“La universidad es un proyecto de esperanza, no de derrota”. La idea la defiende la docente e investigadora de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) Natalia García, en charla con El Eslabón, a poco de conocerse el resultado de la votación legislativa que se definió contra el financiamiento a las universidades públicas nacionales. Opina que “estamos en un momento bisagra” que puede definirse para un lado o para otro, todo dependerá de hasta dónde se le permita avanzar a este gobierno.
La educadora se expresa sobre las sensaciones encontradas que se suceden a pocas horas de ratificarse el veto presidencial a los fondos para la educación superior: “Vamos pasando de un estado de ánimo más electrizante a un verdadero cachetazo, como creo que ha sido la respuesta de nuestros diputados y diputadas”.
La mención refiere en especial a las y los legisladores que estudiaron, se graduaron y hoy son profesionales gracias a la universidad pública; incluso muchas y muchos de ellos hasta dan clases en sus aulas. Y sin embargo, en lugar de hacer honor a ese logro, levantaron su mano para desfinanciar estos estudios y limitar futuros.
Habla entonces de “los dolores que nos quedan”, en alusión directa “a esos hijos de la universidad pública que hoy no la defienden y cuánto están haciendo para que comience otra historia”. Una metáfora que alude a aquella frase del Manifiesto Liminar de la Reforma universitaria de 1918: “Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.
“Estamos en un momento bisagra”, define sobre la situación y lo que deja a nivel simbólico la ratificación del veto del presidente Milei al destino de la universidad pública. Recuerda que siempre hubo intentos de desfinanciar, limitar, restringir y hasta coqueteos de privatizar la universidad, “en las décadas del 60, 70, 80 y más en la del 90, eso es conocido y está en la memoria”; pero considera que “ahora hay algo de lo simbólico que se pone en juego fuertemente, algo más novedoso o bisagra, que dice que desde mañana puede empezar otra historia y realmente puede ser para un lado o para el otro”.
La profesora de la Facultad de Humanidades y Artes señala que estamos ante un “gobierno que tiene graves problemas para dialogar con la diferencia, para vivir en democracia” y que avanzará todo lo que se le permita avanzar sobre los derechos conquistados. “Los límites están en los propios anticuerpos de la sociedad”, marca para llamar la atención del lugar, de la historia, que cada quien tiene en esta defensa.
Considera que “si realmente la universidad pública sigue estando en el ADN de nuestro país, de nuestra generación y de nuestra propia historia, quizás sólo haya que esperar y ahí estaremos como siempre, una vez más en el espacio público para defenderla”. Y comparte en voz alta un deseo que se escucha como convocatoria: “Espero que realmente sea el piso que había que tocar para empezar a levantar”.
En su mirada, quienes pasaron por la universidad pública deberían comprometerse en su defensa para que las y los jóvenes también puedan disfrutarla: “Que las generaciones que la vivieron, que gozaron de su derecho, que hicieron de ese derecho hasta un privilegio, que torcieron el rumbo de su vida, o que realmente pudieron abrazar una identidad, quien gozó de todo esto a lo mejor pueda tener la generosidad de permitir que las próximas generaciones también atraviesen esa experiencia; y no sólo la universidad, sino toda la educación pública, porque aquí van en juego también todos los profesorados y los institutos de educación superior”.
El llamado de atención que hace para toda la educación superior es necesario tenerlo bien presente. Además del desfinanciamiento universitario y los recortes previstos en el proyecto de ley de presupuesto 2025 para la enseñanza en general, en este último tiempo se conoció una serie de normativas que regulan la vida de los institutos superiores y que mucho se parecen a lo vivido en los 90.
Identidad y memoria
La profesora habla de la identidad y de la memoria posibles de construir en la vida universitaria. “La universidad no sólo da prestigio, una titulación, no sólo te ubica simbólicamente en otro lugar y te hace mirar el mundo de otra manera, sino que te da una identidad”, afirma.
En esta lucha en defensa de la educación pública, de la universidad de todos, se cruzan diferentes generaciones, con distintas vivencias. Una oportunidad para encontrarse y construir memoria común.
Para Natalia García, es clave que las memorias de las distintas generaciones que transitaron y transitan la universidad pública comiencen a encontrarse, a “abrazarse, porque a veces parecen muy desencontradas”.
Lo entiende como una manera de fortalecer la historia común y en defensa de lo que realmente representa para las y los jóvenes la posibilidad de acceder a los estudios superiores. También para contrarrestar discursos que los alejan de la vida universitaria.
Algunos sectores de la juventud –sostiene– ven muy lejana la universidad y la educación en general. Son muchos quienes “se han visto seducidos por promesas instantáneas, por la fortuna rápida, por cuestiones mágicas; y lo que la universidad sigue ofreciendo, porque siempre ha sido así, es trabajo, pensamiento crítico y estudio”.
No perder la esperanza
Madres y Abuelas son siempre un ejemplo, una guía de cómo construir esperanza. Un legado a tener bien presente cuando las decisiones políticas se inclinan, como en este caso, por robarles el futuro a las juventudes. Y un desafío para las educadoras y los educadores que son quienes están en vínculo con ellas.
—¿Cómo construir esperanza en este escenario de desesperanza?
—Enseño historia de la educación, y a veces uno se la pasa repitiendo sobre los fracasos, las renovaciones que no fueron o cosas que salieron mal y muchas veces nos está faltando decir lo que salió bien, lo que sí nos gusta de ir a la universidad, de ser docente; lo que sí vale la pena; lo que vale nuestra atención, nuestro cuidado, nuestro compromiso. Creo que además de la crítica o de señalar, y que está muy bien cuando la escuela castiga, vigila, normaliza…, muchas veces nos falta insistir en que también la escuela emancipa, renueva y que sigue siendo nuestro mayor espacio de transformación y hasta diría, en algún punto, de revolución. Nos falta recordar cuánto queremos a la escuela, cuánto queremos a nuestra educación y cuánto ponemos sobre ella nuestra esperanza, que votamos por un futuro. Sentí que la propia convocatoria de ir a vetar en sí mismo era un proyecto de derrota, y la universidad es un proyecto de esperanza, no de derrota.
Publicado en el semanario El Eslabón del 12/10/24
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