Sonó el teléfono del consultorio. Yo esperaba que fuera algún enfermo para que tuviéramos que hacerle una visita. Atendió mi abuelo y cuando cortó se puso la chaquetilla blanca. Entonces me apuré a ponerme los zapatos, a lavarme la cara y a subirme al auto. Antes de irnos mi abuela miró el cielo y dijo: no tarden que va a llover. Salimos del pueblo por el lado de los silos y agarramos por un camino de tierra que yo no conocía. Cruzamos las vías del tren y un puente por arriba de un arroyo donde había totoras altas y unos chicos que pescaban. Vimos cantidades de chingolos descansando en los alambrados y tuvimos que pasar entremedio de unos árboles en fila hasta que apareció una casa. Mi abuelo estacionó, le alcancé la caja de tomar la presión y dijo esperame un ratito. Subió unos escalones y le abrieron la puerta. Yo no me bajé porque en todos lados hay perros. La casa tenía las ventanas cerradas y atrás se veían los campos amarillos. No había ruidos ni cantaba ningún pájaro. Me empecé a sacar una cascarita de una lastimadura que tenía en la rodilla. Me salió sangre y la tuve que chupar. Miré para la casa por si venía mi abuelo y vi a Nina sentada en la escalera. Nina va a mi escuela pero no somos amigas. Se junta con otras chicas y hacen burla. No sabía que vivía en esa casa porque ella nunca me invitó a jugar ni yo tampoco. No sé a qué juega Nina. Se junta con Lelé y Bettina y hablan. Se ríen de cualquier cosa, pero no juegan a juegos. Ni con los varones.

Ahora Nina estaba mirándome. Me hizo seña con un dedo para que fuera. Yo no fui. Me puse la mano en la lastimadura porque me dolía un poco. Mi abuelo seguro me iba a poner una gasa desinfectada. Nina vino hasta el auto, metió la cabeza por la ventanilla y me dijo hola, bajá. Le pregunté si había perros. Dijo que sí pero que estaban encerrados. Bajé del auto y fuimos a sentarnos en un banco de piedra debajo de un paraíso que tiene flores que hacen estornudar. Yo miraba la casa porque quería ver si salía mi abuelo. Nina se tocaba un diente que tenía flojo y yo me tapaba la rodilla con la mano. Le pregunté quién estaba enfermo. Dijo que su mamá. La mamá la lleva a la escuela en la camioneta y la busca a la salida. Los chicos de mi grado dicen que el padre de Nina vive lejos, en un país. Ella no comparte la merienda con nadie y se pone primera en la fila, junto con Lelé y Bettina que da patadas y la maestra no me cree, pero patea en los tobillos cuando no la ven. Le pregunté con quién vivía. Dijo que con la mamá pero que abuelos no tenía. Yo sí tengo, le dije y miré para la casa. Ya lo sé, me dijo y se bajó del banco.

—Lelé me contó que vivís con tu abuela y tu abuelo. Para siempre.

Me encogí de hombros. Yo nunca había pensado en eso. Nina se acomodó la vincha que tenía agarrada al pelo con unas hebillas, me miró y dijo que ella, por-lo-menos, tenía madre. Entonces yo le pregunté por su papá. Estornudó. Se levantó del banco, se acomodó la pollera y dijo que su papá venía algunas veces a visitarla. Nunca lo vi, le dije. Tres veces vino, en avión, y señaló el cielo con un dedo. Yo levanté la cabeza. Se había nublado. Me quedé mirando las flores del paraíso que son celestes hasta que me cayeron unas gotas en la frente. Nina se había ido corriendo para el lado de los campos amarillos. Se había largado a llover.  Mi abuelo estaba saliendo de la casa. Corrimos los dos hasta el auto. Le pregunté qué tenía la madre de Nina. Gripe, dijo y puso el limpiaparabrisas. Los árboles en fila se movían con el viento y las ramas se chocaban. El agua del arroyo se había puesto oscura, pero los chicos seguían pescando. Mi abuelo iba despacio, por el medio del camino. Tuvimos que esperar que pasara un tren. Levantamos las ventanillas para no mojarnos. Llueve mucho, dije. Sí, me dijo él, que se había tirado arriba del volante para ver bien. Cruzamos las vías. Cuando llegamos a los silos se había formado un charco en la calle y el agua corría fuerte por las cunetas. El vidrio de adelante se había empañado, mi abuelo lo limpió con la mano y dijo:

—¿Seguirá lloviendo?

—Sí –dije–. Para siempre.

Cuento publicado en la edición impresa del semanario El Eslabón del 13/07/24

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