Escritor y periodista, Rodolfo Braceli reniega aún del 25 de noviembre de 2020: “No creí la noticia. En realidad, sigo sin creerla”. Y lamenta: “Cuánta falta nos hace hoy, en esta patria idolatrada, el lenguaje certero del Diego”.
“Una sola cosa le pido a Dios”, dice el mensaje grabado por un tal Lisandro, de Ituzaingó, para el programa radial de Alejandro Apo: “Que me lleve antes que Maradona”. Diego, en los primeros días de 2000, atravesaba otra recaída y su vida, una vez más, estaba en peligro. “¿Qué daño. qué maldad él le hizo al Tiempo, para que el Tiempo hiciera lo que hizo con él?”, se sigue preguntando Rodolfo Braceli en Había una vez Maradona. Ser el Diego inhumano est (Ediciones Al Arco) a 4 años del “pase” a la inmortalidad.
Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y periodista, Rodolfo Braceli cuenta al Diego Maradona humano y al inhumano. “Necesitaría ser nadie por un día entero”, le desea. “¿Qué corazón, qué cerebro, qué organismo analfabeto, casi analfabeto o cultísimo –lo mismo da– puede soportar ser el más famoso de la Tierra? ¿Cuándo nos daremos cuenta ¡cuándo! de que ser Maradona inhumano est?”
Mendocino de Luján de Cuyo, publicó más de 40 libros. Algunos, prohibidos por la dictadura. Algunos otros, sobre fútbol. Su primer Maradona, le cuenta a El Eslabón, es el jovencito que retrató Ricardo Alfieri (h), y que ilustran tapa y contratapa de su último libro. “Allí veo al Diego con unos 16 años de su edad, vestido de futbolista, en un entrenamiento, totalmente embarrado. Parece decirnos desde entonces: «La pelota no se mancha, pero yo sí. Y pagué»”.
No ver para creer
Como Braceli no recuerda el gol del siglo a los ingleses, pone en duda su condición de argentino, y más: “¿Será cierto que alguna vez nací?”. Cuando Maradona hizo el gol con la mano, escribió en De fútbol somos, su obra maestra, “tuvo la gracia de echarle la culpa a Dios”. Y cuando hizo el otro, minutos después: “Dios, que no usa sombrero, pidió rápido uno prestado ¡para sacarse el sombrero!” Más adelante dirá que le cortaron las piernas, y que las piernas le crecieron.
Pero si el Gordo, aquel personaje de la literatura de Ariel Scher, le preguntara a Braceli –tal como hizo con los feligreses del Bar de los Sábados en el cuento Todo mientras Diego– ¿qué le pasó durante “la mejor jugada de cualquiera de los tiempos”?, éste se quedaría sin respuesta.
—Me sorprendió que no recuerdes qué hacías mientras Diego marcaba el gol del siglo.
—No, no tengo el menor registro del incesante gol sucesivo y eterno. No sólo no recuerdo haber visto el gol cósmico, no tengo recuerdo alguno del gol con la mano ni del partido en sí. Es como si a mi vida le hubiesen cortado los fotogramas de ese partido y de esos goles (extra)ordinarios. Porque cada día esos goles resucitan, y son más admirables. Uno, el de la mano de Dios, por ser el gol ilegítimo más legítimo de nuestra historia universal. Con ese gol el Diego consiguió meterle la mano en el bolsillo a los ingleses, piratas expertos en el arte de robar barcos y también, de paso, de afanar islas apelando al eufemismo de “colonizar”. El otro es un himno a la belleza, desde la eficacia. El Diego consiguió dejar en el camino a cientos de ingleses, entre ellos a don Shakespeare. Era cósmico, como diría Víctor Hugo, pero esa vez se recibió de barrilete. Porque era un pibesuelo.
—¿Te ha pasado algo semejante con algún otro acontecimiento histórico?
—Cuando vivía en Mendoza era hincha de Luján Sport Club. También tuve un apagón parecido. Perdí el conocimiento al final del último partido del ascenso. Luján por entonces se la pasaba siendo subcampeón de la Primera B. Yo, finalizado el partido, tenía en un puño la camiseta del Negro Valdez, la número 5. Hubo invasión de cancha. Perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba en el vestuario de Luján, campante, sentadito en un banco. Los jugadores no tenían ya sus camisetas para darme, al final me consiguieron el segundo par de medias del arquero, que tenía apellido de arquero. Se llamaba Zacaba, trabajaba en el armado de las torres de YPF. Comí milanesas en su casa, hará unos siete años, antes de la pandemia. Aprovecho la ocasión para decir que Zacaba, durante el juego, atajó cinco penales en dos partidos consecutivos de Luján (con San Martín, tres y con Guaymallén, otros dos) Todo un récord, innombrado por el periodismo de la Capital Federal. Algo más: Zacaba hizo una prueba para jugar en Boca Juniors; lo hizo recomendado por el gran Tarasconi, que dirigió a Luján en un par de campeonatos. Al poco tiempo retornó al Luján de Mendoza. Me dijo que él extrañaba mucho a su mamá. Y que su mamá sufría por su lejanía.
Dios vs. D10S
Desde que Rodolfo Braceli escribe a Maradona, lo pone en tensión con el “Creador del cielo y de la tierra”. Se pregunta si los dioses estelares no estarán celosos de los dioses que nos inventamos los humanos para idolatrar. Y duda si Dios habría creado la Tierra de saber de la existencia del fútbol y de Diego, quienes de alguna manera “desplazaron a la religión”.
—Se suele jugar con la figura de Maradona como el Dios del fútbol. Vos la ponés a jugar directamente con el Dios de los cielos ¿Cómo nace esa relación, en las que hay celos, envidias, etcétera?
—Nace con total naturalidad. En cierta forma equiparo al Supremo con nuestro Maradona. Hay momentos en los que el Dios con mayúscula se harta y quiere averiguar quién es el mentado genio del fútbol. Pica el anzuelo Dios, decide averiguar viendo para creer, se deja ganar por los celos, cierra el cielo y baja, y etcétera y etcétera.
—En tiempos de ajustes a los jubilados, a las universidades, a la clase trabajadora, de discursos de odio, de ataque a clubes asociaciones civiles, a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, ¿extrañás a Diego?
–Por supuesto que lo extraño. Extraño sus palabras, su modo de decir, su capacidad para no tener un doble discurso, para decir lo mismo en la cocina de su casa que frente a las uñas insaciables de los micrófonos de las radios y la televisión. Cuánta falta nos hace, hoy, en esta patria idolatrada, el lenguaje certero del Diego. Trato de imaginar al Diego en estos años; advierto una vez más su capacidad opinante. Maradona merece memoria, sus dichos, sin duda extraordinarios, lo convierten en el más grande adentro y en el más único afuera del verde césped. Siempre me pregunto cómo es posible aguantar eso de encarnar al ser humano más famoso de la Tierra. Algo insoportable. Por eso el subtítulo de mi libro Había una vez Maradona fue: Ser el Diego inhumanum est.
—¿Inhumanum est?
—El Diego dentro del fútbol es el espejo que mejor nos espeja. Además de sus dones como futbolista, afuera de las canchas tuvo una personalidad arrolladora. Con sus virtudes y sus defectos reflejó las virtudes y los defectos, la picardía y las mañas de los argentinos. Fue una noble herramienta de conocimiento para saber cómo somos y cómo no somos, y cómo debiéramos ser para dejar de ser un conato de país. A mí, en estos paisajes de ardua intemperie, se me hace que en cualquier momento Maradona resucita. Si nació no iba a ser para morirse. Pero en la Argentina todo es posible. En cualquier momento Diego Armando Maradona se nos aparece. Resucitar es lo menos que puede hacer, y más siendo argentino.
AD10S
El 25 de noviembre de 2020, “el Señor, celoso de sus encantos”, al decir del tango, se llevó a Diego Maradona. La letra de César Vedani popularizada en la voz de Gardel también acepta que “es Dios el juez supremo”, que estamos acostumbrados “su ley a respetar”, y que nuestras vidas “deshizo con sus mandatos”.
—¿Cómo te enteraste, cómo te llegó la muerte de Diego?
—Cuando saltó la noticia de la increíble muerte del Diego, cerca del mediodía, yo estaba escribiendo una columna para Página 12. No creí la noticia. En realidad, sigo sin creerla. Adhiero a los sentimientos de quienes dicen que Maradona no puede, no debe morirse nunca.
En unos de sus textos, Braceli fantasea con un Diego de 9 años, aún Pelusa, que se levantó sonámbulo a la madrugada y se puso a hacer jueguitos en el patio. Ese día amaneció temprano, dice, porque el sol quiso salir antes para mirarlo. “No se lo quería perder. Hizo bien el sol”.
El 25 de noviembre de 2020 estaba soleado al mediodía. Quizá el sol haya buscado rápido el oeste para esconderse a tiempo. No lo recuerdo. Pero si así fue, hizo bien el sol. Ese día se nos vino la noche.
“En mis entrevistas lo que menos importa son las preguntas”
Intelectuales, vedettes, deportistas, artistas, humoristas, políticos, anónimos. Entre ellos, presidentes, dictadores, premios Nobel, boxeadores, bataclanas. Caras, caritas y caretas. En muy diversas entrevistas luego volcadas a libros, Rodolfo Braceli contó el país. “Braceli me hizo el mejor reportaje de mi vida”, reconoció Adolfo Bioy Casares.
A contramano de los manuales, Braceli se animó a meterse como personaje dentro de las crónicas y reportajes. Así, peleó en el ring con Ringo Bonavena y Nicolino Locche, manejó en la calle y en el autódromo con Juan Manuel Fangio, jugó un picado con el Beto Alonso. Dentro de una misma obra, mezcló ensayo, cuentos reales y ficticios, crónicas y poesía. “Que los géneros literarios hagan su vida, y me dejen hacer la mía”, se defendió. Del bailarín Julio Bocca, que prácticamente no hablaba, hizo una biografía. También dedicó obras a Borges, a la Negra Sosa. Su libro Ciento un años de soledad (una entrevista real a García Márquez, otra ficcionada), recibió varios premios.
Una virtud para evitar las frases hechas de los entrevistados fue no hacerles preguntas hechas. Su mejor arma, sin embargo, fue el oído.
—Llaman la atención las declaraciones (interesantes a veces, desopilantes, otras) que lograba sacarles a sus entrevistados. ¿Cómo se llega a eso?
—En mis entrevistas lo que menos importa son las preguntas. Sí, eso estoy diciendo. Que mis preguntas son apenas excusas para mantener la llamita de la conversada encendida.
—Y entonces ¿qué es lo que importa en las entrevistas? ¿Cómo observa el género en la actualidad?
–El género de la entrevista, hablando en general, me parece que está afectado por una frase mortal, “la falta de espacio”. Creo que hoy es más difícil ser periodista que en mis tiempos, cuando había margen para pelear por el espacio. Utilizo el término pelear con plena conciencia. La entrevista tiene que tener respiración.
—Te había preguntado por lo que importa realmente en las entrevistas.
–Importa eso: la respiración del entrevistado. No siempre éste tiene que declarar cosas memorables. Ante semejante pregunta suelo responder que lo más difícil, así en la vida, como en la entrevista, como en el matrimonio, es escuchar al otro. O a la otra.
—¿Cuál fue la entrevista que más disfrutó?
–Hay tantas…pero una, inolvidable, fue la que no fui a hacer, la del hachero Valentín Céspedes. Porque ese hombre jamás fue a la escuela y porque me encontré con un genuino poeta. Solía decir, el viejo Valentín. Escuche, las hachas dicen y piden pan / azúcar… pan / azúcar. Ponga la oreja en el aire, amigo, y escuche: pan / azúcar… pan / azúcar… pan /azúcar… Al viejo Valentín lo entrevisté dos veces, con un espacio de un cuarto de siglo. La segunda vez, fue en Pampa del infierno; estaba maltrecho, me dijo: “Perdóneme, perdóneme: yo hice cuanto pude, pero pude tan poco”. Le repregunté, le dije si había perdido la fe en la esperanza y me respondió, irguiéndose: “No, Rodolfo, eso nunca. Cuando pierdo la fe, tengo esperanza. Cuando pierdo la esperanza tengo fe. Por último, sabe, siempre tengo fe en la esperanza”.
—¿A quién de la actualidad le gustaría entrevistar, y qué le preguntaría?
–Me gustaría que Maradona no haya partido, como suelen decir. Le preguntaría… qué se yo… por empezar le daría un abrazo…
Publicado en el semanario El Eslabón del 23/11/24
¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 4000 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.