna
Planta arbustiva de la familia de las cactáceas., son tallos capaces de ramificarse, emitiendo flores y frutos. Estos tallos son planos, ovales y de color verde medio. Poseen dos clases de espinas con aspecto velloso.

 Mi tío era así, fuerte.
Rebelde, insuperable.
Era duro, podía con todo.

El río no trae nada
la noche es inmensa
solo su nombre en la orill
se desdibuja

Los pibes en Tablada suelen andar por las calles
porque las casas son pequeñas,
son solo para dormir.
pero nunca falta un lugar para el que lo necesita.
Aunque la chapa queme y los mates se tomen en la vereda.

Dejó el trabajo
y ya casi no le habló más a su mujer:
“El Tuna se sentó en la puerta un día
con un tetra al lado de la silla
y nunca más pudo levantarse.”

Los chicos corren
juegan a las bolitas,
pelean, crecen
se juntan en la esquina
se esconden de la policía
van y vienen

La vida pasa
la luna, el amanecer,
la injusta
presencia de cada día
pierde su voz.

Prefiere que aunque sea, esté ahí.
Y renegar con eso.

El Tuna se peleaba con todos
todo el tiempo.
“Bebiendo tal vez te encuentre
o me mate de una vez”.
Ese hueco, el corazón, en el hígado
hasta morir.

El Tuna
persona de rulos enormes, trabajador incansable
su único hijo muere de leucemia
a la edad de 6
a los años se va con él.

Foto: Mariana Terrile

Todavía está oscuro

en la esquina Tablada, los pájaros

no llegan. Vendrá la tormenta.

Estás en la puerta.

Me levanto las pestañas

y el pelo se acomoda junto a mi cuerpo,

arqueados todos

en un taxi infinito,

de empedrados y luces que no pedí.

Acá, las balas traspasan, rompen en gritos,

llantos, corridas

y las sombras se van robando el color

y la angustia

va silenciando la voz.

Tus ojos tibios me reclaman,

El Tuerca también, me pide cien pesos,

me habla de la hija, que tiene trabajo

y que no puede dejar de tomar. Todos

vidriados, los pibes se arman, salen.

Me mirás raro: una suerte de mujer maravilla

con pulgas y garrapatas. Igual me besás.

Pero ya no tengo ganas de contarte

sobre la esquina, el barrio,

la transa.

No me dan ganas de cogerte ya.

Foto: Mariana Terrile

Desde la esquina de la Pelopincho
se ve un pedazo de cielo chico
cruzado por cables,
un farol y la media sombra.

No pasa ningún pájaro.

El sol me da en un cuarto de cara.
Se escucha el motor de una heladera vieja
y la música que viene de algún vecino.

No pienso en nada.
Se me atraviesan tus ojos
pero los dejo ir
mientras me voy con las hormigas
que andan por todos lados,
sueltas, como locas.

Pienso si yo también
tengo que escapar de esta tormenta.

Foto: Mariana Terrile

El sol come las persianas,
gira en mi trago, y todo en la casa
es la nada sin red.

Querías ver la luna:
acá, mi vida
es todo paredón de los chinos,
casitas y poco cielo.

Las calles vacías, intensas,
amarillas bipolar, musicalizadas.

Tablada habla todos los idiomas,
no le falta nada,
solo vos que no llegás.

 

Era tierra.

Estaban por poner cosas,

no sé si era gas, agua.

Para nosotros, túneles,

laberintos.

Teníamos pistolas a cebitas

y nos medíamos, apuntábamos,

tirábamos y dábamos en el blanco

de nosotros

y moríamos.

 

Una casa que no es ésta

tiene a mamá cocinando, el viejo en la tele.

Yo me voy pero a la tarde vuelvo

porque quiero contarte algo

para que me digas que pensás distinto.

Mezclarnos en el silencio del abismo,

inhalar, repetir.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 29/06/24

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