Un espacio virtual invita a difundir historias y relatos alrededor de la escuela. “En tiempos de miseria planificada, compartir palabras es una de las maneras de multiplicar el valor de la educación pública”, dice la docente Mariana Caballero, mentora del sitio.
Jorge repasa con lujos de detalles lo que le costó a su familia comprar la camisa celeste y el pantalón gris para cursar la escuela secundaria, cuando ésta no era obligatoria y sólo se pensaba para la “élite” de su pueblo. Felicitas habla de la alegría de haber encontrado en el magisterio su trabajo, pero más ser reconocida como profe de inglés. Algo parecido le pasó a Mariela, quien además describe cómo los sentidos de la escuela iban cambiando según los tiempos políticos. Todos relatos reunidos en un espacio creado en las redes sociales dedicado a defender la educación pública. Se llama Escribe, resiste y sueña.
El nombre es recreado de aquel que eligieron maestras y maestros –a través de la Ctera– para la Escuela Itinerante, aquella movida que en 2017 circuló por distintas ciudades del país para reclamar que se reabra la paritaria nacional docente, anulada por el macrismo, y a la vez denunciar el desfinanciamiento de la educación pública: Enseña, resiste y sueña, la bautizaron
Ahora la protagonista es la palabra, la que hace memoria, la que denuncia, la que ayuda a resistir. Mejor lo expresa la educadora Mariana Caballero, mentora de este espacio: “En estos días, defender la educación pública significa movilizarse en las calles, construir cada día en las aulas una educación digna y también convidar a la escritura. Como si fueran cientos de globos lanzados al espacio virtual, desde este espacio invitamos a una suelta colectiva de palabras para dibujar en el aire las razones de la lucha por el derecho a la educación del pueblo” y luego de ampliar sobre esas posibilidades de escritura agrega: “En tiempos de miseria planificada, compartir palabras es una de las maneras de multiplicar el valor de la educación pública. Hoy, más que nunca, es preciso «El uso total de la palabra (…) No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo» (Gianni Rodari)”.
La invitación arrancó el 15 de junio pasado y rápidamente comenzó a sumar textos, hasta el momento casi en su totalidad escritos por docentes (aunque está abierto a todas y todos quienes quieran escribir).
De escuelas y amor a la docencia
Camila Toia es profesora en ciencias de la educación. Trabaja en cuatro escuelas secundarias y en una Eempa. Entre idas y vueltas, de escuela en escuela, viaja semanalmente unos 700 kilómetros lo que además significa estar casi todo el día fuera de su casa y hasta dormir una siesta arriba del auto cuando le queda tiempo libre. En la actualidad tiene 15 horas interinas y lo que surja de reemplazo lo toma. Las políticas de presentismo que implementa la provincia la afectan de lleno. Desde ese lugar, repasa en su texto compartido lo que diariamente aporta de su bolsillo para que las clases funcionen, además de la escucha indispensable. “Todo esto sin ahondar en que la cosa se pone más difícil aún cuando la tarea pedagógica queda en segundo o tercer plano porque hay que servir desayunos y meriendas para que las y los estudiantes puedan apagar un poco el hambre; o el oído, la palabra y el hombro que muchas veces prestamos para desahogarse de los problemas que traen de casa”, dice y se pregunta: “¿Con qué cara nos paramos frente al curso a intentar que comprendan el valor de la educación si cualquier trabajo está mejor pago que aquel que ejerce alguien con un título terciario o universitario?”
María Morel es docente de nivel primario, en Pueblo Esther. Elige citar un fragmento de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Y se pregunta: “¿Acaso, hacer escuela no tiene mucho que ver con hacer visible lo invisible? con esos gestos mínimos, con los silencios, los aplausos, las miradas y tanto más los encuentros y desencuentros”. Marisa Borri es docente jubilada y estudiante de psicopedagogía. Celebra el espacio de escritura y lo dice así: “Siento en cada historia mi historia, mi transitar por la escuela pública. Vamos por el mismo camino, y eso me enorgullece”. Jorge Miramontes es docente de distintos niveles, “distintas regiones, de aquí y de allá” (como se presenta). Entre otros textos, en uno cita al escritor francés Daniel Pennac para rescatar la palabra “amor” y en otro –en un poema– a “la escuela como refugio”, “con raíces que nos sujetan y alas para volar”.
Jorge Alberto Cáceres se presenta como un maestro “Siruela” (sí, con “s” porque remite al antiguo refrán que habla del “maestro Siruela, aquel que no sabía leer y puso escuela). Comparte un ameno relato sobre lo que le llevó terminar la escuela secundaria. Una historia que comenzó en 1967 cuando su maestra Amalia Elsa Siri le dijo que se anote en la Escuela de Comercio: “Mi padre ya estaba enfermo y no podía comprarme aquel blazer azul, camisa blanca, corbata, que era el uniforme de aquella escuela de «élite del pueblo» –al decir enojado del Doctor Alberto Vallejo, profesor de la institución. Fue así que mi padre me llevó a la tienda La Central, ubicada en Italia y Belgrano de Las Rosas, y me compró con sus escasos pesos una camisa celeste y un pantalón gris”. Su historia sigue en relatos en los que seguramente muchas y muchos lectores se sienten identificados.
Lo que cuenta María Rosa Oliver va por un camino similar al de Jorge. Lo titula La educación pública, siempre en la pública, orgullosamente en la pública. Describe que fue a mediados de la década del 50 cuando se inició en su camino escolar y que culminaría con la carrera universitaria. “Soy primera generación universitaria”, destaca. En su repaso hace memoria de lo que fue intentar ser estudiante en dictadura. María es Profesora Honoraria Facultad de Humanidades y Artes (UNR) y directora del Centro de Estudios Diversidad Cultural (Cedcu, UNR).
Mariel Massari es profesora de Educación Especial en Discapacidad Visual, fue directora de la Escuela Braille de Rosario. Dice que un día eligió la docencia porque soñaba con parecerse a sus maestras amadas de la primaria y entre otras convicciones que le dejó ese paso por la enseñanza comparte: “La escuela pública siempre tiene que ser el refugio y el potenciador de los sueños, el lugar de la bienvenida, del permiso a vibrar y a ser respetado en la diversidad”. Gustavo Brufman es docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) opina –en su reflexión– que “entre tiempos autoritarios de profunda negación de la vida y la palabra, y tiempos de libertad de pensamiento y de escritura, la educación pública siempre fue una definición de cierta ajenidad primero y absolutamente propia después. Esa que me encontró desde el jardín hasta la universidad. Convencido entretanto, que la imaginación nos salva como niñxs, y la palabra nos libera siempre”. Marcial Irigoitia escribe un cuento que simboliza el valor de la escuela pública; María Lenci suma la poesía Los sueños de Don Manuel, del libro Cielito de mi bandera, escrito por Liliana Cinetto e ilustrado por Martín Morón, que “relata con humor la figura del creador de nuestra bandera”. Fernanda Rebechi discurre sobre deseos de la educación pública, y entre otros expresa: “Ojalá los sonidos de la escuela fueran de colores fulgurantes”.
Daniel Krichman vuelve en su historia de educador sobre la enseñanza que le dejó José Luis, uno de sus alumnos. Una bella historia que invita a mirar sin prejuicios y pone en valor el trabajo docente. Gabriela Paulina asegura que “hay algo de revolucionario en esa decisión mía/todas de ser maestra” y Pablo Solo Díaz revela en un poema de su autoría dónde está la grandeza de las escuelas.
Un petitivo para la maestra Feli. Así titula el texto que compartió en Escribe, resiste y sueña, Felicitas Maini. “A mí también me sorprendió esa palabrita. Tenía 16 años y un inquietante título de Maestra, sabía que no podía ejercer, faltaba tiempo para mis 18 y no estaba segura de querer ser maestra (¿maestra de quién?)”, arranca en ese relato atrapante desde el inicio y que para saber qué quiere decir esa palabra habrá que leer hasta el final.
En esa historia repasa sus comienzos frente al aula, enseñando inglés en una escuela de pueblo, con directivas más preocupadas por su vestimenta que por su labor. Y desde ya las estrategias didácticas seguidas para ganarse la atención en su materia. “El inicio no fue fácil. Mis primeros desencuentros fueron con mis alumnos y con la directora: a ellos les interesaba poco y nada el inglés y a ella le molestaba mi escasa dedicación a listas de asistencias, notas, temarios (o algo así) y mi apariencia, que, según ella no era de una maestra, polleras escocesas bastantes cortas, medias de colores, pulóveres al tono y sacones holgados, se olvidaba de mi edad, nunca supe cuál era la vestimenta que consideraba adecuada y yo no tenía otra ropa así que eso no cambió, pero sí me interesó y me preocupó llegar a mis alumnos”, se lee en uno de los párrafos de su relato.
Mariela Mariani nació en Rosario y creció en Sídney (Australia). A su regreso al país, la recibió la escuela pública con maestras que la ayudaron –cuenta en su texto– a volver a comunicarse en español. “Encontré predisposición y voluntad. Encontré acompañamiento y afecto. Gracias a esas cosas de la vida, hoy soy profesora de inglés. También soy la primera generación en mi familia en obtener un título terciario. Soy profesora de inglés porque viví en Australia, pero más porque existe la escuela pública”, reconoce.
Le sigue un repaso de sus inicios como docente en tiempos en que –como ahora– la pobreza y la desigualdad eran una preocupación constante. “Mis primeros reemplazos fueron horribles, ¿quién iba a estar interesado en aprender inglés en medio de un concierto de tripas con hambre? La escuela era un comedor. Recuerdo el aroma. No era olor a libros, era olor a comida”. Mariela recorre cómo esos tiempos políticos fueron cambiando, hasta que en el 2010 tuvo “un reemplazo en aquella escuela-comedor que ya conocía”. “Lo que más me sorprendió –dice– fue el aroma, ya no olía a comida sino a libros”.
Cada relato, historia de vida, anécdota y todas las formas de la escritura posibles encuentran lugar en Escribe, resiste y sueña. Un espacio para decir siempre presente en defensa del derecho humano a la educación pública.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 06/07/24
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