La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) recomendó, en el año 1954, destinar un día dedicado a promover la fraternidad entre los niños y las niñas del mundo. El punto de partida fue la Conferencia Internacional en Defensa de la Niñez, realizada en abril de 1952. Allí se proclamó que, por el solo hecho de nacer, “el niño tiene derecho a ser feliz”. Más tarde, el 1º de junio de 1956, la Asamblea General de la ONU acordó establecer el Día Internacional de la Infancia y, muchos años después, el 20 de noviembre de 1989, logró sancionar la Convención Internacional de los Derechos del Niño, a la que adhirieron diferentes países. La extensa historia de esta conmemoración muestra el camino recorrido para conseguir el reconocimiento de los derechos de las infancias, y la responsabilidad que los estados, gobiernos, instituciones y todas las personas adultas debemos asumir para cuidar y garantizar su pleno cumplimiento.

En Argentina, durante mucho tiempo, festejamos el Día del Niño. Pero, desde hace algunos pocos años, los organismos dedicados a la protección de los derechos de la niñez comenzaron a resaltar la necesidad de dejar atrás ese modelo universal de infancia. En este sentido, la Defensoría de Niñas, Niños y Adolescentes de Santa Fe (2020) expresa que: “El plural de las infancias permite dar cuenta de la diversidad que contienen, de las distintas dimensiones y de sus muchas complejidades. Porque no hay un solo tipo de infancia, sino que hay tantas infancias como niñas y niños quepan en ellas”.

Ahora bien, mientras las personas adultas seguimos pensando cómo nombrar este día y revisamos nuestras ideas en torno a la niñez, tratando de comprender los cambios sociales, históricos y epocales que impactan en su desarrollo y sus aprendizajes, las niñas y los niños se preparan para celebrar su día y, también, para recibir un presente de parte de sus familias o seres queridos.

Es importante recordar que un regalo puede ser definido como una muestra de afecto que no pretende compensación. Es decir, regalamos algo a alguien que apreciamos, sin pedir nada a cambio. Quienes ya nos volvimos grandes tenemos la mala costumbre de asociar un regalo con un objeto de consumo, que puede adquirirse en un comercio, o con un bien material, que se obtiene a través de una transacción monetaria. Por esta razón, muchas veces, gastamos nuestro tiempo y el dinero que tenemos para elegir un juego o un juguete, que las publicidades y las vidrieras de las jugueterías o centros comerciales nos sugieren comprar de acuerdo a lo que el mercado supone que las niñas y los niños deben aprender según su edad, o si son niñas o niños. Nunca reparan en los deseos de los posibles destinatarios o destinatarias de ese regalo, que quieren disfrutar de la diversidad de juegos y de su propio tiempo infancia.

Sin embargo, las niñas y los niños desean algo más, algo que no se puede comprar ni vender, algo que no se puede conseguir tan fácilmente. Quieren tiempo no apurado, tiempo de jugar que es el mejor, que esté suelto y no enjaulado adentro de un despertador (como dice la querida y maravillosa María Elena Walsh). Quieren que sus ojos se vean reflejados en la mirada de algún afecto antes que en las pantallas de todos los dispositivos tecnológicos que tienen a su alcance. Quieren tiempo de encuentro para conversar sobre lo que sienten y piensan, para hacer preguntas y recibir respuestas, para escuchar y compartir relatos, historias y cuentos. Quieren recibir el más imprescindible de todos los regalos, que estemos presentes para acompañar y cuidar su tiempo de infancia.

 

*Fonoaudióloga, especialista en Alfabetización e Inclusión, docente de la Facultad de Ciencias Médicas (UNR) y autora de El tiempo de ser niñas y niños y Cuentos desobedientes para cuidar a las infancias (Laborde Editor), y de Diario de una Princesa Revolucionaria (Sudestada).

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