En El Eslabón a nadie se le ocurriría titular sobre “los días perdidos de clases a raíz de los paros”, menos resaltar como un logro que cientos de docentes “cobran el premio a la asistencia perfecta”, como Pullaro llama al vulgar presentismo. Y no porque pensemos todos iguales, en absoluto. Sí, hay una base común de trabajo bien firme. Esos títulos no tienen lugar porque se sabe y se defiende que una huelga es el ejercicio de una conquista de la clase trabajadora (entonces será el gobierno, la patronal, quien deba dar cuenta de por qué las chicas y los chicos no tienen clases). Y un “premio” en un salario laburante es una extorsión, no un reconocimiento. Nadie lo celebra.

Cada nota que se escribe parte de reconocer como idea fundante que la educación pública es un derecho, y como tal también se la defiende desde el periodismo. Un principio extensivo a los derechos humanos, sociales, de las mujeres, a todo lo que sume al bienestar de las personas.  

A la hora de escribir en El Eslabón, nadie le da vuelta a las palabras ni busca la forma correcta de denunciar que la derecha (con sus múltiples formas de presentación) siempre es hambre, pobreza e impunidad. Aquí y en la otra punta del mundo. Se denuncia. Certeza que siempre sigue marcando el maestro Juane.   

En El Eslabón se disfruta todavía del ritmo intenso de las redacciones, la adrenalina del cierre (salvo excepciones las notas nunca llegan a tiempo). La discusión por la tapa tiene un lugar de privilegio. Las ilustraciones de Facu Vitiello son una síntesis periodística de lo que hablan las notas de El Eslabón, una abierta provocación a la lectura, a la pregunta y a mover cabezas perezosas.

En El Eslabón se escribe en papel y largo, quizás también como un acto de rebeldía a lo que llega en pantalla y en un mínimo de caracteres. Ni mejor ni peor, diferente. Eso sí, lo que nunca se abandona es la tarea de hacer visible todo lo que hace infeliz a los pueblos.

Publicado en el semanario El Eslabón del 07/09/24

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